Zheger Hay Harb
El inefable ministro de Defensa, el ex jefe de los grandes comerciantes del país, que salió de la federación (Fenalco) que los agrupa directamente a asumir esa cartera, no deja de asombrarnos con su postura de extrema derecha.
Ahora salió con la perla de que la protesta social debe ser reglamentada. Causó tal escándalo su exabrupto que el presidente Duque, se vio precisado a corregirlo diciendo que ese es un derecho constitucional siempre y cuando se desarrolle dentro de los cauces legales. El ministro entonces, tratando de enmendar la plana, ha dicho que ese derecho implica la libre circulación de los ciudadanos.
Él pide que la protesta represente a todos los ciudadanos y no incomode a ninguno. Daría risa si no fuera tan grave. Por supuesto que quien protesta es porque no está de acuerdo con todos; manifiestan su disenso frente a situaciones que no comparten; defienden derechos de minorías con los cuales las mayorías están en contra. Ahora quiere que la protesta no afecte a nadie ni impida el transcurrir normal de todas las actividades como si precisamente esos disidentes no se manifestaran contra un estado de cosas que no aprueban.
Esa es una afirmación dirigida específicamente a los integrantes de la Cumbre Agraria, que generalmente en sus marchas hacia Bogotá cierran la Vía Panamericana que comunica al sur occidente del país con el centro y la frontera con Ecuador.
Este ministro viene adelantando una verdadera cruzada contra la erradicación manual y la sustitución voluntaria de cultivos de uso ilícito, pactadas en los acuerdos de paz con la guerrilla de las FARC y en cambio proponiendo como panacea la fumigación con glifosato. Ya durante el desarrollo de los diálogos pudimos conocer sus permanentes objeciones.
De nada han valido los conceptos científicos; en ese punto el ministro está perfectamente alineado con Trump y allí sí no encontrará las correcciones del presidente Duque, que ya ha mostrado su complacencia en general con las imposiciones del patán que dirige al país del norte y con este veneno que ya ha demostrado su ineficacia frente a la producción de narcóticos y sí en cambio una gran efectividad para matar los cultivos de los pequeños campesinos y en el envenenamiento de aguas.
Ya el nuevo embajador de Colombia ante Estados Unidos, Francisco Santos, ex vicepresidente de Álvaro Uribe, se manifestó completamente de acuerdo con la agenda que Trump quiere imponernos volviendo a “narcotizar” las relaciones entre los dos países. Así que volverán las fumigaciones que ahora quieren hacernos ver que no serán dañinas porque se harán con drones en lugar de avionetas.
Claro que no debería extrañarnos si son los títeres del ex presidente que durante su mandato de muy buena gana aceptó la instalación de bases militares de Estados Unidos en Colombia. Y, cuando se conoció que ese país había anunciado su invasión armada a uno de esos países del medio oriente que periódicamente pierde pero persiste en iniciar una y otra vez al costo de vidas humanas de invadidos e invasores, dijo como si nada que para qué iban a ir tan lejos estando nosotros mucho más cerca, para que ayudaran a combatir a la guerrilla.
Colombia nunca ha tenido la dignidad debida ante los irrespetos de Estados Unidos, que se arroga el derecho a certificarnos o no en la lucha antidrogas que tantos muertos nos ha costado, pero por lo menos en el gobierno de Santos éste tuvo actitudes de dignidad.
Como cuando Trump pretendió imponer el esquema de combate a las drogas y Santos le contestó que él no necesitaba que nadie le ordenara lo que por voluntad propia estaba dispuesto a hacer.
Y en cuanto al proceso de paz, supo manejar con tacto pero con firmeza las necesidades del diálogo con la guerrilla sin dejarse imponer la agenda. Ahora ya sabemos que la dirección de los vientos ha cambiado y que por más que Duque quiera presentarse como ajeno a los extremismos de su partido (Centro Democrático) en materia de seguridad no tiene intenciones ni fuerza suficiente para desmarcarse.