Iván Alexander Baas Osorio
Ahí esperaban al Presidente los hombres de negro, vestidos de elitistas togas que ofuscaban los trapos del pueblo, panzas regordetas, gestos de niños mimados con investidura, irreverencia hacia las figuras constitucionalistas del México, jueces que se hartan la boca de justicia al rendir su informe de actividades en el edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Insisto, togas negras símbolo de la justicia, entre ellas un hombre, Eduardo Medina Mora, magistrado de la SCJN impuesto por Enrique Peña Nieto y un supuesto hombre de leyes mexicanas (por el cargo que ostenta), hombre de la corrupción, uno de los símbolos de la máxima justicia mexicana. Y comienza el discurso del presidente de la Suprema Corte. Ambiente tenso, aire contradictorio y ataques de presión ante el pueblo representado.
Conciliación es la palabra, el discurso superficial: trabajemos en unión para el bienestar del país, todo por la razón, nada por la fuerza. Diatriba y analogía escondida bajo la ceremonia protocolaria, bajo la proposición del enunciado, pero con el verbo lacerando la decisión democrática y el sentimiento nacional; lo dicen las protestas, lo dicen todos: que renuncien.
“Para el ejercicio digno de nuestra función, lo primero es defender nuestra independencia, real y absoluta”, indicó el ministro presidente Aguilar Morales.
Autonomía, en ello se centró todo el discurso. Autonomía e independencia, que no es otra cosa más que dejarlos ser. Los magistrados y jueces quieren juzgar sus propios salarios y su modo de vida, de manera que su independencia se reduce a sus altos sueldos; son jueces y parte en este tema. No quieren tener nada que ver con el México pobre, sólo quieren regir su actividad jurista y devengar sus recursos aunque éstos emanen del pueblo: son peor de unos arrastrados. Pero no, dicen que han conseguido avances en la vida legislativa del país y no lo dudo, pero en materia de derecho hemos estado atrasados un siglo a pesar de que la Constitución de 1917 fue la más avanzada y vanguardista de la época, pero qué se ha hecho de ella.
Independencia es ahora sinónimo de poder, y poder es sinónimo de riqueza. Están muy seguros que no les importa la época de cambios, pues ellos no quieren cambiar. Quieren vivir en esa esfera de cristal, en ese México paralelo al nuestro, el irreal, de vanguardia, nadie quiere ver el bárbaro, el de las calles solitarias; no lo necesitan porque las leyes, el poder intelectual, les ha brindado más que un título, les ha ofrecido ser la máxima autoridad en justicia en el país, pero resulta que en México la justicia de cualquier jerarquía es corruptible. Qué pena.
Si no se investigaron en el pasado los nexos entre César Duarte Jáquez, ex gobernador de Chihuahua y hoy prófugo de la justicia, y Enrique Peña Nieto, es porque el magistrado Eduardo Medina Mora lo avaló.
Independencia, autonomía, dinero a raudales. ¿Y qué dijeron? La Ley de Austeridad va, pero no se toca a los jueces y magistrados en funciones, sólo aplicará a los nuevos servidores de la SCJN. Tendrán su dinerito hasta que acaben su período, tendrán su anhelada independencia, su autonomía de unos pesos, pero no se olviden que son además farsantes hasta más no poder.