Ramón Huertas Soris
“Si puedo sentirme sintiendo y pensarme pensando, entonces viviré creciendo: dando curso al potencial de mi identidad personal, única e irrepetible; importando mucho más mis reflexiones y autoconciencia que el carácter de los hechos en mi existencia”.
Para un ciudadano mexicano cualquiera, ¿qué peligro y oportunidad tiene el presente que vive con la cuarta transformación? Es muy personal la respuesta, pero podría hacerse la siguiente generalización: el peligro es que proceda, al finalizar su vida, un epitafio que diga: aquí no yace nadie, porque nunca fue él mismo. La oportunidad estriba en que otro sea el epitafio merecido al final de sus días en el México actual, que ha despertado el interés del mundo por la perspectiva humanista que ha decidido convertir en intención y actos consecuentes: vivió protagonizando su vida con base en sus criterios, decisiones y acciones consecuentes y aportó a los grandes logros de México.
Los hechos, lo que nos ocurre, son la gran escuela de nuestra existencia particular; porque pronto nos percatamos de que finalmente las cosas son como somos. O hago que las cosas pasen, con pensamiento y acciones que me hacen crecer develándome y siendo el yo que soy, o veo cómo las cosas pasan y rezo porque subsista y me vaya bien, siendo el ser limitado que me han convencido debo ser, para conseguir mi supuesto bienestar. Después de mucho experimentarse, el dogma de Shakespeare ha vencido a los demás: ser o no ser, esa es la cuestión.
La cultura maya, desde su didáctico humanismo en continuo curso de develación, nos enseña que tenemos un Kin de nacimiento, que nos hace personas únicas, con potenciales biológicos y energético que son base y sustento de la vida que decidiremos vivir. El yo, el tú y el entorno y Universo todo deben responder a una sensible interrelación, donde el sentido particular de cada persona, animal o cosa, es pieza de una trama viva y armoniosa. El saludo maya milenario, In lak’ech (Yo soy otro tú) al que contestaban: Hala ken (Tú eres otro yo), resume el respeto maya por la individualidad del otro y el reconocimiento de una relación de parentesco entre todas las personas, que hace natural la tolerancia emanada de la aceptación de la diversidad como esencia básica de todo lo existente; no en balde todo el contenido de las formas tradicionales de la cultura maya se enfoca en promover y propiciar el sentir, el conocer y el actuar en consecuencia con el kin maya individual. La cultura maya, devenida en variante criolla yucateca, nos permite clarificar lo anterior en una frase con elocuente argot popular: ese otro uno que yo soy. Definitivamente el mejor criterio de valor para ideas, razonamientos, decisiones y acciones en la vida, está definido por cuanto aportan al autoconocimiento de uno mismo; no en balde en el templo erigido a Apolo en la Grecia antigua, conocido como Oráculo de Delfos, había un grabado en piedra que contenía la frase filosófica más famosa de la historia, que llegó a constituirse en el gran fundamento del rey de todos los ismos, el humanismo: conócete a ti mismo. Definitivamente si la vida es un viaje, es justo que su destino, etapas y rumbos, emane de la decisión personal del viajante; que así protagoniza su viaje, y si el viaje lo hace en caravana para sentir la alegría natural humana de la pertenencia, que dicha caravana sea escogida con criterio y nunca por programaciones ajenas y acarreo, fueran cuales fueran los argumentos para propiciarlo.