Opinión

La peste a la puerta

León García Soler

Como en la expedición a las Hibueras, topó el predicador de Macuspana con la pesadilla tropical de las revueltas y reclamos de propios y ajenos. Los suyos, los de su tierra y sus aguas, silbaron a los delegados del cambio de régimen con el que se declaró iniciada la Nueva Era, la Cuarta Transformación y habría de establecerse el reino de la bondad y el final de la corrupción y la impunidad, que se disolverían a la vista de un hombre honrado en el poder.

Y resonó en Tabasco la voz de Garrido Canabal. AMLO no pedía respeto y paz para los de otros partidos que desempeñaban los cargos de gobernador y presidentes municipales. Los silbidos eran para los paisanos designados por él. Y los de abajo gritaban más fuerte, rechazaban el llamado a la conciliación en el Edén. Y el de la voz, acabó por amenazar con dejar el púlpito: es hora de reconocer lo hecho, diría, los aumentos a las rentas de la tercera edad, las becas modestas para los jóvenes que alcanzaban de la educación media. -¿No los han recibido? -¡No, Nada! proclamaban los del pueblo bueno.

El señor de Macuspana les recordó que la mentira es del Diablo, es reaccionaria, conservadora, que la verdad es revolucionaria. Y Andrés Manuel López Obrador acabaría por dar un giro a la frase evangélica de su peregrinar: ¡A la autoridad se le tiene que respetar! Ahí quedó la prueba irrefutable del peso de gobernar, sea o no una ciencia. En mala hora vino el desencuentro en Tabasco. Vísperas del Día de la Mujer en el mundo entero; y confrontados los seguidores de la 4T con las mujeres que han declarado el final del patriarcado, con la razón de su lado, a un paso de la liberación de la violencia sistémica y los feminicidios impunes. Diez mujeres asesinadas cada día.

Catorce meses en el ejercicio del Supremo Poder Ejecutivo, recordó el Presidente López Obrador. Del gobierno de un hombre solo, han dicho no únicamente los conservadores que acuden a su llamado a merendar tamalitos en el Palacio Nacional, sino los reporteros y columnistas del Wall Street Journal, Biblia de las altas finanzas en el mundo de la concentración del capital en el 0.01 por ciento de la población de la Tierra, ya bajo el control y propiedad de Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo. Ahí no podríamos invocar a Lucas Alamán, ni al “quince uñas” López de Santa Ana. Catorce meses y las cuentas de Pemex exhiben una quiebra devastadora. Nadie puede decir que tiene otras cuentas. La secretaria de Energía, Rocío Nahle, se anticipó al desastre el Día de la Lealtad: Mataron, dijo, a Francisco I. Madero y “al general” Pino Suárez.

Con la peste a la puerta, de nada vale echar la culpa del desabasto de medicinas a los que se fueron y entregaron anticipadamente el poder a quien los había perseguido durante dos décadas de peregrinar y una vida de predicar lo que acabaría siendo lema en el escudo de la Cuarta Transformación: ¡Paz y Amor! Extraños giros de la Historia del cesarismo sexenal, la larga agonía y la plácida muerte del presunto imperio del PRI: Setenta años, repitieron sin cesar los conservadores y los del PRD en vías de serlo. Dos veces siete meses y la crisis del sistema de Salud topa con el Coronavirus y la memoria de la mortal influenza española.

Hace ciento dos años que esa pandemia azotó a la humanidad, contagió a la tercera parte de la población mundial y mató a cincuenta millones de seres humanos. Hombres y mujeres, con rígido apego a la paridad de género. Decenas de miles en México, donde los combates armados producirían un millón de muertos. La plaga del 2020 podría contagiar a cientos de millones, con más de veinte millones muertos este mismo año, según las previsiones de los científicos. No hay vacuna ni la habrá en menos de doce meses y de infinidad de pruebas. En Italia suspendieron el Carnaval de Venecia y los partidos de fútbol de la Liga se jugarán sin público, en estadios vacíos. Las autoridades sanitarias de Corea del Sur han enfrentado directamente el contagio de seiscientos mil enfermos. Y China, además de los hospitales construidos aceleradamente, puso en cuarentena a más de 750 millones de personas.

