Jorge Lara Rivera
Singular por herética, probablemente se recuerde una telenovela transmitida por Televisa en 1988 escrita por Salvador García Doreste y producida por Guillermo Diazayas la cual estelarizaron Demian Bichir, Alma Delfina, Tina Romero Juan Carlos Serrán, Jorge Russek, Silvia Mariscal y Germán Robles. Aunque dijeron que representaba la lucha entre la intolerancia católica y arraigadas creencias ancestrales, en ella con obviedad se parodiaban la prédica y pasión de Cristo devenido en un personaje delirante a quien llamaban “Monchito, el Santito” cuyos oscuros milagros y la parafernalia de fervor popular surgida en su derredor eran bastante siniestros. Su discípula (Tina Romero) hacía las veces de monja de una nueva y extraña Orden del Divino Cuervo (alusión antónima al conocido símbolo del Espíritu Santo) y su atmósfera se fue tornando cada vez más enfermiza. Pese a la ceguera axiológica padecida por la gente de buena fe con respecto a los pecados de hombres y mujeres que se ostentan de vida consagrada, el habla popular ha filtrado el recelo con respecto a las monjas a quienes acusa de lobas con disfraz de ovejas por el color de sus hábitos. La remembranza viene a cuento por los recientes casos conocidos protagonizados por monjas que se niegan a obedecer al Papa aceptando la destitución de su superiora, acusada de abusos de poder –el síndrome de Estocolmo– al punto de amenazar con colgar los hábitos; de religiosas ladronas que dilapidaron en casinos de Las Vegas el jugoso botín de sus hurtos a expensas de las cuotas para los servicios de una escuela cuyo presupuesto siempre dijeron “deprimido” y, a la par de estos lances, la denuncia de monjas que acusan haber sido víctimas de abusos sexuales perpetrados contra ellas por sacerdotes pero igual ministros protestantes como señala su sitio “#MeToo” abierto porque se les ha ordenado callar.
Pero también ve luz el escándalo en Chile por el abuso sexual de un sacerdote en perjuicio de sus monaguillos (acólitos). Si se considera el informe no ha mucho dado a conocer por la titular del Ministerio para la Infancia en la República de Irlanda, Katherine Zappone, sobre abuso contra menores (71 todavía integrantes de la organización Ireland Soouts abusaron sexualmente de 108 menores entre las décadas de 1960 y 1980) institucionalizado por el clero católico. Ha sido en ese país donde una serie de agravios clericales a la feligresía abusos –de poder y sexuales–, trabajos forzosos a que monjas de la regla Hermanas de la Magdalena sometieron a niñas huérfanas, adopciones forzosas, separación de familias, insensibilidad de la jerarquía católica ante los crímenes de los curas, dieron al traste con una visita papal de 36 horas en extremo difícil para el Sumo Pontífice.
También arroja sombra de sospecha por faltas a la castidad de sacerdotes el escándalo por el hallazgo el 29 de octubre en la Nunciatura del Estado Vaticano ante Italia, en el barrio romano de Parioli –considerado por su estatus diplomático territorio de la Santa Sede– de una osamenta que puede ser la de Emanuela Orlandi y huesos de mujer que bien podrían pertenecer a Mirella Gregori, adolescentes de 15 años desaparecidas en circunstancias misteriosas en 1983 (¡hace 35 años!); las recientes pero tardías peticiones de perdón regateadas por las iglesias polaca y española ante los múltiples casos de pederastia perpetrados con impunidad en sus diócesis, iglesias, seminarios, conventos, orfanatos y escuelas mientras la jerarquía eclesiástica “miraba a otro lado”, se comprende lo imparable del desprestigio de las iglesias del cristianismo. Pero ADN40, el canal de TV donde tiene programas de divulgación católica el señor O’Farril, insiste queriendo hacer creer que “los adolescentes están más protegidos si se les da instrucción religiosa”. ¿Será?