Manuel E. Yepe
La pandemia del coronavirus parece haberle propinado un gran golpe al neoliberalismo pero aún se requiere de un empujón final para hacer esto realidad, según aprecia el escritor y profesor Jeremy Mohler.
Han pasado 34 años desde que el entonces presidente Ronald Reagan resumió la visión conservadora del papel del gobierno en Estados Unidos.
Desde entonces, las fuerzas corporativas y los políticos conservadores se han hecho de las legislaturas y agencias reguladoras gubernamentales, han reescrito las reglas sobre el gasto político y han reducido los impuestos a las corporaciones y a los ricos. Desafortunadamente, en un desarrollo histórico conocido como neoliberalismo, a menudo se les han unido los liberales para privatizar los bienes y servicios públicos y cortar las redes de la seguridad social. Ha sido obvio por mucho tiempo que el “mercado libre” no regulado no puede proveer todo lo que necesitamos. Un vistazo a las estadísticas sobre los resultados en materia de salud o la explosión de los costos de la vivienda, o incluso un recuerdo fugaz de la Gran Recesión de 2008, los recordará.
Pero en los últimos días, cuando el brote de COVID-19 ha puesto de rodillas a la economía mundial, hay que recordar lo absurdas y frías que suenan las palabras de Reagan en momentos en que incluso los senadores republicanos piden que el gobierno federal proporcione pagos directos en efectivo a todos los estadounidenses (por muy miserables e insuficientes que sean esas propuestas).
Si tenemos suerte, estamos siendo testigos de la muerte de las ideas que componen el consenso neoliberal. El argumento de que la competencia del mercado debe ser expandida a cada característica de la vida, incluyendo la educación, el cuidado de la salud, los servicios sociales, e incluso la democracia, son centrales para el neoliberalismo.
La lógica neoliberal ha distorsionado el sistema de salud de EEUU, alejándolo de la provisión de cuidados adecuados y orientándolo hacia la obtención de beneficios para las compañías de seguros médicos y farmacéuticas. Se estima que 21 millones de personas en Estados Unidos necesitarán ser hospitalizadas en el curso de esta crisis, sin embargo, sólo hay disponibles 925,000 camas.
Años de recortes en los hospitales de todo el país, impulsados por el afán de lucro, han dejado a los Estados Unidos en una situación especialmente difícil. El número de camas en hospitales se redujo en un 39% entre 1981 y 1999.
Puede que no haya mejor ejemplo de este pensamiento que el expresado por el secretario de Salud y Servicios Humanos, Alex Azar, quien se negó a garantizar que una vacuna contra el coronavirus sería asequible para todos porque “necesitamos que el sector privado invierta”.
Luego está la idea de que el recorte de impuestos, en particular para las corporaciones y los ricos, vale la pena cualquiera que sea el costo para los servicios e instituciones públicas. Décadas de austeridad han reducido el personal, el equipo y la planificación de los organismos de salud pública.
Desde 2008 se ha perdido casi una cuarta parte de la fuerza de trabajo local de la salud pública. El financiamiento de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), del cual más de la mitad se destina a los estados, ciudades y pueblos, se ha reducido un 10% durante la última década.
A medida que los presupuestos se han ido reduciendo, no sólo en la salud pública sino en todas las instituciones públicas, el concepto de dirigir el gobierno como un negocio se ha convertido en sentido común. La respuesta de Trump a las preguntas sobre los recortes de su administración al presupuesto del CDC ofrece un ejemplo asombroso: “Algunas de las personas que cortamos, no han sido utilizadas por muchos, muchos años... Soy una persona de negocios -no me gusta tener miles de personas alrededor cuando no las necesitas. Cuando los necesitamos, podemos recuperarlos muy rápidamente.
“El enfoque neoliberal adecuado para los bienes públicos como la atención sanitaria y la educación pública es someterlos a prácticas comerciales como la subcontratación y la fabricación justo a tiempo. El que el servicio logre su propósito público se convierte en algo secundario para “ahorrar el dinero de los contribuyentes”.
Mientras nos enfrentamos al peor mes de despidos en la historia de Estados Unidos, ¿alguien tiene confianza en nuestra ya desgastada red de seguridad social cuando 23 estados se estaban quedando sin fondos para el desempleo antes del COVID-19.
El programa de Asistencia Temporal para Familias Necesitadas (TANF) de la nación llega sólo al 22% de las familias con niños que viven en la pobreza debido a los requisitos de trabajo, estrictos límites de tiempo y otras barreras.
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