Jorge Lara Rivera
Dado el reducido margen de maniobra que Irán dejó a la diplomacia de Riyad, tanto como a la de Washington, Estados Unidos hace piruetas y bizcos tratando de no romper hostilidades. Llegado el momento de responder cada cual por sus bravatas, Washington se echó atrás, para frustración de Riyad y de Teherán por igual, aunque por distintos y hasta opuestos motivos. Irán ha ironizado que “las refinerías importan más a Estados Unidos que la posibilidad de una guerra”. Para contrariedad del príncipe Mohamed Bin Salmán, la represalia contra Teherán tendrá que esperar. Hay que aguardar las consecuencias que los estragos por las sanciones económicas sustantivas, adicionales, causen en la nación iraní. El castigo a los hutíes por su atrevimiento, es más barato y tendrá que bastarle a la monarquía de los Al Saúd, por el momento. La frustración del reino wahabita es comprensible y aumenta. Pero hay demasiado en juego: matar a ‘la gallina de los huevos de oro negro’, comprometiendo la economía mundial, al tiempo que se arriesga la supervivencia de las monarquías del Golfo Pérsico (Bahreim, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait) y de la propia Casa Real Al Saúd, desestabilizando la seguridad de la región, internacional y global sin beneficios claros no conviene a nadie; peor cuando acarrearía el incremento de la actividad terrorista de agencias pro iraníes instaladas en Líbano, Palestina, Siria, Yemen y Noráfrica contra un Estados Unidos que ya ha abierto demasiados frentes de conflicto (China, Norcorea, Rusia, Venezuela, Turquía, la Unión Europea) y un Occidente aún energéticamente muy dependiente de los combustibles fósiles; con posibilidad de que se generalice indiscriminadamente contra el mundo. Ni siquiera Qatar, cuyo alejamiento de la égida saudí por aproximarse a la teocracia irania, en apoyo a su independentismo internacional, agrietó la otrora unidad panarábiga subyacente en la OPEP, tiene garantizada inmunidad de estallar el conflicto. Si el régimen qatarí cuenta con no ser atacado por los persas, no puede sentirse igual de seguro de que sus rivales respeten una eventual neutralidad, ni de que, en la inopinada circunstancia de que así fuera, no vaya a verse perjudicado por un inevitable y consabido bloqueo del Estrecho de Ormuz, ruta marítima común por donde, junto a los demás, sale su petróleo para venta en el mundo, donde China, Corea del Sur, Japón y Taiwán surten sus necesidades. Precisamente en vísperas de la cumbre climática de la ONU, hay que considerar la hipótesis tras las primeras horas de intercambio de fuego y contar con el calamitoso escenario ambiental derivado de la conflagración: densas nubes causadas por los incendios inapagables por semanas o meses (conviene recordar antecedentes: los gigantescos siniestros en Kuwait e Irak, antes y durante la I ‘Guerra del Golfo’) de los pozos y las refinerías de los diversos países ribereños y cercanos al Golfo Pérsico, la contaminación acaso irreversible en el corto, mediano y largo plazos por miles de toneladas de crudo y sus derivados tóxicos vertidos desde las instalaciones y los buque-tanques a las aguas del mar Arábigo, del Golfo de Omán y del océano Índico con el (i)lógico desastre ecológico causado al precario equilibrio de flora y fauna en la zona que afectará al planeta entero; aparte de la emergencia humanitaria causada por la destrucción de las plantas desalinizadoras que suministran agua dulce a las naciones para consumo humano en ese clima desértico. La ridícula afirmación de los ayatolás de que los yemenitas hutíes “tienen suficiente capacidad militar” para perpetrar un golpe así, no se sostiene, ni puede ser tomada en serio; especialmente al considerar que son financiados y abastecidos por Teherán, sin cuyo apoyo y equipamiento su rebelión contra el régimen de Saná hace mucho hubiera sido aplastada. La posibilidad de que los disparos provinieran de Iraq considerada plausible al principio, ha sido descartada. “El norte”, desde donde fueron lanzados los misiles y drones, tiene marca de casa irania. Pero tras la gira de Michael ‘Mike’ Pompeo, Secretario de Edo. del gobierno estadounidense, por Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, a pesar de sus primeras declaraciones de que el ataque a las refinerías sauditas del 14 de septiembre constituía “un acto de guerra”, matizadas luego con que Norteamérica “no desea una guerra con Irán”, se ha hecho evidente que Washington se limitará a enviar armas y tropas –no en cantidades cuantiosas– al área para ayudar a proteger la infraestructura petrolífera saudita y continuará el patrullaje por las conflictivas aguas del Estrecho de Ormuz a fin de garantizar la libertad de navegación por rutas internacionales, asistido ahora por naves árabes sauditas, emiratíes y de Bahreim.
Sonará increíble que en Donald Trump quien no cree en el ‘calentamiento global’, quepa un poco de sensatez –interesada o no, es irrelevante para el caso–, pero así parece. Al eludir la trampa tendida por los teócratas de la República Islámica de Irán, Estados Unidos da una oportunidad a la cordura. Irán dice no querer guerra pero provoca el enfrentamiento, pues lo precisa para tener un pretexto que justifique su infundada disputa al Reino del Desierto por la custodia de La Meca, la ciudad santa del Islam. Tal pretensión de anexársela es, por lo menos, tan disparatada como la del Papa romano de ejercer mando remoto sobre Jerusalén y Belem en el tiempo de Las Cruzadas. Pero de nuevo, como tantas veces en la Historia, el dinero y el poder mueven las piezas en el tablero geoestratégico internacional.