Opinión

Invasión a Veracruz e intervencionismo de Estados Unidos

Ramón Huertas Soris

En 1914 el gobierno golpista de Victoriano Huerta -que alcanzó el poder por el llamado Pacto de la Embajada, donde el entonces embajador de Estados Unidos en México Henry Lane Wilson, en franca conspiración planeó, promovió e instrumentó, el golpe de estado al Gobierno del Presidente Constitucional Francisco I. Madero González, que se concretó el 22 de febrero de 1913- se tambaleaba entre dos fuegos de oposición; en el Sur Emiliano Zapata y en el Norte Venustiano Carranza. Huerta ya no era una garantía para los intereses de los Estados Unidos y la intervención en México era la más fuerte alternativa sobre la mesa. El 9 de abril ocurrió el llamado Incidente de Tampico, donde marineros americanos fueron detenidos por violaciones, al haber entrado en una zona de acceso bloqueado. La respuesta de Estados Unidos fue fuerte y se liberaron a los marines, pero no se cumplió de inmediato con una exigencia de desagravio, dándose plazo hasta el 24 de dicho mes para su cumplimiento; donde, en señal de arrepentimiento y sumisión, las autoridades mexicanas deberían rendir honores a la bandera de Estados Unidos, izándola en el puerto de Tampico con 21 cañonazos de saludos al Hegemón del Norte. A este incidente el gobierno estadounidense le daría visos de “gravedad”. El presidente estadounidense Woodrow Wilson pidió al Congreso aprobara una invasión armada de Tampico, que fue aprobada pero que no se concretó; porque ya estaba aprobada la invasión a Veracruz para el 21 de tal mes, donde todavía México contaba con tres días de ultimátum para cumplir la humillante demanda citada. Todo evidente, una vez más: las intervenciones de Estados Unidos se deciden antes y el pretexto se redacta después. La toma del puerto de Veracruz el 21 de abril de 1914, culminó con la salida de las tropas extranjeras el 23 de noviembre del mismo año. ¿Cuál es el contexto y la enseñanza, en pasado, presente y futuro, de la Invasión de Veracruz? En la América Latina el neoliberalismo se empleó y emplea para poner freno a ultranza al desarrollo de nacionalismos asentados sobre la base de los intereses de las clases más desprotegidas y necesitadas. En décadas anteriores el mecanismo fue el fomento de dictaduras, siempre con el mismo fin. Efectivamente, la misión de tales metodologías político-económicas-dictatoriales-intervencionistas, ha sido y es no permitir que en América se construyan naciones poderosas, porque alcancen las independencias alimentarias, de salud, educación, cultura y, muy especialmente, la independencia de decidir sobre las formas de explotar sus recursos con proyecciones de autoconsumo y de comercio exterior para el desarrollo nacional, sólo controlado por la oferta y la demanda reguladas por el derecho internacional. ¿Quién protagonizó y protagoniza el liderazgo de tales metodologías que obedecen a dicha misión y visiones? Nadie lo duda, Estados Unidos de Norteamérica es el país hegemónico que rige, a la buena o a la mala, el destino de los países latinoamericanos; portando el gran sustento humanista y el magno derecho internacional que le confiere la Doctrina Monroe: “América para los americanos”; sustentada en el llamado Destino manifiesto que plantea la creencia puritana protestante de que el pueblo de Estados Unidos es el elegido por Dios para controlar el mundo, por lo que el expansionismo norteamericano es sólo el cumplimiento de la voluntad Divina. Lo anterior es acuñado por frases históricas como la de John Cotton en 1630: “ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio especial del cielo como el que tuvieron los israelitas, a menos que los nativos obraran injustamente con ella. En este caso tendrán derecho a librar, legalmente, una guerra con ellos y a someterlos”; y por O’Sullivan, cuando expresó en 1845: “…Y esta demanda está basada en el derecho de nuestro destino manifiesto a poseer todo el continente que nos ha dado la Providencia para desarrollar nuestro gran cometido de libertad y autogobierno”. En 1906 el canciller ecuatoriano Carlos Tobar, por encargo de la parte más interesada, planteó la llamada Doctrina Tobar: “Los gobiernos latinoamericanos, en defensa de la legítima democracia, deben evitar dar reconocimiento a los gobiernos surgidos a partir de acciones de fuerza. Las repúblicas americanas por su buen nombre y crédito, aparte de otras consideraciones humanitarias y altruistas, deben intervenir de modo indirecto en las discusiones intestinas de las repúblicas del Continente. Esta intervención podría consistir, a lo menos, en el no reconocimiento de los gobiernos de hecho surgidos de las revoluciones contra la Constitución. El llamado intervencionismo, en la perspectiva: de la política internacional, se define como la intromisión de un Estado, por medio de órganos gubernamentales o no gubernamentales, en la política interior de otro, u otros Estados, en busca de inferir o cambiar la posición o conducta del Estado intervenido, en favor de sus propios intereses. Es interesante recordar otro hecho que demuestra la proliferación, en la primera década del siglo XX, del uso de algunas expresiones de servilismo latinoamericano, para promover y tratar de legitimar el intervencionismo imperialista en sus territorios: En 1904 Se promulga en Panamá la Constitución Nacional. Tiene un apartado que contempla la intervención militar norteamericana cuando Washington lo crea necesario. De Inmediato se inició la construcción del Canal de Panamá. Más adelante, Estados Unidos llenará la zona de bases militares y en 1946 fundará la tristemente célebre Escuela de las Américas, por cuyas aulas pasarán casi todos los dictadores de América Latina. El destino manifiesto, la Doctrina Monroe y la Doctrina Tobar, fueron el maquillaje de sustento ideológico del largo listado de acciones, muy variadas e intensas de intervencionismo de Estados Unidos en México a partir de la Revolución Mexicana. Si bien en el siglo 19 Estados Unidos se había apropiado de las dos terceras partes de México, el tercio restante donde ondea la bandera mexicana fue totalmente controlado por dichas intervenciones imperialistas. Llegado el siglo XXI Estados Unidos ostentaba el impresionante currículo de 50 intervenciones con usos de la fuerza en América Latina, algunas con argumentos tan ridículos como una de las varias intervenciones efectuadas contra Nicaragua, la de 1854; motivada porque a un millonario norteamericano Cornelius Vanderbilt, se le pretendió cobrar reglamentariamente a su yate estancia en uno de los puertos de la nación; argumento único que también se usó para apoderarse de Nicaragua en 1955, implantando a un estadounidense, William Walter -reconocido aventurero y mercenario- como un Presidente; que en los dos años de su mandato, impuesto externamente por la fuerza, intervino a Honduras y El Salvador proclamándose Presidente de estas tres naciones y demostrando la calidad de la democracia celestial que representaba, cuando implantó la esclavitud en dichas tres naciones.

