Guillermo Fabela Quiñones
La crisis migratoria que se vive en estos días en la frontera con Guatemala, por la irrupción de miles de hondureños decididos a cruzar México para internarse en territorio estadunidense, es el legado de más de tres décadas de neoliberalismo y deshumanización. Sin embargo, es apenas el comienzo de una realidad aún más dramática, si continúa la insensibilidad y codicia de quienes se han beneficiado con el modo de producción que condujo al capitalismo al callejón sin salida en que se encuentra.
No hay margen para un razonable optimismo, como lo demuestra la actitud asumida por Donald Trump en relación con el episodio terrible que se vive en la frontera Sur de nuestro país, que el mandatario estadunidense quiere acabar exigiendo al gobierno mexicano asuma el papel de guardia fronteriza represora. Catalogar como delincuentes a los hondureños, principalmente, desesperados por encontrar condiciones elementales para llevar una vida digna, indica la insensibilidad y estulticia del magnate.
Los intereses trasnacionales beneficiarios del modelo, no aceptan que lo mejor en las actuales circunstancias, incluso para ellos mismos, es destensar la situación de emergencia en que se encuentran más de dos terceras partes de la población mundial. Para ellos, la única salida es hundir a esa población prescindible, en el infierno de la angustia por hambre, como en su momento lo quiso llevar a cabo Adolf Hitler para justificar la solución final: el genocidio como recurso salvador del sistema.
En la actualidad eso es imposible, porque los prescindibles se convertirían en una fuerza social sin control que arrasaría todo a su paso, como lo evidencia el asomo de violencia que se está originando en la frontera Sur de nuestro país. A no ser que llegar a ese extremo sea lo que quieren los países del Grupo de los Siete, antes de que sean irreconciliables los intereses con las dos principales potencias que no aceptan la hegemonía de la globalización dirigida por las súper potencias occidentales.
Este es un momento crucial para México, pues Trump quiere obligar al gobierno que está por concluir su período a que reprima a los migrantes centroamericanos. En contrapartida está su amenaza de militarizar aún más su frontera con México. Vemos así que el magnate metido a político parece decidido a llevar al mundo a un punto de quiebre, del cual nadie saldría ganador. Esto debería saberlo el pueblo estadounidense y actuara con sensatez, pero mientras no tome conciencia de ello el riesgo de una conflagración de alcances incalculables seguirá latente.
El gravísimo problema migratorio sólo se podrá solucionar en la medida que se reduzcan las desigualdades en el mundo. De otro modo se mantendrán incólumes las causas que lo provocan: pobreza, descomposición social, desempleo, marginación, con todas las secuelas derivadas de tales flagelos. El pueblo mexicano entendió que seguir por el camino trazado hace más de tres décadas llevaría al país al caos. Fue enmendado en los comicios de julio, con la esperanza de que haya cambios humanitarios sin violencia.
Es urgente que se comiencen a ver en los primeros cien días del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, para que la base social que acompañó su triunfo en las urnas crezca de manera exponencial, y las amenazas de Trump no se manifiesten en hechos cuyas consecuencias serían muy negativas para ambos países.
La caravana de migrantes centroamericanos no se podrá frenar con represión, sino con acciones humanitarias aunque no sean del agrado del mandatario estadunidense. El pueblo de México está decidido a emprender un nuevo camino, que permita crear condiciones para consolidar un sistema político basado en la democracia participativa, en la justicia social y en un desarrollo social donde la sociedad sea la dominante, en vez del mercado y sus reglas de corte fascista. La codicia, el peor legado “civilizatorio”.
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