El poeta británico Rudyard Kipling nos muestra así el retrato del hombre de temple, que sabe aceptar las desgracias sin por eso considerarse perdido. Si…
Si no pierdes la calma cuando ya en derredor
La están perdiendo todos y contigo se escudan;
Si tienes fe en ti mismo cuando los otros dudan,
Sin negarles derecho a seguir en su error;
Si no te harta la espera y sabes esperar;
Si, calumniado, nunca incurres en mentira;
Si aguantas que te odien sin cegarte la ira
Ni darlas de muy sabio o de muy singular;
Si sueñas, mas tus sueños no te ofuscan del todo;
Si tu razón no duerme ni en razonar se agota;
Si sabes afrontar el triunfo y la derrota,
Y a entrambos impostores tratarlos de igual modo;
Si arrostras que adulteren tu credo los malvados
Para mal de la gente necia y desprevenida;
O, arruinada la obra a que diste la vida,
Constante la levantas con útiles mellados;
Si no te atemoriza, cuando es menester,
A cara o cruz jugarte y perder tus riquezas,
Y con resignación segunda vez empiezas
A rehacerlas todas sin hablar del ayer;
Si dominas tu ánimo, tu temple y corazón
Para que aún te sirvan en plena adversidad,
Y sigues adelante, porque tu voluntad
Grita: «¡Adelante!» en medio de tu desolación;
Si no logra embriagarte la turba tornadiza,
Y aunque trates con príncipes, guardas tu sencillez;
Si amigos ni enemigos nublan tu lucidez;
Si, aunque a todos ayudes, ninguno te esclaviza;
Si en el fugaz minuto no dejas un vacío
Y marcas los sesenta segundos con tu huella,
La tierra es toda tuya y cuanto hay en ella,
Y serás –más que eso– todo un hombre, hijo mío!*
* Esta traducción parte de la hecha anteriormente por don Eduardo Iturbide y la modifica en numerosos lugares.