Pedro Díaz Arcia
Cuando el periodista John L. O’Sullivan, en 1845, utilizó la frase “Destino Manifiesto” en un artículo de la revista Democratic Review de Nueva York para decir: “el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno”. Los fundamentos de la política estadounidense hacia América Latina estaban pautados.
El concepto expansionista era un corolario de la llamada Doctrina Monroe, expuesta en 1823 por el presidente John Quincy Adams. Por el rezo, Cuba estaba destinada a pertenecer a Estados Unidos. La desaparición de la Unión Soviética, en 1991, fue como la señal de que podrían hacerse definitivamente de un enclave geoestratégico con acceso al Océano Atlántico y al estrecho de Florida; impedida hasta entonces por la Revolución cubana.
Al referirse a la desaparición de la URSS, Fidel Castro declaró en enero de 2008 que para él había sido “como si dejara de salir el Sol”, durante una entrevista con el presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva. Casi dos años antes, previó la posibilidad de que eso sucediera. En 1989, en un discurso en Camagüey, afirmó que si algún día se conocía sobre una gran contienda civil en la Unión Soviética, o incluso que se había “desintegrado”, Cuba y la Revolución Cubana seguirían luchando y resistiendo.
La hecatombe irrumpió en nuestro escenario para marcar un antes y un después del triunfo revolucionario en 1959; en un momento en que el pueblo recorría un sendero escabroso debido a incontables dificultades económicas, atenazada además por un bloqueo que lejos de atenuar se intensificaba con ira satánica.
El 3 de agosto de 1990, el Gobierno cubano decretó el Período Especial en Tiempo de Paz. El país quedó expuesto a la ferocidad del mercado mundial que implicó severas limitaciones de todo tipo: la reorientación del comercio exterior, la contracción en las importaciones y las exportaciones, problemas con el suministro de combustible, la ausencia de fuentes de crédito blando y las restricciones en los servicios sociales, entre otras muchas.
Pero desde la década del ochenta había comenzado un proceso de preparación integral para enfrentar un posible escenario de bloqueo marítimo y ataques masivos por parte de la aviación y la artillería naval norteamericanos.
La dirección política dispuso entonces ajustar todos los planes económicos y elaborar una nueva doctrina militar basada en la concepción de la Guerra de todo el Pueblo, consistente en la autosuficiencia del país para enfrentar y resistir, en condiciones de “opción cero”, una agresión de Estados Unidos durante un período prolongado, en el que nada saldría o entraría al país por un tiempo indefinido: un “Período Especial en Tiempo de Guerra”.
La contingencia implicaba medidas que iban desde el ajuste de los servicios médicos a laborar en condiciones de excepción y aplicar soluciones emergentes, hasta el uso de espacios verdes para crear huertos locales. Durante años, el pueblo se había entrenado en lo que podría suceder si un día la Unión Soviética desapareciera; para que cada quien supiera en cada momento cuál era su lugar y qué debía hacer. Pero una cosa es el ensayo y otra la cruda realidad.
La situación que enfrenta Cuba hoy por la pandemia, salvando la distancia con aquella catástrofe, si es que la hay, plantea nuevos y grandes retos para nuestro pueblo y para nuestro gobierno. El presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, que no es un diletante en la materia sabrá, con su experiencia y el apoyo del pueblo, tomar las complejas decisiones que requiere el momento en un tiempo que apremia.
No habrá que esperar soluciones mágicas. La senda se marcará al andar, en la sintonía posible con el entorno exterior. Pero algo ineludible será mantener la unidad, la confianza y la disciplina.