Opinión

Desarrollar el pensamiento crítico

Cristóbal León Campos

Este sistema ha vaciado de ética a la palabra, ha exentado de todo compromiso a aquel que, desde arriba, la enuncia. La palabra en el discurso capitalista pierde su cualidad de garante de un compromiso social, haciendo del discurso un conjunto de palabras vacías y mentiras que se pierden o generan desmemoria.

Repensar el papel de los intelectuales en las sociedades actuales es una necesidad imperante, algunas voces conformes al poder han divulgado la idea de que ante los avances tecnológicos en la comunicación, el lugar tradicional que han ocupado los intelectuales en la construcción de la sociedad ha cambiado pasando a un segundo plano, esta idea muy acorde a la dispersión del pensamiento crítico, es una trampa que en el fondo busca apoyar la creencia de que las redes sociales han “democratizado” la comunicación y, por tanto, aquellos seres dedicados al pensamiento pierden utilidad, cuando en realidad la implantación de la hegemonía cultural actual es elaborada justamente por intelectuales al servicio del poder burgués, por tanto, la respuesta ante este pretendido desplazamiento, es el reforzamiento y el reposicionamiento de los intelectuales comprometidos entre los sectores sociales necesitados.

Comprender que la sociedad y la cultura están unidas de forma inseparable en una relación dialéctica de cambio, determinada por la producción, el consumo y la distribución de bienes materiales, en medio del cual se encuentran las relaciones sociales como un producto de ellas es un paso indispensable. La coyuntura actual por la que atraviesa nuestro país nos exige tener una posición clara y comprometida con las necesidades sociales de los sectores explotados y marginados, nos exige asumir la educación y la cultura como elementos generadores de pensamiento crítico y conciencia entre la población, sirviendo de esta forma a la plena realización humana.

Para tal efecto es necesario adentrarse al estudio de la historia, no como un elemento anecdótico, sino como la representación del pasado en las estructuras actuales en que vivimos, la historia es, ante todo, el presente manifiesto y construido con el devenir de los años, concebir al pasado como algo acabado, niega de principio el hecho dialéctico de toda sociedad, pues si bien es evidente que en términos materiales muchas cosas han cambiado, en términos culturales no necesariamente es así, el llamado desarrollo en el capitalismo, ha ponderado manifestaciones materiales para hablar de bienestar social, cuando en realidad, despoja como principio a la mayoría de las poblaciones del disfrute de esos mismos bienes materiales y, desde luego, del real disfrute y desarrollo de la cultura, la frase difundida tiempo atrás que define a la cultura como un bien de consumo, ejemplifica a la perfección la intención de codificación y despojo que se hace sobre la cultura, en especial, de la cultura de los pueblos originarios de toda América Latina y en especial de México.

El despojo de la esencia misma de la cultura original de Latinoamérica, se dio acompañado de la puesta en práctica en estas tierras de la acumulación originaria, la conquista no fue únicamente un proceso de imposición, sino que, sobre todo, fue la suplantación de las formas de concebir el mundo que hasta ese entonces se tenía, como ha explicado Edmundo O’Gorman en su obra La invención de América, la puesta en duda sobre la naturaleza del ser latinoamericano interiorizó durante siglos la idea de inferioridad que sustentó la dominación colonial, las leyes españolas impuestas a sus territorios colonizados en América fueron la base de la estratificación y segregación reflejada en la traza urbana, en la configuración del orden social y en la sobre-explotación de la fuerza de trabajo y la riqueza natural, esas leyes que algunos historiadores e investigadores plantean que no fueron tan opresivas, son el real fundamento del racismo, discriminación y segregación que todavía padecemos, la lógica explicativa del mundo que trajeron consigo los europeos y su auto-reformulación a partir del contacto con América, hizo patente la necesidad de explicarse el mundo a partir del suceso inicial de la historia universal, la existencia de las culturas originarias en el territorio que hoy llamamos América Latina rompió de manera frontal toda la concepción anterior sobre los componentes del orbe que se tenían en Europa, siendo lo que se ha llamado América un resultado más por el hecho de que Occidente inventó un aparato lógico-explicativo para incluirla en el cosmos conocido.

Enfrente se tiene una gran tarea, desarrollar el pensamiento crítico que nos ayude a hacer frente a la creciente miseria en el mundo y en particular en Latinoamérica, con el enorme sufrimiento humano, la acumulación de la riqueza en manos de pocos y la pobreza de muchos, requiere de la vuelta por parte de los intelectuales comprometidos a su carácter dirigente e independiente del poder, además de recuperar el estudio y la actualización del marxismo. Se sabe que la muerte del pensamiento de Marx ha sido anunciada en muchas ocasiones y en todas ellas ha resucitado. Aceptar el planteamiento “posmoderno” del fin de las utopías y admitir que no existe posibilidad de crear una mejor sociedad –sólo una basada en un capitalismo más “humano”– es en definitiva dejar morir a la historia.