Internacional

Marx, Darwin y los demás…

Jorge Gómez Barata

El primer best seller científico vendido en Europa fue El Origen de las especies mediante la selección natural de Charles Darwin (1859), cuya primera edición de mil ejemplares se agotó el primer día. Uno de los compradores fue Carlos Marx, quien, según sus propias palabras, creyó encontrar en la obra la confirmación de su pensamiento social, en especial de la lucha de clases. Fue la primera persona en creer en el “darwinismo social”.

Como marxista educado en el vademécum teórico soviético, del cual no reniego aunque trascendí, creí en la idea de que, derrotada la burguesía y suprimido el capitalismo, la nueva sociedad socialista sería construida conscientemente con arreglo a un plan. Durante décadas busqué infructuosamente el susodicho plan. Nadie lo encontró, porque nunca existió. Más tarde asumí la idea de que el socialismo no es una sociedad que se construye, sino un estado social al que se rriba.

Como mismo ocurre en la naturaleza, a partir de cierto momento, la evolución espontánea ha sido asistida por el talento humano, la aplicación de la ciencia perfecciona los organismos produciendo al momento mutaciones que dejadas a la espontaneidad hubieran tardado milenios, o no hubieran ocurrido.

En la sociedad tampoco la espontaneidad ha regido todo el tiempo. También en ese ámbito los cambios pueden ser acelerados mediante reformas paulatinas, incluso por grandes procesos llamados revoluciones, que en poco tiempo dan lugar a avances trascendentales.

De cierta manera las revoluciones se desatan allí donde fracasa la evolución, y se crean situaciones que las favorecen. De hecho, en la historia universal han ocurrido muy pocas. No hubo ninguna en la era esclavista ni en el feudalismo europeo, tampoco en Africa ni Oriente Medio, y en Asia se reconocen como tales la restauración Meiji en Japón, y naturalmente las de las Trece Colonias de Norteamérica, Francia, Vietnam, y China, así como las de México, Rusia y Cuba que marcaron pautas y trascendieron fronteras.

Ocurre sin embargo que como alguna vez reflexionó Marx, incluso las grandes revoluciones como las del siglo XVIII “…Son de corta vida…”, hacen su tarea, y una vez cumplidas sus metas, permiten que el proceso histórico regrese a su curso natural.

En cualquier parte los efectos de la revolución social no pueden ser un tajo que rompa, de modo definitivo e irremediable, la continuidad de los procesos civilizatorios. De ninguna manera puede funcionar un proceso que haga una recusación absoluta de la cultura anterior, incluyendo la cultura política, de modo que las vanguardias políticas y culturales se vean obligadas a crearlo todo y recomenzar desde cero, lo cual es imposible particularmente en los procesos económicos y políticos.

Destruir desde sus cimientos en lugar de, en la medida de lo posible, corregir el funcionamiento del capitalismo, que es el modo de producción más exitoso que ha conocido la humanidad, en biología equivaldría a liquidar al espécimen más avanzado, y en deporte a frenar al corredor más adelantado.

Como mismo el biólogo, conocedor de las secuencias de ADN, manipula las células para modificar genéticamente un organismo a fin de hacerlo mejor sin liquidar la especie precedente, el pensamiento avanzado y las vanguardias políticas deben practicar un “ejercicio de pensar” para perfeccionar las estructuras sociales, hacer que el estado y el poder hagan del bien común su cometido, y lograr niveles de justicia social que permitan la convivencia.

La idea de una nueva economía y una nueva democracia, un derecho nuevo, así como de un arte y una cultura diferente, no pertenece a las ciencias políticas.

A un siglo de la Revolución Bolchevique, y con el fracaso del socialismo real a la vista, deberíamos reconocer que la revolución y el Estado socialista necesitan introducir reformas y encarar resueltamente su perfeccionamiento, entronizando elementos positivos y necesarios del capitalismo, como hacen Vietnam y China para perfeccionar la gestión económica, la proyección social, y el perfil político, todo ello bajo la égida del Estado y la institucionalidad socialista.

Es lo que creo que ocurrirá en Cuba al amparo de la nueva Constitución.