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Los estereotipos sexistas y violentos en los cuentos infantiles

Marta Núñez Sarmiento*

XLVIII

Cuando mi nieta Leah Elena tenía tres años me insistía en que le contara cuentos. Yo se los inventaba, cumpliendo su solicitud que ella figurara como una princesa. Así lo hacía, resaltando en mis fantasiosos relatos su belleza, valentía e inteligencia. Por supuesto, ella siempre se casaba con un príncipe. Hasta que un día me pidió que le contara la “Caperucita Roja”, y decidí cambiarles sus contenidos originales para borrar el machismo del lobo, así como su subliminal pedofilia que acompaña al canibalismo que comete cuando devora la abuelita.

Pues, con el habitual “Había una vez…” le describía a la Caperucita saliendo de su casa con la cesta con alimentos para su abuelita. Pero cuando se topó al lobo en el bosque, este no le hizo las tradicionales preguntas, sino que empezó a llorar ante la niña. Ella le preguntó el porqué de sus lágrimas, a lo que el lobo respondió: “¡Porque no sé leer y todos en el bosque ya aprendieron!”. La inteligente Caperucita sintió lástima por él y le propuso que le acompañara a la casa de su abuelita, que había sido maestra, para que le enseñara a leer y escribir. Así, los dos se fueron contentos por el caminito del bosque hasta que llegaron a la casa de la abuela, quien les abrió la puerta. El lobo estaba avergonzado mientras su nueva amiguita le pedía a su abuela que lo alfabetizara. Inmediatamente la abuelita buscó lápices, libretas y una pizarra y comenzó a enseñarle. Tocó a la puerta el leñador, quien le traía a la abuelita un ramo de flores por el Día del Maestro. Allí terminé con el tradicional “Colorín, colorado, este cuento se ha terminado”.

Leah Elena quedó muy satisfecha cuando me pidió que se lo repitiera varias veces. Pero, cuál no fue mi sorpresa cuando me dijo”: “Abuela Marta, este cuento está muy bien, pero ahora hazme el cuento en que el lobo se come a la abuelita”.

Se imaginarán mi desilusión a pesar de mis saberes sociológicos y, especialmente, mi entrenamiento en los análisis de contenido mattelarianos para reconstruir los mensajes sexistas de los cuentos infantiles tradicionales, que no solo son sexistas, sino también violentos.

Les expongo esta experiencia personal para demostrar cuán escondidos están estos mensajes en las narraciones que conocimos desde nuestras infancias, esas que continúan penetrando las mentes de los pequeños de todo el mundo.

Cuando hurgaba en las redes sociales para escribir este artículo hallé una noticia que se reprodujo decenas de veces: en abril de 2019 las familias de la escuela “Táber”, de Barcelona, decidieron retirar de la biblioteca infantil alrededor de 200 cuentos, porque estimaban que contenían fuertes mensajes sexistas. Esto desató un debate sobre qué hacer con estos relatos tan universales que los adultos comunican a los pequeños desde la más tierna edad. Los expertos en materia de coeducación, igualdad y literatura que participaron en las discusiones estimaron que cualquier decisión que se adoptara era muy compleja y que no se podía circunscribir a un número de textos. La periodista del diario español El País Ivanna Valdespín escribió que estos especialistas “[…] aplauden que se cuestione qué tipo de literatura infantil se lee, pero destacan que la importancia radica en un acompañamiento del niño en el momento de la lectura y rechazan mayoritariamente la retirada de libros”. Reprodujo las ideas de la socióloga Marina Subirats, quien señaló que los cuentos tradicionales estaban pensados para enseñar a los niños cómo era la vida. “La educación y los valores se trasmitían oralmente. Son machistas porque pertenecen a un tiempo pasado. Pero esta ya no es nuestra sociedad y seguimos trasmitiendo ideas del pasado en los cuentos, como que las mujeres tienen el papel débil, los hombres son los valientes. […] No está bien que se expliquen estos cuentos, ahora ya hay muchos títulos que van en otra línea. Y si se explican cuentos como ‘La Caperucita Roja’ hay que hacerlo con una visión crítica o contar justo después otro cuento alternativo”.

Reconozco el sabio sentido de estas palabras, pero a mí no me sirvió con mi nieta.

La periodista sintetizó las propuestas de otros expertos. Reconocieron que no se puede ocultar a los niños las narraciones tradicionales porque ello significaría ignorar la historia de por qué surgieron estos cuentos con mensajes sencillos en épocas diferentes. Recuerdo que cuando impartí un semestre de “Relaciones de género en Cuba”, en el Instituto Etnológico de la Universidad de Zúrich entre 1989 y 1990, mis colegas etnopsicoanalistas me explicaron el origen de los relatos del tipo de los escritos por los Hermanos Grimm vinculándolos a los comienzos de la unificación de la nación alemana.

Me aventuré nuevamente en las redes sociales para detallar con mayor precisión esta conclusión. Resumo mis hallazgos a continuación.

¿Quiénes fueron estos autores? Jacob (1785-1863) y Wilhelm Grimm (1786-1859) fueron filólogos alemanes, quienes se dedicaron a estudiar la literatura y el idioma de su país, una Alemania que renacía por la vía de reunificar el ancestral régimen germánico de feudos y principados, tras la ocupación del ejército napoleónico. Los Grimm se unieron a los esfuerzos patrióticos por recuperar la esencia cultural ancestral de la naciente nación alemana.

