Internacional

Sin tomar el té

Por Marina MenéndezFotos: Lisbet Goenaga y Archivo(Especial para Por Esto!)

LA HABANA, Cuba, 30 de marzo.- A William Shakespeare se le ve más gallardo en su esbelta aunque fría figura, una semana después de que el Príncipe de Gales posara junto a él para los numerosos fotorreporteros que dieron cuenta de la primera visita a Cuba de un miembro de la Realeza británica.

Durante su reciente estancia a La Habana también estuvo el heredero de la Corona del Reino Unido en la compañía de ballet de Carlos Acosta, el famoso bailarín negro nacido en un barrio desfavorecido que acaba de ser escogido como nuevo director del Royal Ballet de Birmingham, cargo que ocupará en 2020.

Y hasta se sentó junto a John Lennon, su inolvidable paisano exBeatle, adoptando la desenfadada pose que habría asumido cualquier turista de su país, mientras disfrutaba la brisa en un céntrico parque del Vedado y tarareaba, quizá, la música de “Hey, Jude” o “Let it be” sentado junto a su estatua…

La sede de la compañía infantil La Colmenita y el Centro de Inmunología Molecular fueron otros de los lugares recorridos sin contar el Palacio de la Revolución, donde le recibió el Presidente Miguel Díaz-Canel en un acto amistoso precedido por la reciente estancia del mandatario en Londres en noviembre pasado, durante una parada de tránsito hacia la Isla, luego de una gira por Asia.

No estuvo, sin embargo, el Príncipe Carlos, en un sitio emblemático ubicado tan cerca de la estatua de Shakespeare, que el heredero de la Corona habría podido ir caminando: el Jardín cubano dedicado a Lady Di en la parte colonial, uno de los pocos homenajes que se le había rendido en el mundo a su primera esposa cuando Eusebio Leal, el Historiador de la Ciudad, lo dejó inaugurado pocos meses después de la trágica muerte de Diana, en agosto de 1998.

Su fallecimiento en un accidente automovilístico estuvo rodeado de conjeturas que perviven, dadas las divergencias que su actividad social a favor de los desfavorecidos y segregados, provocaba en la Realeza.

Fue, por tanto, una ausencia comprensible… Además de que a todas partes en La Habana llegó el Príncipe acompañado por Camila, la duquesa de Cornualles, con quien Carlos contrajo nupcias en 2005, en una boda largamente pospuesta por la muerte de su primera consorte.

Se dice que Camila lo conocía antes de que el hijo mayor de la Reina Isabel II se casara con Diana; y que era su amante también mucho antes del divorcio del Príncipe y Lady Di: una relación turbia y tensa mucho que desembocó en la disolución del matrimonio.

Pero en nada de eso parecía pensar la pareja que un día ocupará el trono cuando iban a visitar a Lennon, acomodados en un auto descapotable inglés marca MG TD de 1953… Un coche que solo podía disfrutar el Príncipe en Cuba, donde la escasez causada por el bloqueo de Estados Unidos ha obligado al ingenio popular a hacer rodar los coches antiguos como si fueran de estreno.

Precisamente por esos rumbos pueden anotarse los frutos contantes y sonantes más inmediatos de la parada oficial de Carlos en la Isla como parte de un periplo por el Caribe, y más allá del alborozo que el paseo de un príncipe por las calles adoquinadas causó entre los cubanos de a pie.

Fue también una señal halagüeña que aquí no pasa por alto. Su estancia se constató en medio de la recrudecida hostilidad de la administración de Donald Trump hacia la Isla, y sacó a la luz dos proyectos económicos importantes para la nación antillana.

Uno de ellos es la construcción del primer parque solar enclavado en la Zona Especial de Desarrollo Mariel, que ejecuta la corporación británica Mariel Solar S.A. con una filial ciento por ciento cubana, y que será primero de gran escala aquí y el más grande de la región.

Y también constató el heredero de la Corona el avance de la primera bioeléctrica que se construye en la Isla, ejecutada por la empresa Biopower S.A.; un consorcio con capital cubano y de Gran Bretaña que se dedicará a la generación de energía eléctrica a partir de la biomasa vegetal.

Según se ha estimado, ambos proyectos aportarán energía limpia, generarán empleos y ahorrarán cuantiosas sumas por concepto de compra de combustibles fósiles.

Los nexos comerciales entre Cuba y Gran Bretaña, sin embargo, están a la baja. Según ha trascendido, el comercio bilateral descendió de 168,3 millones de dólares en 2013 a 63,6 millones en 2017. Y aunque en los años recientes el turismo británico a Cuba se ubicaba en unos 200,000 turistas anuales, el pasado enero vinieron unos 16,000, quienes representaron 12% menos que los registrados en enero de 2018.

Fuentes periodísticas británicas han aseverado que la visita de Carlos “llevó” Cuba a Gran Bretaña, por lo que se espera un incremento de todas las cifras.

La hora de los mameyes

Aún con todas las expectativas que la visita deja abiertas, no ocultó Cuba los roces que han existido en su relación con Gran Bretaña.

Durante el paseo por la llamada Habana Vieja, Carlos y Camila también estuvieron frente a la tarja que recuerda la heroicidad y arrojo de los criollos cuando los ingleses asaltaron y se posicionaron de la principal ciudad cubana en agosto de 1762, luego de derrotar en sucesivos combates a los soldados de España.

Fue ese el primer contacto entre la entonces colonia y la pérfida Albión, como la llamara Martí: un encontronazo que provocó 11 meses de ocupación inglesa en la capital de la Isla.

Cierto que de la célebre Toma de La Habana por los ingleses (como nos enseñan a los cubanos en la escuela) no quedó nada. Ni siquiera el hábito británico de tomar té a las tres que aún hoy, con la generalizada fiebre por adelgazar, no prende en la Isla, donde seguimos siendo amantes del café fuerte.

En verdad, los ingleses nunca fueron aceptados por los habitantes de Cuba quienes, en son de burla y atendiendo a sus casacas rojas, llamaron a su invasión “la hora de los mameyes”, frase popular que se sigue usando hoy.

Pero algunos estiman que la ocupación, duradera hasta que en negociación con España ésta le entregó a Londres los pantanos de la Florida, a cambio de Guadalupe y Martinica en Cuba, fue beneficiosa para ésta.

Así lo afirmaba el prestigioso historiador lord Hugh Thomas, durante una conferencia dictada en el año 2002, a partir de las aseveraciones generalizadas de que aquel suceso el “turning point” (punto de giro) en la historia de Cuba.

Según él, si bien el giro no fue abrupto, la presencia británica en La Habana elevó la producción y exportación de azúcar, y potenció el valor de la capital de Cuba como centro donde convergían los barcos cargados de mercancías y provenientes de otras ciudades del Nuevo Mundo.

Ahora, también el Príncipe de Gales parece haber sopesado las bondades de relaciones armoniosas con la Mayor de las Antillas y, en medio de pretendido aislamiento, da respuesta afirmativa a la pregunta con que inicia su soliloquio Hamlet, la obra cumbre de William Shakespeare, reflejada en la pose de su estatua.

“To be or not to be, that is the question…” To be! (Ser o no ser, esa es la pregunta… Ser!)