Internacional

Estamos a la buena de los vientos

Pedro Díaz Arcia

La Cumbre del Grupo de los Siete (G-7) que agrupa a los países de mayor desarrollo industrial del planeta cerró sus cortinas; pero la Amazonia sigue ardiendo; el bloque hizo una donación de sólo 20 millones de dólares para paliar la desgracia; pero siguen en llamas los bosques. La mayor reserva de diversidad biológica, entre otras inmensas riquezas, se desangra a borbotones a nuestra vista.

Si alguien debe responder por el desastre son el supremacista Joel Bolsonaro y su carnal y guía intelectual Donald Trump, quien en una de sus tantas estupideces negó la existencia del cambio climático, para ahora querer combatirlo con bombas nucleares.

Paralelamente al drama, las potencias que integran el club elitista destinan gigantescos recursos financieros a la adquisición de armas. Los presupuestos militares de los miembros del G-7, en 2017, ascendieron a 854.5 mil millones de dólares, distribuidos de la siguiente manera: Estados Unidos 610; Francia 57.8; Reino Unido 47.2; Japón 45.4; Alemania 44.3; Italia 29.2; y Canadá 20.6 miles de millones de dólares.

En 2018, los cinco miembros del G-7 que encabezaban los gastos militares el año anterior, elevaron sus presupuestos: Estados Unidos, a 649 mil millones de dólares, el 36% mundial de toda la inversión bélica: Francia, a 63.8; Reino Unido, a 50; Alemania, a 49.5; y Japón a 46.6; para un total de 858.9 mil millones de dólares, superior a lo que destinaron en 2017.

Respecto al tema, si bien China aumentó su presupuesto en 2018 en un 5%, elevándolo a 250,000 millones de dólares; si realizamos los cálculos veremos que es inferior en 399 mil millones de dólares al de Estados Unidos. Pekín se prepara ante la política estratégica del Pentágono en la región Asia-Pacífico y las provocaciones en los mares que la circundan.

Hay que apuntar que Estados Unidos no sólo es el país que más invierte en armas, sino también el que más vende. Un doble récord.

Mientras Rusia, que disminuyó en un 20% sus inversiones en 2016, retomó el camino de fortalecer sus sistemas de defensa, con impresionantes avances ante las amenazas de los sistemas de antimisiles en Europa, con la proa hacia sus fronteras.

La escalada militar ha encontrado buen pasto ante la ausencia de tratados internacionales que la regulen. Recientemente, el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés), en su informe anual indicó que los gastos en 2018, son los más altos desde la Guerra Fría, alcanzando el 2.2% del PIB mundial.

La retirada de Washington del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por sus siglas en inglés) y del Pacto Nuclear con Irán, si no colocaron los últimos clavos al ataúd del control de armas atómicas, al menos maniataron los esfuerzos.

Las fuerzas armadas estadounidenses ya tenían, en diciembre de 2015, más de 200,000 tropas distribuidas en un centenar de países, en todos los continentes, según informes del propio Departamento de Defensa. Quizá ahora dispongan de menos soldados sobre el terreno debido a las nuevas tecnologías de combate.

A todas éstas, ¿qué entidad internacional puede frenar la carrera armamentista? Ninguna.

¿Puede la ONU controlar la creación o proliferación de armas atómicas? No.

En fin, estamos a la buena de los vientos.