Hugo Carbajal Aguilar
La homilía se conoce como el sermón que el sacerdote católico pronuncia en la misa para explicar las lecturas, exhortar a los creyentes a fortalecerse en su compromiso y ofrecer recomendaciones o consejos de buen comportamiento según quien la emita. En este caso me gustaría compartir las reflexiones que se ofrecieron con motivo de la misa por el aniversario de la muerte del Obispo Méndez Arceo.
La Fundación que conserva su memoria premia cada año a algún destacado –hombre, mujer, organización o comunidad– defensor de los Derechos Humanos y siempre celebra esta asamblea litúrgica invitando al pueblo creyente a participar. Debe saberse que los cristianos que comparten esta orientación se fueron formando en las Comunidades Eclesiales de Base meditando sobre la realidad social y la palabra, la palabra acontecida como se le ha llamado al Evangelio en la Teología de la Liberación. Es decir, o sea… el cristiano no vive su fe más que en la realidad social que se padece y esta fe lo obliga a ser testigo, por ende a dar testimonio y a comprometerse en la dinámica que busca la transformación de esta sociedad inmersa e inserta en una situación de pecado.
En efecto, el pecado debe entenderse como un padecimiento de carácter estructural y los pobres padecemos las consecuencias de ese pecado. La injusticia, la explotación, la opresión, la mentira divulgada por los medios, la farsa vivida con descaro por los poderes de toda clase hunden al pueblo en la miseria, en la marginación, conduciéndolo a la muerte. Luchar contra el pecado estructural e institucionalizado es luchar contra la muerte, luchar –en fin– por la vida.
Una vez que la Teología de la Liberación hizo entender la fe en su sentido auténtico provocó en los poderes del mundo un escándalo. Los ricos taparon sus castas orejitas libidinosas, sus ociosas mujeres se persignaron, y las fuerzas institucionales eclesiásticas y políticas se indignaron. Las últimas dos papales santidades Juan Pablo II y Benedicto XVI nunca aceptaron este compromiso cristiano, no sólo lo ignoraron sino que atacaron a sus elocuentes teólogos más destacados como Leonardo y Clodovis Boff, el mismo Gustavo Gutiérrez y aquí en México a los Obispos Arturo Lona, Samuel Ruiz y Don Sergio.
La diferencia es muy singular: O se vive la fe en recintos eclesiásticos para que los creyentes cumplan con los rituales exigidos o se encarna en un compromiso riesgoso y vital en favor de los pobres, de los humillados y ofendidos. El Evangelio es la Buena Noticia para los pobres, así se define, así se debe comprender.
Y el concepto de la llamada sempiternamente Salvación no alude a “la salvación del alma” sino a la Liberación integral de los oprimidos y explotados. No se predica más aceptar y resignarse ante la miseria sufrida a fin de que sea comprendida como “la suerte que Dios te dio” o el destino que te tocó. Por supuesto que no. Se trata de levantarse y exigir lo que nos corresponde, de dar ese testimonio, de correr los riesgos que pueden generarse y de acrecentar el compromiso.
Por supuesto que hay mucho contenido que debe reflexionarse en este asunto, por lo pronto bástenos con una adelantada conclusión de uno de estos cristianos: Ser cristiano, dice, es luchar por la justicia. Así, sin más.
Veamos ahora las reflexiones que se manifestaron durante esta renovación de la fe, justo en el momento de la oración comunitaria. Obsérvese la intrínseca relación entre vida comprometida y testimonio cristiano, precisamente como Don Sergio lo entendía durante sus frecuentes adoctrinamientos exegéticos:
Una de estas oraciones: “Padre bueno, te damos gracias por la vida de nuestro querido Obispo Sergio, por su gran solidaridad y acompañamiento a los marginados y excluidos. Te pedimos que, igual que él, nosotros también seamos capaces de responder al clamor del pueblo que lucha buscando justicia, paz y vida digna para todos”.
Otra más dirigida a María, Madre de Jesús: “Madre nuestra, tú que conoces el dolor de ver morir a tu hijo, acompaña a todas las personas que buscan a sus desaparecidos, a los migrantes obligados a abandonar sus pueblos, a las niñas violentadas y a las mujeres secuestradas y asesinadas”.
Dos más: “Padre, te pedimos que acompañes el trabajo que cada día llevan a cabo las organizaciones y los defensores de Derechos Humanos, protégelos de todos los peligros y fortalécelos para que continúen luchando por los más necesitados”.
Y: “Anima nuestro corazón y ayúdanos a ser solidarios con todos aquellos que lo necesiten. No permitas que la indiferencia se apodere de nosotros y danos la sensibilidad para estar atentos al clamor de quienes sufren en nuestro pueblo para que caminemos con ellos buscando la justicia, madre de la paz”.
Las coincidencias no existen, dicen, pero hace días estaba recordando al Padre Ernesto Cardenal –revolucionario y poeta nicaragüense- a propósito de la situación que padece Nicaragua. Otro personaje ejemplo de cristiano comprometido y justo en este momento me llega la noticia de que se encuentra hospitalizado en estado crítico. El Obispo Silvio José Báez publicó en su cuenta que lo visitó, le pidió su bendición y escribió esto que podría ser un buen epitafio:
“¡Gracias Ernesto por haber sabido cantar con belleza y fe el misterio santo de Dios y por haberlos vivido en las contradicciones de la historia en solidaridad y amor a tus hermanos!”.