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Internacional

Japoneses en Cuba, 120 años después

Marina MenéndezFotos Lisbet Goenaga y Archivo Especial para Por Esto!  

Aunque su huella apenas se ve, más de mil descendientes de nipones

viven en la isla a más de un siglo de la llegada del primer inmigrante

LA HABANA.— A Japón nos acercaron primero los filmes de Akira Kurosawa y los samuráis interpretados por el célebre Toshiro Mifune, quienes mostraron al mundo el sentido del honor del hombre nipón y nos helaron el alma con el “hara-kiri”, que salpicaba de sangre las pantallas cinematográficas en una época en que ese país todavía era, para nosotros los cubanos, apenas una sombrilla de papel, o la belleza de un abanico en la nacarada mano de una geisha.

Así aprendimos algo de la filosofía de vida del japonés, del mismo modo que ahora los jóvenes conocen más de sus costumbres y su historia contemporánea gracias a hermosas y didácticas novelas que transmite nuestra TV, para satisfacción de una amplia parte de la teleaudiencia.

Sin embargo, muchos cubanos ignoramos que ellos forman parte de la historia nacional aunque apenas se halle su rastro en la amalgama policroma de saberes, tradiciones, artes y costumbres que conforman nuestra cultura.

Quizá se deba a que su paso por la isla fue de un modo tan sutil como el andar de una mujer japonesa envuelta en ajustado kimono y calzando chanclas de madera.

Sí, se puede pensar que no dejaran huellas perceptibles porque en las primeras décadas vivieron hacia adentro, sin abrirse al bullicioso carácter de los antillanos como lo hicieron, sin embargo, sus casi coterráneos, los chinos, quienes sobrevivieron de lavar, planchar, y la venta del helado hecho en serpentín y las frituras, lo que los obligó a comunicarse con los viandantes; aunque en las noches sólo hablaran su idioma y fumaron opio en una misma pipa, como hacían en su tierra. Y porque a los chinos les gustaron tanto las negras, creo, como a los españoles, de modo que pronto “aportaron” otro tipo de mulatas cubanas, tan seductoras como las originales: las mulatas achinadas.

Hace poco se celebraron los cuatro siglos de la llegada del primer japonés y hasta se ha erigido un parque con su estatua. Pero Hasekura Tsusenaga, un samurái real que pisó tierra cubana en funciones de embajador, todavía es un desconocido en nuestra isla.

Arribó en 1614 desde su terruño japonés de Sendai para cumplir el mandato que le dio el “daimy?” de aquella localidad, Date Masamune, al encomendarle estrechar lazos comerciales con México.

Es aquel un inobjetable hecho histórico.

Pero el aniversario que se está conmemorando en estos días resulta mucho más amplio, cercano y abarcador, al punto de haber dejado como testimonio la existencia de esos 1,200 cubanos nacidos de japoneses; quienes evocan a bisabuelos y tatarabuelos por medio de las fotos, ya que apenas pudieron conservar sus recetas y tradiciones.

En julio de 1614, Tsusenaga vino con 120 hombres, cumplió su misión como enviado de buena voluntad… y se fue. Mas no ocurrió lo mismo con Y. Osuna, como reza, en los registros migratorios de la época, el nombre del primer japonés que llegó y se quedó para vivir en esta otra isla, tan distinta y distante de la suya.

Llegó también desde México, concretamente desde Veracruz, a bordo del vapor “Orizaba”, en el año de 1898. No aparecen, de momento, otros detalles acerca de su figura. Sólo que vino a formar una comunidad y que le siguió diez años después un paisano proveniente de Okinawa, Misaro Miyaki, en 1908.

Se afirma que ambos se aposentaron en la antigua Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, como muchos de sus coterráneos que llegaron después procedentes de Kagoshima, Kumamoto, Fukuoka, Hiroshima, Nagano, Niigata, Fukushima, Miyagi, entre otras ciudades.

Un programa de actos culturales, junto con la visita de altas personalidades niponas, ha conmemorado el 120 aniversario durante todo 2018.

Así lo hizo esta semana Keiji Furuya, presidente de la Liga Parlamentaria de Amistad Japón-Cuba, quien fue recibido por el presidente Miguel Díaz-Canel; por el ministro de Comercio y la Inversión Extranjera, Rodrigo Malmierca, y el titular de la Cámara de Comercio, Orlando Hernández Guillén, entre otros dirigentes cubanos.

Su estancia sirvió para patentizar el interés mutuo de estrechar los nexos; pero también reiteró el gesto de su primer ministro, Shinzo Abe, cuando nos visitó en 2016: agradecer el resguardo que esta isla dio a sus coterráneos hace un siglo.

Migración en serio

Dicen los entendidos que la compañía de viajes “Oversea” posibilitó que entre 1924 y 1926, vinieran grandes grupos de ellos. Que pasaron trabajo para aclimatarse por el calor; sobre todo quienes arribaron contratados como jornaleros en la producción de azúcar, labor que pocos resistieron y quienes la lograron rebasar la dejaron poco después, cuando se hicieron de tierra y desarrollaron la agricultura, haciendo uso de una innovación no conocida aún aquí: los abonos químicos.

Fueron japoneses también quienes conformaron las primeras cooperativas de producción agrícola. En Isla de Pinos muchos se dedicaron al cultivo del pepino; especialmente, el medio centenar que vivía en el asentamiento Santa Bárbara, de estadounidenses.

Luego introdujeron el melón y otras hortalizas y frutos. Como corresponde a su conocida laboriosidad, cultivaban de modo intensivo y sin mecanización; pero conseguían altas cosechas.

También se destacaron en la pesca y en la dura minería, como consta en viejas plantillas y fotos de las pinareñas Minas de cobre de Matahambre.

Y aunque hoy mismo sus descendientes se ubican preferentemente en Isla de la Juventud y La Habana, llegaron a estar en 46 puntos del país pertenecientes a 13 de las 14 actuales provincias.

Dejaron también evidencias de su refinamiento y buen gusto, como puede verse en el Orquideario de la localidad occidental de Soroa, diseñado y sembrado en su totalidad por el horticultor Kenji Takeuchi, quien cultivó allí más de 700 especies de orquídeas, todavía disfrutables por quienes visitan aquellos parajes.

Y, por supuesto, están relacionados con la práctica del judo, que se inició aquí a partir de 1930, cuando enseñaron distintas formas de ese arte marcial pero de forma secreta, sólo a parientes o amigos de su comunidad.

Como casi todo, la presencia japonesa en Cuba también tiene sus momentos tristes. Tal fue el encarcelamiento de alrededor de 340 de sus hombres en el antiguo Presidio Modelo, convertido en campo de concentración para extranjeros oriundos de los países beligerantes de EEUU en los años de la II Guerra Mundial, entre 1942 y 1945.

…Fue una verdadera injusticia de la cual los cubanos de hoy sentimos vergüenza ajena, y que el carácter afable y noble de los japoneses ha sabido perdonar.

Fuentes: Sitios web Memorias de un cubano, de Carlos Bua, y Verbiclara

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