María Teresa Jardí
Lo que yo esperaba como integrante del enorme colectivo que, con nuestro voto masivo convertimos en Presidente de la República a Andrés Manuel López Obrador era que en el instante mismo de ser nombrado el secretario de Relaciones Exteriores, por el Presidente que ofrece un cambio de sistema, recibiera la encomienda de cabildear en Naciones Unidas la despenalización de las drogas convirtiéndolas en la mercancía que son. Lo que sucede con las bebidas alcohólicas, no menos adictivas y con las más perniciosas aún bebidas azucaradas productoras de diabetes, grave enfermedad en México que conduce a la muerte en condiciones terribles, convirtiendo en ciegos o acabando con piernas cortadas muchas de las personas que sufren ese mal, sin que se alerte sobre el daño que producen en el envase a pesar que muchos niños consumen Coca-Cola casi desde recién nacidos como sustituto incluso de la leche.
Esperaba que recibiera la orden el secretario de Relaciones Exteriores de que día y noche, a todas horas con todas, y en todas las naciones, hablara sin cansarse sobre la necesidad de dejar de mantener a la droga como mercancía clandestina, sujetándola a aranceles como si de jitomates mexicanos se tratara. En tanto aquí, en México, se empezaban a desarrollar las medidas de prevención con los secretarios de Educación y de Salud con el encargado de ese rubro. Medidas que no pasan por centros de curación de los adictos, que acaban convirtiéndose –como la historia reciente demuestra con los horrores sucedidos en mal llamados albergues– en campos de concentración donde a base de torturas se quiere curar a los pobres del mal que se genera como negocio del capitalismo.
El problema no es la adicción y ni siquiera lo es la venta de drogas al menudeo y ahí coincido con AMLO en lo de que no es llenando las cárceles como se va a acabar con el narcotráfico.
Más allá de que, así como los fumadores se convierten en adictos sin importar que en la caja se les alerte sobre el futuro cáncer que seguramente los asecha incluso porque ya ni siquiera de tabaco deben ser los cigarrillos, quien quiere matarse de un pasonazo de droga tiene el derecho de hacerlo como lo tiene quien decide tirarse de la azotea o colgarse de la hamaca, lo que en el Estado de Yucatán ocurre con sorprendente frecuencia y debería llevar a un análisis político profundo de las causas que se encuentran detrás de esa toma de decisión extrema. Soñaba que a la par que se tomaban las decisiones que llevaban al cambio del sistema neoliberal se tomarían las medidas que tienen que ver con la salud y fundamentalmente con la educación que alerta desde jardín de niños a los infantes sobre los problemas que genera la adicción. Y si este sueño se hubiera hecho realidad es probable que el secretario de Relaciones Exteriores habría, a raíz de la indignante matanza de mexicanos, presentando una denuncia ante todas las instancias internacionales, incluidas las del vecino país, por terrorismo de Estado en contra de Trump, en lugar de expresar la pretensión de querer traerse al fanático asesino material para juzgarlo en México, paraíso de la impunidad, ahorrándose el titular de la SRE los bochornosos comentarios recordándole el nivel de injusticia que ha alcanzado nuestro país. Y actuar contra el terrorista número uno del planeta, que es Donald Trump, quizá habría evitado a nuestros compatriotas que trabajan en el país productor de supremacistas blancos asesinos la, por ahora, última cacería, en sus centros de trabajo, de nuestros compatriotas, dejando en la orfandad a sus familias. Más allá de que la primera y acertada respuesta habría sido la de recordarle a Trump, productor de asesinos blancos, que Texas es nuestra y sería también el momento de imponer aranceles a los productos norteamericanos que nos invaden, demostrando la dignidad perdida en nuestro país.
El problema es el capitalismo, productor del narcotráfico como otro de sus muchos negocios de muerte para los pobres, pero productor de toneladas de dinero para los ricos. Y, lo urgente, es el cambio de sistema.