Federico Arreola
“Despacio que voy de prisa”, dicen que decía Napoleón. Quizá la expresión podría aplicarse a un debate actual en Alemania: el de establecer, o no, límites de velocidad en todas sus carreteras. Es el único país del mundo en el que, en numerosas autopistas, los coches circulan a la velocidad que a los conductores se les antoja.
Uno de los mejores argumentos que se han presentado para limitar la velocidad tiene que ver con el desarrollo de la industria automotriz alemana. Jürgen Resch, funcionario de la oficina medioambiental, ha ido más allá de los argumentos tradicionales acera de la seguridad de los ciudadanos y de evitar la contaminación: ha explicado, contundentemente, que “sin un límite de velocidad, la industria automotriz alemana se hundirá”. Las altas velocidades han impedido el desarrollo de nuevos vehículos autónomos. “No se pueden probar vehículos modernos, digitales y autónomos” en carreteras con coches circulando a 250 kilómetros por hora. La conducción autónoma, para desarrollarse, necesita límites de velocidad. Un vehículo autónomo es capaz de cambiar con seguridad al carril izquierdo, pero siempre y cuando pueda calcular en qué momento aparecerá el automóvil que viene detrás. A 250 kilómetros por hora ello puede ser muy riesgoso. Pasarán años antes de que los coches autónomos puedan anticipar cualquier movimiento a cualquier velocidad. Para que se desarrollen plenamente la velocidad debe disminuir. Si no ocurre así, se irá a la crisis una de las industrias más importantes de Alemania... y de Europa.
La lentitud puede ser una ventaja, en ese caso industrial y tecnológica.
Para llegar más rápidamente que otros a una meta determinada no se necesita necesariamente moverse a mayor velocidad. La anticipación puede ser más importante que la velocidad, como dijo el genio del fútbol Johan Cruyff, quien confundía a la prensa deportiva que lo elogiaba por su velocidad, cuando en realidad hacía otra cosa “Si me pongo a correr ligeramente, un poco antes que los demás, parezco más rápido”.
En lo trascendente para la vida, como expresó Milan Kundera en La lentitud, “hay un vínculo secreto entre la lentitud y la memoria, entre la velocidad y el olvido”. Es decir, “en la matemática existencial, esta experiencia adquiere la forma de dos ecuaciones elementales: el grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de memoria; el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido”.
Buena parte del éxito como comunicador de Andrés Manuel López Obrador es que habla despacio, inclusive con pausas. Es la razón de que se le entienda mejor que a otros políticos que echan sus rollos a mil por hora.
En política, Andrés Manuel se ha movido lentamente. Empezó con una larga –y a velocidad muy moderada– caminata desde Tabasco a la capital mexicana. A partir de ahí, hizo lo que tuvo que hacer sin precipitarse ni siquiera cuando le robaron las elecciones en el 2006. El plantón en el centro de la Ciudad de México no fue una decisión tomada a tontas y a locas producto del enojo del momento: se trató de una bien pensada estrategia para evitar la violencia en nuestro país. La gente se hartó de un nuevo fraude electoral y quería, no acciones radicales, sino de fuerza para combatir al PRI y al PAN y a los poderes fácticos que les apoyaban.
Después del fraude, Andrés con toda calma construyó un movimiento político. Participó en las elecciones del 2012, no se desesperó por no haber llegado ese año al poder, abandonó al partido que lo traicionó y como candidato de Morena finalmente, en el 2018, pudo convertirse en presidente de México, con el resultado sorprendente para él –y para todos– de que su partido logró mayorías aplastantes en el Poder Legislativo. Vale decir que el voto de la gente le entregó a AMLO no un buen coche para transitar por el período presidencial sin sobresaltos, sino un súper automóvil perfectamente capaz de lograr a toda velocidad los cambios con los que él soñó durante décadas.
Ahora el Presidente de México marcha a toda velocidad en la autopista que le llevará a la nación que aspira a construir. Pero creo que, si se lo piensa bien, el ir tan de prisa puede ser un riesgo. Debe tener cuidado, no hay la menor duda.
El mejor Andrés Manuel no es el que ha aspirado al poder, sino a la historia. La historia es memoria. Ojalá él tenga en cuenta lo dicho por Kundera: “Hay un vínculo secreto entre la lentitud y la memoria, entre la velocidad y el olvido”. Un poco de calma, volver a la lentitud del pasado sería prudente, querido Presidente de México. Es una recomendación desde la buena fe.