Opinión

La ciudad hipervisible y el ciudadano invisible

Por Iván de la Nuez

En 1972, Italo Calvino publicó “Las ciudades invisibles”, una obra mayor sobre el nexo entre los hechos urbanos y la imaginación literaria. El libro dispone una clasificación de ciudades presumiblemente vistas por Marco Polo, que éste a su vez le describió a Kublai Kan, rey de los tártaros.

Cuando Calvino (nacido en Cuba en 1923 y muerto en Italia en 1985) escribió este libro no conocíamos el auge del turismo, ni el éxodo masivo del campo a la ciudad, ni el impacto de las migraciones forzadas sobre el conjunto urbano. Tampoco la “guetificación”, la especulación del suelo ni la superpoblación que ha acabado desbalanceando la vida en las urbes.

Cuatro décadas más tarde, lo cierto es que las ciudades alojan casi el 60% de la población mundial, una proporción que puede llegar alrededor del 80% en Europa y Estados Unidos. (En México, el movimiento del campo a la ciudad ha sido igualmente crítico).

Esto no sólo habla de un desplazamiento humano, sino también de su actividad económica, movimientos financieros, espacios de ocio, acceso a los servicios sociales.

En el comienzo de la globalización, la ciudad sufrió una conmoción extraordinaria. Estandarizada por la avalancha de un modelo neoliberal que tenía por norte convertirla en una especie de marca comercial indiferenciada. Con la actual crisis de esa misma globalización, la ciudad soporta una segunda sacudida. Estremecida esta vez por la reactivación de los nacionalismos y el amurallamiento que se le demanda ante el acoso de los inmigrantes y otros “bárbaros” contra los que ahora se levantan muros y discursos inflamatorios que parecen actualizar el fascismo.

Al contrario de lo que narraba Calvino, en apenas tres décadas las ciudades se han vuelto, pues, hipervisibles. Aunque el precio de esa omnipresencia consista, muchas veces, en la invisibilidad de sus habitantes. Es decir, de la ciudadanía.