Internacional

No al intervencionismo

Pedro Díaz Arcia

Algunos legisladores estadounidenses han solicitado al gobierno sancionar a funcionarios mexicanos por “irresponsabilidad” en el enfrentamiento a los cárteles que operan en su territorio. Incluso han escalado hasta proponer que se declare a las organizaciones criminales como terroristas para tener el pretexto de utilizar tropas que operen en México.

El criterio de garantizar” la seguridad de sus ciudadanos en el exterior, no puede basarse en violar principios irrestrictos del derecho internacional como la soberanía y la autodeterminación de las naciones. Ningún gobierno por fuerte que sea, está facultado para amenazar siquiera la integridad territorial de otro. Además, no es posible abrir las puertas al mayor depredador del mundo, que vive de la guerra, para querer “poner orden” en patio ajeno.

Una cosa es que los órganos competentes admitan la cooperación extranjera en una investigación y otra muy distinta es aceptar la intromisión en sus asuntos internos.

La historia de América Latina, a lo largo de más de cien años, ha estado sujeta a la política exterior de Washington, mascarón de proa de sus intereses capitales. La doctrina Monroe, esa funesta concepción nacida de las entrañas imperiales en el primer cuarto del siglo XIX y que México sufrió en sus carnes, ha sido fiscal a la hora de determinar quién es quién en el continente y cómo actuar ante cada país en estos suelos, con fatales consecuencias.

Por supuesto, su poder no ha respetado fronteras y es difícil citar un conflicto de relevancia en la historia contemporánea, no importa su naturaleza, bélica o ecológica, en el que Estados Unidos no tenga un papel protagónico.

Fiel a la idea mesiánica de modelar y regir el destino de nuestras naciones a su semejanza, irrumpe a solicitud de golpistas o por iniciativa propia.

En 1965, intervinieron militarmente la República Dominicana para evitar la reinstauración en la presidencia de Juan Bosch, destituido mediante un golpe de Estado en 1963 ante el carácter democrático de su gobierno; la rebelión popular fue aplastada sin miramientos por el Cuerpo de Marines estadounidense. En 1983, aprovechando la confusión y división entre las fuerzas revolucionarias que habían arribado al poder, ocuparon Granada con el pretexto de proteger a conciudadanos norteamericanos.

Un total de unos 8 mil 500 millones de personas han muerto debido a las intervenciones estadounidenses en el planeta.

El pasado 15 de abril, el expresidente Jimmy Carter (1977-1981) sostuvo una conversación telefónica con el actual gobernante Donald Trump, en la que el tema principal era intercambiar criterios sobre cómo negociar con China. El líder demócrata tenía a su haber la normalización de relaciones diplomáticas con la potencia asiática. Pero evidentemente el intercambio fue ríspido.

Cuando Carter habló al día siguiente en una iglesia bautista del estado de Georgia, se refirió a la preocupación de Trump en el sentido de que China se adelantaba a Estados Unidos, inquietud que compartió; dijo entonces a los feligreses: “¿Y saben por qué?”. Debido a que Estados Unidos es “la nación más beligerante en la historia del mundo” por el deseo de imponer sus valores a las demás naciones.

En momentos en que América Latina pareciera despertar de un oscuro período de alianzas de derecha que retomaron el poder en varios países de la región; y ante indicios de que la correlación de fuerzas podría encontrarse en un punto de giro, los gobiernos soberanos deben rechazar la menor señal de injerencia foránea.

La bestia no puede oler la adrenalina.