Síguenos

Opinión

Grito

Alberto Híjar Serrano

No por tardía esta crónica deja de ser necesaria. Luego de sexenios con escasos festejantes en el Zócalo, decenas de acarreados en transportes del Estado de México y gritos contra el Presidente en turno acallados por el sonido oficial a todo volumen, la ceremonia de este 15 de septiembre transcurrió austera de principio a fin, sin besamanos ni bebidas y alimentos de lujo. En cuanto apareció en el balcón López Obrador acompañado de Beatriz Gutiérrez, los 130,000 asistentes gritaron “no estás solo”, “Presidente, Presidente” y “sí se pudo” como homenaje popular a la constancia republicana. Acertados fueron los vítores a los pueblos indígenas y al pueblo en lucha. Nada de ostentaciones guerreristas, a cambio de la Banda Mixe y una deliciosa intervención del flautista Horacio Franco, mientras los fuegos pirotécnicos alumbraban el cielo desde la Catedral Metropolitana. Remató Eugenia León en el gran escenario cantando a capela La Paloma, emblemática canción de los liberales antiimperialistas, con la inclusión de estrofas contra el neoliberalismo y por la presentación de los desaparecidos políticos y el castigo a los culpables. Presos políticos libertad.

Los familiares de los desaparecidos y asesinados de Ayotzinapa organizaron una jornada con la Coordinadora Estatal de los Trabajadores de la Educación en Guerrero CETEG, la Sección IX de la CNTE que albergó un concurso de declamación, mítines en Chilpancingo y la Fiscalía General de la República, presentación del libro de John Gibler, todo lo cual culminará con la movilización mundial a los cinco años de la infausta noche de Iguala en proceso alimentado por las reuniones entre los familiares, las autoridades de derechos humanos y la participación de organizaciones internacionales.

En el marmóreo y nada campesino Hemiciclo a Juárez, Doña Fili dio el Grito de Independencia. Comparte con Hidalgo la anciana apariencia contradicha con sus trabajos constantes a partir del barrio en Santo Domingo Pedregales en Coyoacán, con su manantial cegado por las torres de Quiero Casa. Un día está ahí, otro en la frontera Norte animando a las trabajadoras en defensa de sus derechos y tres días después comparece en San Cristóbal de las Casas con las mujeres zapatistas, sus hermanas. Incansable como Hidalgo a caballo desde Dolores a Guanajuato donde alentó ante el disgusto del disciplinado militar insurgente Ignacio Allende, el asalto a la Alhóndiga de Granaditas repleta de caciques despavoridos y ajusticiados, no ejecutados, sino ajusticiados por los mineros, los campesinos, los estudiantes y maestros hartos de latinajos, los curas de rancho como el propio Hidalgo, feliz de cumplir el castigo del obispo Abad y Queipo que lo refundía lo más lejos que podía, hasta la costa del Pacífico, todo lo cual hizo que el querido cura participara de fiestas patronales con jaripeos y organizara deliciosas veladas incluyentes de la lectura de los franceses antimonárquicos que recién habían atacado La Bastilla, igualito que los insurgentes con la Alhóndiga. Hidalgo aprendió náhuatl para darse a entender con las comunidades a las que enseñó el prohibido cultivo de la seda, y fue tal su poder conspirador que embarcó a la mismísima Corregidora Doña Josefa Ortiz a sabiendas de su marido que disimulaba la formación revolucionaria y el acopio de armas resguardadas por los compañeros Epigmenio y Emeterio González. De Guanajuato a Guadalajara donde proclamó la ley revolucionaria de abolición de la esclavitud y así, hasta Monte de las Cruces en las goteras de la capital, donde convenció a los otros mandos de no tomar la ciudad todavía y regresar, sufrir juicio compañero en Aguascalientes y seguir hasta Chihuahua. ¡Vaya ancianidad la del ex rector del Colegio Nicolaíta donde captó para la causa al gran Morelos!

Acá y ahora los maestros de la CNTE, los normalistas no sólo de Ayotzinapa, son campesinos de cepa al servicio intelectual de sus pueblos y comunidades de origen, en seguimiento de una tradición de intelectuales orgánicos con todo y familias enteras construyendo la soberanía libertaria, como los Galeana, los López Rayón, los Matamoros, Gertrudis Bocanegra animando a sus hijos a incorporarse al ejército insurgente.

Y las mujeres, claro, las mujeres liberadas del patriarcado como Leona Vicario, esposa del famoso abogado Andrés Quintana Roo. Escapando del convento, pariendo en la sierra, conspirando y organizando a los Guadalupe con señoronas de carroza y amplias faldas bajo las cuales transportaron la imprenta para editar en Oaxaca El Correo Americano del Sur. Primera mujer reconocida por el estado como Madre de la Patria.

Y la dimensión guerrillera sin la cual nada sería la república, esa que reconoce en su historia como primer presidente a Guadalupe Victoria, quien hace valer así su pseudónimo revolucionario. Y Guerrero de Tixtla, adelantito de Ayotzinapa, masón conspirador al encuentro del Aguila Negra, la logia veracruzana clandestina de poético nombre. Sus ejércitos incluyeron pintos, negros y mulatos como Morelos y el propio Guerrero. Vivir por la Patria o morir por la libertad dice el pedestal de su bello monumento en la Plaza de San Fernando de la capital, al lado del panteón donde están Juárez y sus entrañables compañeros liberales a quienes la Santa Madre Iglesia, entonces dueña de los panteones, negó el entierro en sagrado. Tal como ahora ocurre con los miles de enterrados en fosas ilegales con la complicidad del Poder Judicial, el mismo que el propio día 15 concedió la libertad a 25 sospechosos del crimen de Ayotzinapa. Es la misma excomunión actualizada que la comunicada a Hidalgo diciendo: sean malditos sus ojos, sus oídos, cada uno de sus cabellos, los de sus descendientes, los hijos y los nietos de ellos. El más bello Hidalgo pintado por Siqueiros está con su propia excomunión desplegada frente a los símbolos de la Patria. Los resguarda la Universidad Nicolaíta de la ciudad nombrada Morelia, donde hay un excelente museo en el lugar donde nació Morelos. Las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez permanecieron en jaulas durante once años en las esquinas del gran patio de la Alhóndiga de Granaditas.

Nada de esto impidió la continuación de la insurgencia a la que se incorporó la solidaridad armada de los antimonárquicos europeos que organizaron la expedición del navarro Francisco Xavier Mina, quien con Fray Servando Teresa de Mier, el regiomontano crítico de la Virgen de Guadalupe, mantuvo en pie la insurgencia con el apoyo de combatientes tan olvidados como Pedro Moreno. 28 años tenía Mina cuando fue fusilado.

Todo esto y más. Vamos bien: hay intelectuales orgánicos, muchachas y muchachos gritando seriamente emocionados las consignas en las marchas de los días 26 y en la ceremonia del Grito en Chilpancingo, con sus familiares, las de sus compañeros desaparecidos por los militares y los policías protegidos por el Poder Judicial. Se levanta el internacionalismo y, como muestra, la reproducción de los 43 retratos hechos por la compañera escocesa Jan Nimmo acompañaron el acto en el Hemiciclo a Juárez. Decenas de pueblos y comunidades organizan el proyecto de soberanía nacional profundo, reconstruyen la nación fragmentada por los megaproyectos y organizan sus propias policías comunitarias. Vamos bien, pero nos falta, siempre nos falta. Aquella fue la primera revolución de independencia.

Siguiente noticia

Misiva a mi familia y los sinaloenses