Opinión

Ansiada libertad

Jorge Lara Rivera

Largo tiempo luego de encaramado en el poder –parlamentario, alcalde de Estambul (1988), primer ministro (11 años) y presidente desde 2014–, el autoritario Recep Tayyip Erdo?an, líder de Turquía, acusa desgaste público, a causa de derroches megalómanos propiciados por sus delirios de sultán –como el gran palacio que se construyó–, corrupción, nepotismo, sangrienta represión e intentos de borrar el laicismo logrado por Kemal Atatürk, el fundador de la moderna Turquía, que permitió a ese país, puerta de Asia Menor, en el siglo XX los mayores y más espectaculares avances sociales de toda su historia.

No es que esté en crisis. Tayyip Erdogan lleva años persiguiendo el poder y tras alcanzarlo no tiene dudas en hacer lo que haga falta para conservarlo, sin ningún escrúpulo (fue capaz de modificar la Constitución para crear un sistema presidencialista donde pretende eternizarse en el cargo).

Esa obcecación fue la que lo llevó a dar este traspié empeñándose en anular la victoria opositora de marzo en Estambul, aduciendo fraude para burlar la voluntad ciudadana expresada, pese a todo, en unas urnas casi totalmente controladas por él; y forzar una nueva votación que ha sido adversa a su partido y al candidato por él designado –su ministro del interior.

En marzo, con el 50.9% de los votos y una ventaja de 3.8% sobre su rival del partido de Erdogan, Mansur Yavas, candidato del opositor Partido Republicano del Pueblo se convirtió en el nuevo alcalde de Ankara, la capital turca. Pero a escala nacional triunfó el AKP.

Muchos quieren ver en esta nueva victoria obtenida por la oposición la aurora de otra era, distinta, para el pueblo turco. Pero dados los antecedentes autoritarios, intolerantes y represores (las protestas masivas justo en Estambul contra la construcción de una plaza comercial en el parque Taksim Gezi en 2013; y la sangrienta purga que siguió al intento de golpe de estado de 2016 que dejó a millones sin empleo, por ejemplo) del gobernante, mejor ser cautos.

Tal vez es demasiado pronto para echar las campanas al vuelo por la ansiada libertad recuperada en esa emblemática ciudad que no es ni mucho menos todo el país.

Sin embargo, no es poca cosa conseguir que el control de la estratégica y legendaria ciudad de Estambul, en la parte europea (griega) del país, cambiara de manos.

Ekrem Imamoglu, un socialdemócrata triunfante por más del 9% de la votación ha estremecido la rígida estructura del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), en el gobierno, y causado que afloren sus fisuras lo cual algunos desean derive en el ocaso del predominio islamista en Turquía.

Y es que (igual que sucedió en México al PRI por la cerrazón del club de los mexiquenses peñistas y a Trump cuyo yerno e hija manejan el esquizoide gobierno estadounidense), el AKP tiene un partido dentro: el de los llamados “pelícanos” cuyas cabezas visibles son el yerno del presidente y ministro de Finanzas, Berat Albayrak, junto a varios dirigentes del partido y columnistas tal Hasmet Babaoglu, vinculados a consorcios mediático-empresariales relacionados con la construcción, y quienes aconsejaron no reconocer los triunfos de la oposición. Por esas calamidades prominentes miembros del AKP como Abdullah Gül, a quien Erdogan sucedió en la presidencia, y el ex primer ministro Ahmet Davutoglu –defenestrado por la camarilla– han formado un nuevo partido de centro-derecha liberal al cual se sumaría activos parlamentarios de hoy.

Mas debe tenerse presente que no hay que confundir los buenos deseos con la realidad.