Pedro Díaz Arcia
La situación en Venezuela debe ser resuelta por los venezolanos y sólo por ellos, sin la menor injerencia extranjera. Así como los asuntos internos de Nicaragua, Ecuador, Cuba, Uruguay, México, Bolivia, Reino Unido o de cualquier otro país deben ser resueltos por sus ciudadanos, en absoluto respeto a su derecho soberano.
Llamar a enfrentamientos fratricidas es una insensatez que no conducirá a una solución de los críticos problemas que enfrenta la nación, sino a una guerra civil con trágicas consecuencias. En particular Estados Unidos que, con un récord de intervenciones militares en nuestra región, debía contribuir a ese fin o guardar un cauto silencio; pero es que sigue en vigencia la Doctrina Monroe.
¿Qué país de América Latina y el Caribe no ha sufrido el acecho, el chantaje o la agresión militar de Washington? Por el contrario, recurre a cualquier medio, incluyendo la llamada guerra híbrida, una sinergia de métodos y recursos que no excluye el uso de la fuerza para eliminar escollos que se opongan a sus intereses.
Intervinieron militarmente en México para arrebatarle la mitad de su territorio; ocuparon Cuba, impidiendo su independencia de España para transformarla en una neocolonia. Lo hicieron en Nicaragua más de una vez, como en tantos otros países.
Ocuparon El Salvador; Honduras; Panamá; República Dominicana. También Haití para convertirlo en un Protectorado, entonces el secretario de Estado estadounidense, William Jennings Bryan, dijo con un racismo enfermizo: “Imaginen esto: negros hablando francés”.
Derrocaron al gobierno progresista y democrático de Jacobo Árbenz en Guatemala, para ocasionar 150,000 muertos con la política de “tierra arrasada”; mucho después crearon la Operación Cóndor para acabar con la insurgencia de izquierda y el activismo social en Suramérica, con énfasis en Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay y Bolivia; las ejecuciones extrajudiciales sumaron otras 300,000 víctimas al martirologio latinoamericano.
Participaron en el golpe de Estado contra el presidente chileno Salvador Allende, provocando miles de muertes y flagrantes violaciones de los derechos humanos. Augusto Pinochet tiñó sus manos de sangre al amparo de la CIA. Y no olvidemos la invasión de la pequeña isla de Granada, aprovechando una conspiración contra el líder nacionalista Maurice Bishop.
Sin embargo, no recuerdo cuándo Washington exigió la renuncia de alguno de los miembros de la dinastía Somoza en Nicaragua; o de Fulgencio Batista en Cuba; de Gustavo Díaz Ordaz en México, por la matanza de Tlatelolco; de Augusto Pinochet en Chile; o de Carlos Andrés Pérez en Venezuela cuando el Caracazo.
No pidió que Roberto Micheletti abandonara la presidencia de Honduras, porque en la Embajada estadounidense en Tegucigalpa se había fraguado el golpe de Estado contra el presidente electo Manuel Zelaya. Ni abogó por la salida del Palacio de Planalto del corrupto Michel Temer, quien depuso por un golpe parlamentario a la presidenta democrática Dilma Rousseff.
En 1912, el Presidente estadounidense, William H. Taft (1909-1913) declaró: “No está distante el día en que tres estrellas y tres franjas en tres puntos equidistantes delimiten nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. El hemisferio completo de hecho será nuestro en virtud de nuestra superioridad racial, como es ya nuestro moralmente”. Pareciera un tuit del actual gobernante estadounidense, Donald Trump.
Alguien dijo con acierto, la guerra llega si “fracasa el lenguaje”.