En 1911 México concreta el triunfo de la primera revolución en América; se trataba de un país muy próspero para los Estados Unidos, pero en miseria total para la mayoría de los mexicanos. Un año después, en 1912, el Presidente Taft resume la negación a dicha revolución manifestando: “No está distante el día en que tres estrellas y tres franjas en tres puntos equidistantes delimiten nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. El hemisferio completo de hecho será nuestro en virtud de nuestra superioridad racial, como es ya nuestro moralmente”. En 1930, México, en armonía con su Constitución de 1917, manifestó la Doctrina Mexicana, como la calificó el entonces Secretario de Relaciones Exteriores, Genaro Estrada, durante la Presidencia de Pascual Ortiz Rubio; doctrina que se manifiesta en contra de que los países decidan si un gobierno extranjero es legítimo o ilegítimo, especialmente si éste proviene de movimientos revolucionarios. La Doctrina Mexicana contradecía y contradice la costumbre americana, contraria al derecho internacional, de que cada país debe reconocer al gobierno de otro país para que este sea considerado válido o legítimo, igualmente se muestra en contra de la doctrina Tobar y del intervencionismo. ¿Por qué si Estados Unidos ha promovido e implementado golpes de estado, instauración y protección de dictaduras, represión de sistemas nacionalistas, considerándose por Destino Manifiesto el divino representante (protestante por cierto) de la democracia y por ello dueño de América, donde trata como su patio trasero a la América Latina, pueden existir dudas de que la primera razón de su actual intervención en Venezuela es hegemónica imperialista y de pretendida dominación económica, sobre un país que tiene una de las mayores reservas del mundo en petróleo, oro y otros metales preciosos? Actualmente es un orgullo para todo mexicano la postura ejemplar de México -modelo de dignidad nacional, americana y mundial- basada en la frase del Benemérito de las Américas, Benito Juárez: “Entre los individuos, como entre las Naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”, en su Constitución actual y en la Doctrina Mexicana; que plantea la no intervención en asuntos de otras naciones, mismos que deben discurrir con libre determinación.