Para ello recopilaron historias infantiles y leyendas de su país que habían sido trasmitidas oralmente, porque eran una representación pura de la cultura germánica. Entre estos relatos populares que recopilaron y transcribieron estaban los que trasmitían los rígidos prejuicios, la crudeza y las atrocidades de la cultura medieval más aquellos que surgieron en los inicios de la Revolución industrial con el propósito de, más que educar, imponer en los infantes la férrea disciplina que debían seguir en la nueva Alemania, especialmente cuando se incorporaran a la fuerza laboral en las fábricas. Por tanto, los Hermanos Grimm tuvieron que “suavizar” estas historias, solo hasta cierto punto, para publicar los cuentos que conocemos.

Reproduzco algunos de estos cambios tal y como aparecen en “Cuentos de los Hermanos Grimm: sexo, violencia y sadismo en las historias”, que apareció en bitácoras.com del 20/12/ 2012.

“Así, en las versiones que han llegado hasta nuestros días, el papel de la madrastra es ser la malvada del cuento, pero en muchas de las historias originales ese rol está reservado a la madre de los protagonistas. Es lo que ocurre en ‘Hansel y Gretel’, donde, ante la escasez de alimentos, la madre de los pequeños obliga a su esposo a abandonar a sus hijos en el bosque.

”Lo mismo sucede en ‘Blancanieves’, ya que era la madre, y no la madrastra, quien quería acabar con la vida de la joven y bella muchacha a causa de una rivalidad de tipo sexual. Porque esta clase de contenido abundaba también en los cuentos originales.

”En la versión tradicional de ‘Rapunzel’, la joven era entregada por sus padres a una bruja a cambio de alimento. La bruja la encerraba en una torre, pero un príncipe la descubría y cada noche escalaba hasta ella gracias a sus largas trenzas. El resultado de esas visitas será que Rapunzel se quede embarazada de gemelos, mientras que en la historia que hoy conocemos, simplemente se casa con su rescatador.

”También los castigos a los que eran sometidos los villanos tuvieron que ser modificados, puesto que la puritana sociedad de la época los consideraba poco apropiados. Algo de razón tenían, ya que la madrastra –o la madre– de Blancanieves era obligada a bailar hasta la muerte con unas zapatillas de hierro calentado al rojo vivo, mientras que las hermanastras de Cenicienta se cortaban un dedo o parte del talón para caber en los pequeños zapatos de cristal. Un pájaro mágico y la sangre delataron a las impostoras, que fueron duramente castigadas, ya que sus ojos fueron arrancados por unos cuervos”.

Entre los 200 cuentos de los Hermanos Grimm están “La Bella Durmiente”, “Blanca Nieves”, “Rapunzel”, “Cenicienta”, “Caperucita Roja”, “Hansel y Gretel” y “El pescador y su mujer”. A pesar de la censura que impusieron los Grimm a los relatos originales orales, estos continúan trasmitiendo estereotipos altamente sexistas y violentos.

Retorno a las opiniones que proliferaron en la prensa española una vez que el jardín de infantes catalán decidió retirar los relatos infantiles.

Marina Subirats aplaudió la idea de retirar los cuentos sexistas, pero no totalmente. “No podemos explicar la historia desde cero, empezar de nuevo completamente. Antes había lobos, pero ahora ya no. Habría que generar cuentos nuevos, con otra visión, que vayan sustituyendo progresivamente los que ahora son clásicos”. La socióloga Anna Carreras también celebró la iniciativa de las familias de muchos colegios de hacer este ejercicio de revisión y apuntó que hay diferentes formas de eliminar el machismo, de manera que una escuela puede optar por retirar los títulos y otra por revisarlos de forma crítica. Añadió que el trabajo va más allá de los cuentos, puesto que sería necesario revisar cómo los profesores educan a los niños, las canciones o los espacios de las escuelas.

Las expertas coincidieron en que hay que leer los cuentos tradicionales teniendo en cuenta el contexto histórico en que fueron escritos y la lectura simbólica que hay detrás. Marta Roig, bibliotecaria y experta en literatura infantil, aseguró que eliminaría los cuentos sexistas si fueran modernos, pero no los clásicos. “Forman parte de nuestra historia cultural y si los eliminamos perdemos más de lo que ganamos, perdemos la memoria de lo que somos y de dónde venimos”.

Paula Jarrin, especializada en literatura infantil y juvenil, fue más allá y rechazó contundentemente la retirada de libros. “No se puede censurar ningún libro, porque esto nos deja a un paso del pensamiento único. Es muy loable que las familias hagan crítica, pero no nos podemos cargar la tradición”.

Roig apostó por una literatura “compleja” donde tengan lugar todo tipo de sensibilidades, desde las más convencionales, polémicas o las transgresoras. “Todavía hay mucha ratita que limpia la escalera o que lleva la carga del hogar, así que es normal que estos libros existan y que reflejen esta realidad. No podemos esperar que ahora mismo todos los libros sean transgresores. A lo mejor le estamos pidiendo a la literatura que vaya por delante de la sociedad”. En una línea parecida se expresó Elena Blanco, que también imparte charlas en escuelas y guarderías sobre literatura infantil. “Lo importante es saber lo que se tiene entre manos y cualquier libro puede ser una oportunidad de aprendizaje, pero la clave es hacer un acompañamiento en la lectura”.

El veto a los libros sexistas o no es una cuestión que ha generado mucha polémica en las redes sociales. Más allá de las opiniones contrapuestas, la clave reside en que se haya abierto esta cuestión. Lo sustancial es que indaguemos, que reflexionemos sobre si hay sexismo, violencia y otros contenidos discriminatorios que inadvertidamente trasmitimos cuando narramos los cuentos infantiles tradicionales o los escritos por nuestros contemporáneos.