Jorge Gómez Barata
Una utopía, como puede ser la construcción de una sociedad perfecta, no es un programa político viable y con capacidad de convocatoria para atraer a las masas, sino una propuesta de matriz intelectual cuya realización, en el mejor de los casos, requiere sacrificios por varias generaciones y traspasa el disfrute de protagonistas a herederos. Así no funciona la política.
O bien la izquierda tiene un programa de reivindicaciones concretas, cumplibles en plazos razonables, o no tiene programa alguno.
Los procesos civilizatorios que conducen a la globalización no son exclusivamente económicos, sino fundamentalmente culturales. Las sociedades actuales, predominantemente urbanas, razonablemente escolarizadas, con acceso a los medios de difusión, políticamente plurales y culturalmente diversas, difícilmente se sumen a proyectos políticos, que como algunos que estuvieron vigentes en el siglo XX, reivindican la exclusividad ideológica.
Atraídas por el confort, el consumo, y el disfrute cultural, y por anhelos de paz compartidos, la juventud de hoy, difícilmente se enganche en proyectos políticos excesivamente confrontacionales, que requieran de la permanente movilización, entrañen sacrificios, y subordinen el éxito a la exaltación de líderes de perfil mesiánico. El mundo de hoy es menos militante que el de nuestros mayores, incluso que el de nuestra juventud.
El surgimiento de la izquierda europea fue un movimiento espontáneo de los trabajadores frente a los insoportables excesos del capitalismo salvaje, que dio lugar a los sindicatos a los que Marx, que nunca fue un líder obrero, apoyó decisivamente, como fue el caso de la formación y dirección durante varios años de la Asociación Internacional de Trabajadores. Lo mismo hizo con los partidos obreros surgidos de aquel turbión.
Acertadamente los partidos comunistas fundados en el siglo XX en América Latina, de varias maneras se asociaron a los sindicatos obreros, las organizaciones campesinas, y los movimientos estudiantiles. Uno de sus mayores aportes fue trasvasar cuadros de las organizaciones políticas a la organización obrera, con lo cual los marxistas, y para entonces leninistas, se aproximaron a los trabajadores y apoyaron sus reivindicaciones.
De hecho la izquierda europea, y más tarde la latinoamericana, incluidos liberales, socialdemócratas, comunistas, y socialistas, nacieron y crecieron como parte de movimientos reivindicatorios asociados a los intereses de obreros, campesinos, y estudiantes.
Si bien la imbricación de algunos postulados científicos del marxismo con los intereses y las demandas de los trabajadores sirvieron para sustentar teóricamente las luchas obreras, campesinas, y estudiantiles, estas masas no se aproximaron al socialismo a partir de abstracciones, ni se sumaron a proyectos inspirados en preceptos filosóficos que, atinados o no, son de difícil e incluso dudosa realización.
Las vanguardias o los líderes que sueñan ideales que no tienen posibilidades de realizarse, no pueden ser eficaces, y quienes convoquen a experimentos a escala social que comprometen el destino de millones de personas sin objetivos claros y opciones ganadoras, están más cerca del fracaso que de cualquier otro punto de llegada. Allá nos vemos.