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Opinión

Mala señal el aumento a las penas

María Teresa Jardí

Mientras más aumentan las penas más se sume a los pueblos en el infierno que de suyo viven por las contradicciones económicas que han convertido a los pobres en miserables. La vida acaba por no valer nada donde se da permiso a la barbarie de dictar las reglas. Las mujeres están dando grito de alerta, obligadas a salir a la calle a exigir el más elemental de los derechos: el derecho a no ser privadas de la vida.

Alarmante país, el nuestro, donde hay quien se atreve a proponer que se legalice el crimen que comete el Estado cuando se mata de manera legalizada con la pena de muerte reglamentada como castigo.

Pena de muerte que no es avance y al contrario es demostración del fracaso del sistema político. El control de la violencia y el fin de la barbarie se da donde la prevención de los delitos se convierte en la tarea fundamental y de primer orden del gobierno.

Millones de personas desplazadas, desahuciadas, carentes de todo, en aras de que los ricos sean cada vez más ricos han propiciado de la mano de la corrupción la conversión de México en cementerio.

Ricos generadores de las “ladys” y de los “lores” que alcanzan sus cinco minutos de gloria por la bajeza cometida en contra de un policía o de un mesero o de quien se atreva a contravenir el caprichoso deseo que sienten ridiculizando al otro o maltratando a la otra. En aras de poder festejar luego, con amigos y amigas, el hecho que incluye el vídeo tomado por ellos mismos, las más de las veces, para por las redes verse como si fueran alguien. Incapaces de entender que aunque tengan todo lo se puede comprar con dinero eso no significa ni de lejos ser alguien respetable.

Necios que somos los hijos de refugiados españoles compartimos la necesidad de no perder la memoria. El retroceso al oscurantismo es cíclico e irredenta se muestra la historia que se ha visto incapaz de construir en caracol, rompiendo el círculo perverso en el que a la humanidad se adentra donde la criminalidad se convierte en regla de funcionamiento del sistema político. El aumento a los años de cárcel es signo siempre de lo mal que andan las cosas y no propicia el avance, cuando el miedo, y no la solución de las causas, es lo que se busca. Miedo que no desanima y que al contrario parece llevar al extremo de probar que se es mejor que el otro criminal donde la impunidad es regla. Mientras que en los renacimientos, que han seguido a los tiempos en los que la inquisición se convierte en reina, el respeto a los derechos de las personas ha caminado de la mano de la elaboración de penalidades a la baja y aplicación de castigos justos.

Como nunca me sentí orgullosa de mis antepasados en una visita de una amiga de Amposta –escritora por cierto y socia de una editorial de temas femeninos en Barcelona– cuando nos contó que la cárcel de Tortosa, provincia, también, como Amposta, de Tarragona, había cerrado porque al no tener desde hacía ya muchos años inquilinos y ante la jubilación del que la cuidaba en solitario se había considerado que no hacía falta contratar a nadie más para desempeñar ese trabajo.

Aplicable en México, salvadas las diferencias, les comparto un comentario que encuentro en el Facebook: “… Erase un país, que de tanto repetir que la escuela en catalán educaba en el odio a España, que olvidó vigilar la escuela española. Y educaron una generación de fascistas de los de verdad: racistas, xénofobos, machistas, homófobos y retrógados...”.

El cambio está en la atención a las causas y no en el aumento de los años de cárcel, que no ha servido nunca ni como paliativo ni mucho menos de freno.

Ojalá y lo esté entendiendo así Gertz Manero y nos llevemos la sorpresa de estar, al menos en ese tema crucial, avanzando por fin en el camino correcto.

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