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Internacional

A grandes desafíos, mayores victorias

Jorge Gómez Barata

Para Raúl Castro los acuerdos alcanzados con Obama no fueron un punto de partida, sino de llegada. Desde 2007, como antes lo había hecho su hermano Fidel, abogó por negociar con Washington las diferencias, reclamando respecto mutuo. Lo alcanzado hizo creer que se abría una nueva etapa. El éxito electoral de Donald Trump reveló que no era así.

Al dar por segura la victoria de su partido en las elecciones de 2016, Obama no comprometió al stablishment para blindar sus decisiones respecto a Cuba, que significaban un cambio radical de política hacia la Isla, incluyendo el levantamiento del bloqueo.

A la errónea percepción del nuevo presidente respecto a Cuba, se sumó la oportunista intervención de la extrema derecha emergente, heredera de la contrarrevolución cubana, radicada en Miami que, a cambio de influencias políticas, trabaja para asegurarle el voto cubano en los comicios del 2020. Semejante encaje es aprovechado por el inescrupuloso y ambicioso senador Marcos Rubio.

Aunque se conoce la convicción de Barack Obama acerca del agotamiento de la política seguida respecto a Cuba que, a la altura del siglo XXI aislaba más a Estados Unidos que al gobierno cubano, no se dominan los detalles de cómo los presidentes de Estados Unidos y Cuba encontraron el camino hacia la mesa de negociaciones, en torno a la cual, con pragmatismo y sabiduría, los equipos diplomáticos alcanzaron acuerdos trascendentales.

Sin embargo, hubo otros actores, entre ellos el papa Francisco, el cardenal y obispo de La Habana Jaime Ortega (ahora gravemente enfermo), y el gobierno de Canadá, que sirvió como sede para los encuentros.

El resto de la historia es conocida. Con la elección de Trump el viento sopló en sentido opuesto. No obstante, ha quedado la enseñanza de que, según una expresión preferida por Raúl Castro: “Si se puede”.

En efecto, otra vez se puede, aunque para ello se necesita una mentalidad que lo crea posible, privilegie el pragmatismo, trabaje para procurar entendimientos y convoque apoyos. Debido a la incomunicación vigente, tal vez se requiera alguna asistencia externa.

Cuando Putin, un aliado de Cuba, se reúne con Trump, además de los problemas bilaterales, dialogan sobre Siria, Venezuela, y Ucrania, pero nunca hablan de Cuba. También Xi Jinping, además de su complicada agenda con Estados Unidos, encuentra espacios para aludir el tema de Corea y otros. ¿Por qué no mencionar a Cuba? Shinzo Abe, primer ministro de Japón, quien parece estar desempeñando un importante papel a favor del entendimiento entre Trump y King Jong-Un, tal vez, si se le pide, pudiera interponer sus buenos oficios.

Cuba necesita reencontrar la senda para, como mismo hizo Raúl Castro, abrir caminos que conduzcan, como mínimo, a un “alto al fuego”. Obviamente no se puede impedir que Bolton y Rubio le hablen al oído a Trump, y destilen su bilis contra Cuba, pero tal vez se pueda procurar que lo hagan otros más calificados y de mejor buena fe.

Conseguir apoyos para ir a la guerra o acentuar conflictos es difícil, pero no lo es tanto cuando se trata de atenuar tensiones y trabajar por el arreglo pacífico de los conflictos. En Noruega, por ejemplo, mediar es una especie de deporte nacional, sus gobiernos, en varios escenarios, incluso han trabajado con Cuba.

La tarea de la diplomacia es allanar caminos y tender puentes, incluso sobre los abismos. Nada se pierde con intentarlo. Parafraseando al presidente Díaz-Canel: “Las victorias son mayores mientras más grandes son los desafíos”.

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