Internacional

Príncipes azules y sátrapas grises

Jorge Gómez Barata

Los códigos culturales occidentales utilizados en los clásicos de la literatura y el cine infantil formaron estereotipos según los cuales los reyes y las reinas, los faraones y las faraonas, los califas y emires, especialmente las princesas y los príncipes, fueron presentados como criaturas adorables, protagonistas de enternecedoras historias de heroísmo y amor.

No digo que en la vida real de tiempos pretéritos no hayan gobernado monarcas sabios y buenos, que engendraron bellas princesas y gallardos príncipes, capaces de inspirar magníficas historias, aunque obviamente no se trata de una regularidad.

Ocurre, sin embargo, que en realidad entre la realeza abundan también los tiranos, sátrapas, villanos y corruptos, integrantes de crueles dinastías que gobernaron arbitrariamente, generando pobreza, guerras, y conquistas. No pocos de ellos fueron ejes de sórdidas intrigas palaciegas, capaces de crímenes repugnantes e infamias, que provocaron terribles venganzas.

Si bien el progreso político europeo liquidó varias estirpes reales como las de Francia, Italia, Grecia y otros países donde se instauraron repúblicas, en otros lares como Gran Bretaña, España, Bélgica, Holanda y algunos otros lugares sobrevivieron linajes que, aunque rechazados por amplios sectores, son más que cualquier otra cosa anacronismos folclóricos, integrados a la cultura, aunque con poco impacto en el quehacer político de democracias parlamentarias sólidamente establecidas.

La excepción de la regla es el Oriente Medio, una región en la cual, en muchos aspectos, el tiempo político y la emancipación social se detuvieron, conservando formas de organización social y métodos de ejercer el poder político que apenas se han modificado en siglos. Uno de los más rotundos ejemplos es el de Arabia Saudita.

Debido a la práctica de la poligamia, en Arabia Saudita se ha formado la realeza más grande del mundo, fundada por Muhammad bin Saud en el siglo XVIII, y actualmente constituida por entre quince y veinticinco mil personas, de los cuales, alrededor de siete mil son príncipes y princesas, todos, en consonancia con su linaje son servidores públicos, que trabajen o no, reciben alrededor de 30,000 dólares mensuales. Semejante dispendio es posible porque se trata de uno de los veinte países más ricos del orbe, dueño del 60 por ciento del petróleo existente.

La realeza árabe que gobierna emiratos y países, conserva instituciones tan perversas como los harenes, está muy lejos del ambiente idílico sugerido en los cuentos de “Las Mil y una Noche” y otras leyendas, que en todas las culturas presentan a muchos herederos reales como paradigmas de bondad y justicia.

Como quiera que para muestra basta con un botón, la ejecutoria reciente del príncipe heredero de Arabia Saudita y otros miembros de la Casa Real respecto al genocidio que se comete en Yemen, y el brutal asesinato del periodista Jamal Khashoggi, aportan nuevos argumentos para promover el repudio a la más perversa de las dinastías realmente existentes.