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Internacional

Una cumbre con penas, pero sin gloria

Pedro Díaz Arcia

Lo que conocemos como sociedad global está pagando el precio por décadas de deterioro de principios básicos para la convivencia y el cuidado del medio ambiente ante la voracidad insaciable de los regímenes, que manipulados por el capital transnacional, solo piensan en el enriquecimiento de élites privilegiadas.

¿Qué les importa si disminuye la capa de ozono o si la Amazonia se convierte en un trazo de cenizas?

La labor de medios de influjo masivo, bien renumerados por cierto y que responden a esos intereses, entretienen a nuestros pueblos con un constante bombardeo de banalidades que incitan a un consumismo desmedido, así como al desarrollo de sentimientos de egoísmo y exclusión; incluso, a subordinar los valores patrios a los fetiches de la popularidad y del bienestar individual.

En este contexto, cuando el mundo pareciera deshacerse por sus pespuntes, inició el sábado sus sesiones uno de los clubes más rimbombantes del mundo, pero en estado de decadencia. El grupo G-7, integrado por los principales países industriales: Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón y Reino Unido, acudió al flamante balneario de Biarritz, Francia, para analizar qué hacer ante crisis, de distinta naturaleza, en las que tienen altas cuotas de responsabilidad.

Con evidentes signos de fractura, el decadente cónclave, con la ausencia de piezas clave en el panorama geopolítico, económico y comercial, sacó a flote sus profundos desacuerdos, en medio de antagonismos de los que no escapa el capitalismo; mientras miles de manifestantes se enfrentan a la policía en fuertes protestas contra las políticas neoliberales.

El presidente estadounidense, Donald Trump, en estado de confort con el “sicariato intelectual” que lo rodea, no pudo zafarse de las facturas que por acá y por allá le pasaban en cenas y citas los líderes de potencias europeas que, mayoritariamente, mostraron su oposición a la política arancelaria, culpándolo de lacerar las economías y subvertir los mercados de valores.

Tratando de salir del laberinto, intentó congraciarse al decir que tenía “dudas” sobre la guerra comercial con China; de inmediato, el séquito aclaró que no era lo que había dicho. A lo que estamos mal acostumbrados. El presidente Emmanuel Macron, lo “acosó”, al extremo que sus asesores dijeron que los funcionarios galos se empeñaban en aislar a Trump del resto de sus interlocutores. Mientras el principal asesor económico del inquilino de la Casa Blanca, Larry Kudlow, escribió en The Wall Street Journal que “El G-7 está en peligro de perderse por completo”.

Creo que la tapa al pomo la colocó, increíblemente, Boris Johnson, primer ministro británico, elogiado al extremo por Trump. Cuando éste dijo que no había escuchado quejas respecto a los aranceles comerciales, Johnson le enmendó la plana: “Creemos que, en general, el Reino Unido se ha beneficiado masivamente en los últimos 200 años del libre comercio y eso es lo que queremos ver”.

La duda que planeaba sobre la cumbre era si habría un comunicado final, como suele ser. Recordemos que Trump retiró su firma del documento en la cumbre anterior, con la excusa de que no estaba satisfecho con las palabras del anfitrión, Justin Trudeau, primer ministro canadiense, pronunciadas en la rueda de prensa. Los motivos, no excusas, sobran ahora para que se vaya rumiando por donde llegó.

Pero doy por descontado que el magnate dirá que fue un éxito su participación en Biarritz. Y, si algo no salió bien, no fue su culpa.

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