Todos han tomado medidas urgentes para impedir el desabasto de medicinas y material médico indispensables, sobre todo debido a compras de pánico. En México se esperan cientos de muertes y posiblemente varios miles de enfermos. El gobierno ha anunciado que tendrán reuniones diariamente por las tardes. Bien, pero cualquiera diría que se impone informar directamente a la población de lo hecho, por hacer y sobre todo, de las carencias por atender. Y mal podríamos reducir esa tarea a culpar a los gobiernos del inmediato pasado. Sobre todo en la hora del desgaste patético de los informes madrugadores en el Palacio Nacional y el descrédito del método de “conferencia de prensa presidencial diaria”, contacto directo con el pueblo y ahorro de gastos en publicidad oficial.

Si es que alguna vez fue esa la intención del método aplicado de la magia del contacto directo y personal del predicador y profeta de la Nueva Era con el pueblo bueno. Todos los días: la misma medicina a la misma hora. Y no han faltado quienes aplaudan el sistema de divulgación directa y el vigor político aplicado a fijar la agenda del día, de la semana, del tiempo que lleve consolidar y perpetuar en el poder a la Cuarta Transformación. Catorce meses y se acabó el juego de espejos y magia del birlibirloque. Mala mezcla la de reporteros y partiquinos confundidos entre los actores del intercambio de preguntas sobre el presente y futuro, con respuestas calculadas sobre el futuro previsto o deseado: junto a las culpas asignadas a un pasado que se aleja vertiginosamente al topar con la terca realidad.

Llegó el momento en que se sobreactuó el papel de reportero improvisado. Nada podía decir el de la voz ante el reclamo de una activista y defensora de las mujeres víctimas de la violencia criminal y el desdén conservador, aquí sí auténticamente conservador, de los privilegios prepotentes del macho de la especie. Imposible culpar a los que mal ejercieron el poder político en el cada día más distante pasado. Aunque salga del retiro un cardenal ultra-reaccionario y de Jalisco como sale el Coco para asustar a niños y niñas. La prisa es mala consejera: Ya se habló de eso, dijo una mañanera el de la voz cantante. Y quedó en el ambiente la calificación generosa de ausencia de empatía.

Pero estaba ahí Frida Guerrera y señaló al empleado de René Bejarano que había dado lectura a la “pregunta” en la que pedía al Presidente López Obrador investigar a las mujeres del activismo defensor de sus derechos y de la vida misma. Y se acabó el carnaval, se cayeron las máscaras en la danza de disfraces, porque desmañanados y desdeñados hay ahí personajes de oficio reporteros. Alegatos y bofetadas en un salón de Palacio Nacional y en el Patio Central, escenario de You Tube para el Rosario de Amozoc. Porque Isabel Gonzáles, reportera de Excelsior, denunció ante el del púlpito potente que uno de los indiciados al servicio de la oficina de prensa presidencial, había manifestado públicamente que alguien debería “darle un balazo”.

El Presidente de la República alzó ambos brazos y dijo: ¡Amor y Paz! Ahí, en Palacio Nacional, Afuera, en la calle, lo que ellos quieran, porque la prensa controla a la prensa. O algo así. Hay desconcierto en el atril del director de orquesta. Y en Pemex aparecen las cuentas del desastre de hoy, de ahora, las pérdidas antes del pago de impuestos que durante años fueran la salvaguarda del fisco.

Y la pandemia de la máscara roja a la puerta del territorio sembrado de cadáveres y en el que el desabasto de medicinas sirve para culpar al pasado y ver cómo pierden el futuro y la vida misma los mexicanos del común. Sistema de Salud en el que mueren pacientes por habérseles proporcionado fármacos contaminados. “No cuidar la calidad de los medicamentos es un acto criminal, eso no lo podríamos hacer,” sentenció el Presidente López Obrador.

Así es, señor Presidente. Usted mismo llamó “descuido” al acto criminal que cobró dos vidas y tiene a cincuenta y dos pacientes bajo seguimiento médico en Villahermosa, Tabasco, en su tierra. ¿Quién cuida a los cuidadores?, decían los de la antigua Roma.