El jurista y escritor John W. Whitehead publicó el reciente 1º de octubre un documentado artículo en el que argumenta que todos los imperios militares eventualmente caen. Fracasan cuando en la procura por extenderse se debilitan y se desgastan hasta la muerte. Los prolongados períodos de guerra y la falsa prosperidad económica conducen en gran medida a su desaparición. Sucedió en Roma y está sucediendo en Estados Unidos.
En la cúspide de su poder, ni siquiera el poderoso Imperio Romano pudo vislumbrar el vínculo entre el colapso de su economía y el florecimiento de sus fuerzas armadas. El historiador Chalmers Johnson lo predijo al constatar que el destino de los imperios “democráticos” anteriores sugiere que tal conflicto es insostenible y se resolverá de una de dos maneras. Roma intentó mantener su imperio y perdió su democracia. Gran Bretaña optó por seguir siendo “democrática” y en el proceso dejó ir su imperio. El pueblo de Estados Unidos ya está embarcado en el curso de un imperio nada democrático.
El imperio estadounidense -con sus interminables guerras libradas por militares que han sido reducidos a poco más que soldados de alquiler subcontratados, extendidos en exceso y desplegados en lugares remotos para vigilar el mundo- se está acercando a un punto de quiebra.
La guerra se ha convertido en una gran empresa lucrativa, y Estados Unidos, con su vasto imperio militar y su incestuosa relación con una gran cantidad de contratistas internacionales de defensa, es uno de sus mejores compradores y vendedores. Como escribe Reuters, “el presidente Trump ha ido más allá que todos sus predecesores al actuar como vendedor de la industria de defensa”.
Bajo el liderazgo de Trump, el ejército estadounidense lanza una bomba cada 12 minutos, sólo superado por Obama, el llamado candidato antibélico y ganador del Premio Nobel de la Paz, quien libró la guerra por más tiempo que cualquier presidente anterior y cuyos asesinatos masivos a sangre fría causaron por lo menos 1.3 millones de vidas perdidas en la guerra contra el terrorismo liderada por Washington.
Recientemente, la Administración Trump señaló su voluntad de arriesgar la vida de las tropas estadounidenses para proteger los recursos petroleros de Arabia Saudita. Alrededor de 200 soldados estadounidenses se unirán a los 500 ya estacionados en ese país sumándose a los 60,000 militares estadounidenses que han estado desplegadas por todo el Medio Oriente durante décadas.
Ahora que, según The Washington Post, Estados Unidos es el mayor productor de petróleo del mundo, Whitehead se pregunta “¿qué intereses estamos protegiendo ahora?”.
Estados Unidos tiene desde hace mucho tiempo afición por las guerras interminables que vacían sus arcas públicas y engordan las del complejo industrial militar.
Ayudado e instigado por el gobierno de Estados Unidos, su complejo militar-industrial ha erigido un imperio insuperable en la historia por su amplitud y alcance, dedicado a llevar a cabo una guerra perpetua en toda la Tierra.
Aunque EEUU tiene el 5% de la población mundial, presume tener casi el 50% del gasto militar total mundial, gastando más en las fuerzas armadas que el conjunto de las 19 naciones con mayor gasto en ello. De hecho, el Pentágono gasta más en guerras que el conjunto de los 50 estados que más gastan en salud, educación, bienestar y seguridad.
Este nivel de belicismo cuesta caro a los contribuyentes que pagan la factura y ha sido cooptado por codiciosos contratistas de defensa, políticos corruptos e incompetentes funcionarios públicos, el creciente imperio militar de Estados Unidos desangra al país a un ritmo de más de 32 millones de dólares por hora.
Con más de 800 bases militares estadounidenses en 80 países, Estados Unidos opera actualmente en el 40% de los países a un costo de entre 160,000 y 200,000 millones de dólares anuales.
Al contribuyente estadounidense le ha costado más de 4.7 billones de dólares desde 2001 luchar contra la llamada “guerra contra el terrorismo” del gobierno. A eso súmense 127,000 millones de dólares en los últimos 17 años para capacitar a agentes de policía, militares y de patrulla fronteriza en muchos países y para desarrollar programas de educación antiterrorista, entre otras actividades”, sin incluir el costo de mantener y dotar de personal a las más de 800 bases militares estadounidenses en todo el mundo.
El gobierno de Estados Unidos está gastando dinero que no tiene en un imperio militar que no puede permitirse. Durante más de 15 años, Estados Unidos ha estado luchando contra el terrorismo con tarjeta de crédito, financiando las guerras con deudas, en forma de compras de bonos del Tesoro de Estados Unidos por parte de entidades con sede en Estados Unidos, como fondos de pensiones y gobiernos estatales y locales, y por parte de países extranjeros.
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