María Teresa Jardí
Imposible no estar de cuerdo con el regreso de la política al lugar que le corresponde como arte compartido con el pueblo con palabras sencillas. Muchas son las coincidencias con los que hoy encabezan el gobierno federal y estoy de acuerdo en casi todas las medidas que se están tomando y en las cosas que se están haciendo. Es lamentable que no se entienda que los aliados naturales no somos los que se nos considera como a enemigos. Los traidores están en casa y esos son los que van a dar el golpe mortal al mejor Presidente que hemos tenido en un país que parecía condenado a no tener ni siquiera uno al servicio del pueblo. Es lamentable que no se entienda que va llegar el día en que dejarán de gozar de impunidad, como gozan los de ayer, perdonados, en aras de protegerse los de hoy, de los que llegarán mañana, que quién sabe si lleguen, porque mal consejero es el hartazgo generalizado por los virus descontrolados diciendo ya basta de capitalismo. Lamentable es ese afán de desconocer la memoria o, peor aún, de arreglar la misma a lo que se cree sin entender que la lógica hoy es lo que debe dominar el arte de la política.
Lo acontecido en la historia reciente de América Latina tendría que estarse leyendo como la historia futura que viene para los que hoy gobiernan. Los empresarios “amigos”, convertidos de repente en buenas personas, no existen. Los empresarios, como los emperadores, no son amigos de nadie y menos los que a la mexicana llevan funcionando tantos años sin ética alguna y dictando ellos las reglas y teniendo a su servicio a los que adueñados del poder se iban sentando en los más altos cargos.
Los imperios no tienen amigos. Los dueños de los grandes capitales tampoco son amigos de nadie. Y no entenderlo propicia dejar al pueblo en el desamparo con el horror anticipado de saber el miedo que despiertan los que quieren regresar, los mismos que antes aceptaron convertirse en los más cretinos del planeta o los herederos de los de antaño, que no quieran ustedes ni pensar en lo que se convertirán de hacerse de nuevo con el poder por un pésimo cálculo y un olvido de una historia reciente que debería estar del todo presente. El capitalismo quiere que todo siga lo mismo en peor para las mayorías debidamente diezmadas por el coronavirus, que como anillo al dedo les ha venido, aunque puede que les asuste en lo personal, pero no les afecta por lo que a su dinero toca a los grandes empresarios y les ha dado la oportunidad de hacer una campaña feroz en contra del único Presidente legítimo que hemos tenido los mexicanos. Sin entender tampoco, los que de todo disfrutan, que el llamado de la naturaleza es en especial para ellos que son los que han propiciado su destrucción de manera irreverente y sin conciencia de que la muerte llega para todos. El capitalismo, como los muy ricos, se sueña vencedor de la muerte. Pero la muerte con un virus está siendo capaz en apoyo al grito desesperado de la naturaleza de recordar a los humanos: que involucionar es muy mala idea y que el cambio para prevalecer debe convertirse en forma de vida sin contrastes vergonzosos y regresando a la ética como forma de gobernar al mundo y de vivir en sociedad y en familia. Se rasuró del diccionario la palabra ética y hay que recuperarla con todo su sentido, incluso por instinto de sobrevivencia.
No son amigos ni los Larrea ni los Slim ni los Salinas Pliego ni ninguno de los grandes empresarios que sólo tienen en los ojos signos de pesos. Como no es amigo Trump. Y como no son amigos ni Alfonso Romo ni Jiménez Pons ni los que al oído le dicen al Presidente que se puede construir un tren sobre una península llena de cenotes, sin tener los estudios de factibilidad en la mano que les dirán que no es posible y que las consecuencias van a ser criminales.