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Quintana Roo

El chicle, sin mercado nacional

Por Justino Xiu Chan

FELIPE CARRILLO PUERTO, 18 de febrero.- La falta de mercado nacional es de lo que se han aprovechado los directivos del Consorcio Chiclero, encabezado por Manuel Aldrete Terrazas, para comprar a un precio mísero la goma que se produce en la Zona Maya, tanto que antiguos chicleros, como don Julián Uc Valera, en entrevista con Por Esto! Quintana Roo, considera que nunca será posible que les paguen algo mejor por el chicle.

Desde que se empezó a trabajar la extracción de la resina hace más de 100 años, siempre se ha mandado al mercado extranjero y los productores del chicle simplemente no pueden vender su producto de manera directa para que sus ganancias sean mayores.

Pese a que el trabajo de la extracción de la resina llegue a ser de alto riesgo, dado que se padecen muchos peligros en la selva, hace varias décadas era el único trabajo que se tenía; pero está en riesgo de perderse, dado que los jóvenes de ahora no se han interesado de esta actividad, porque está mal pagada.

Actualmente, el Consorcio Chiclero, una empresa que supuestamente es una sociedad cooperativa de la que forman parte los chicleros, en realidad, se ha convertido en el único intermediario que tienen los productores mayas para vender la producción de goma al extranjero, y esa posición privilegiada es la que su director ejecutivo, Manuel Aldrete Terrazas, y unos contados cómplices, han aprovechado para enriquecerse a costa de mantener la explotación de quienes cosechan la resina en la selva, con práctica de monopolio.

Mientras, la empresa productora de la goma de mascar orgánica Chicza vende una farsa publicitaria en el extranjero, principalmente, en el mercado europeo, donde presume de haber recuperado la dignidad de los productores chicleros mayas, la realidad que viven los productores que realizan esta actividad es otra: es la marginación y explotación de las familias chicleras de Quintana Roo, pagándoles una miseria por su trabajo y sin que tengan ningún tipo de prestación.

La situación de los chicleros la confirma a Por Esto! Quintana Roo, don Julián Uc Varela, de aproximadamente 82 años de edad, quien tiene conocimiento del trabajo del chicle desde que tiene uso de razón.

“Mi señor padre murió cuando tenía como nueve años y formaba parte del campamento que se denominada Yohsascab, mismo que se ubica en una parte de las siete lagunas que quedó en el ejido de X-Hazil Sur”.

Siguió diciendo: “Los conocimientos que pude adquirir en los primeros años de mi vida, fueron básicos para poder salir adelante en medio de la selva. Nacimos sufriendo el mosco, la oscuridad, los peligros que existen en el monte, principalmente, las víboras. Todo esto se vive en el campamento chiclero; de tal manera que desde pequeños, ya sabíamos defendernos de todos estos peligros.

Recuerda don Julián Uc que en aquel tiempo, en esta zona solamente existían dos trabajos: el chicle y la milpa; y cuando un jovencito de aquellos tiempos ya podía alzar una herramienta, los padres los llevaban a trabajar, para llevar a cabo estos trabajos.

“Es casi a la fuerza que teníamos que producir maíz, porque no había la forma cómo traer este producto hasta la zona centro del Estado. Es por eso que los milperos tenían que derribar de una a dos hectáreas de monte para poder hacer la milpa y podamos tener que comer”.

“Don Chicote”, como se le conoce de cariño en esta ciudad, mencionó: “El trabajo del chicle fue grandioso, porque sí nos dejaba un dinerito. Cualquier trabajador que tenga un sueldo de aquella época, el sueldo máximo que tenía una persona, era de 15 pesos y un chiclero, cuando trabaja al máximo, puede ganar tres veces más ese sueldo. Sólo que la desgracia del chicle es que no nos dijeron que se va a acabar o alguna vez el chiclero se va a cansar, y conforme nos llega al bolsillo el dinero del trabajo de una larga jornada en el monte, no nos tarda el dinero y ya lo gastamos.

Primero, porque todo era comprado, nada producíamos, porque la mayor parte del tiempo estábamos en la selva. Ahora, yo siento que ahora no es que no haya chicleros, sino que no tiene caso ese trabajo, porque nunca van a poder pagar mejor el precio del chicle, no es posible”.

El veterano chiclero refiere que “el cuidado del chicle genera muchos gastos para los que lo comercializan: se tienen que rentar bodegas, hay más gastos en cuidar las toneladas de resina, ya compradas que producirla de la selva. Viendo tantos gastos que existen, la ganancia del comprador, los gastos de almacenamiento, de transporte y los gastos de producción en la selva, eso genera que no nos paguen bien el chicle”.

Ser chiclero es un trabajo cruel, pero necesario

Dijo que la actividad chiclera es un trabajo muy cruel, ya que para empezar desde que amanece un chiclero tiene que ponerse la ropa del día anterior, porque no se puede cambiar la ropa a cada rato.

“Es por eso que consideramos que es un trabajo mugroso, porque todos los días uno está sucio. Cuando regresas al campamento, luego de las 5 de la tarde, bajo una torrencial lluvia, no te da tiempo más que de comer lo que tienes a tu alcance y acostarte a dormir forzosamente, porque en el alrededor te asechan miles de moscos y para eso teníamos que meternos en el pabellón para dormir y sufrir toda la noche el zumbido de los moscos. Y cuando se levanta uno al día siguiente, tiene que tener su lámpara en mano para alumbrar y ver si no hay alguna culebra bajo tu hamaca. En ocasiones, se podía escuchar el rugir de un jaguar a 100 metros donde uno duerme; pero para eso tenemos que acostumbrarnos a los ruidos nocturnos para poder dormir, aparte del cansancio que lleva uno, tras una jornada de trabajo de todo el día”.

Don Julián Uc Varela menciona que “en ocasiones un chiclero tiene que subir para picar más de 10 veces a un árbol para poder extraer la resina del chicozapote. En cada árbol, varía la cantidad de resina que se obtiene; algunos, 200 gramos, otros, medio kilo y hasta un kilo. Es por eso que uno tiene que ponerse las pilas para poder sacar por lo menos tres kilos de chicle diario. Cuando la selva era buena, rendía mucho; había chicleros que en forma diaria obtenían de 10 a 12 kilos de chicle e incluso, hasta más.

En mi época, lo más caro que pude vender un kilo de chicle fue a siete pesos. Ahora, en la actualidad se está comprando por la cooperativa a 80 pesos; lo que sacaba en un día trabajando es lo que vale ahora”.

La fuente lamentó que el precio del chicle se esté pagando muy barato. “No sabíamos por qué ningún chiclero en 100 años, nadie, pudo construir una hermosa casa. A pesar de que se ganó mucho dinero, los chicleros nunca tuvieron nada”.

La falta de mercado nacional no ayuda a los chicleros

El entrevista advierte de que desde un principio el mercado del chicle no fue nacional, sino el extranjero, por lo que extraer el chiche de los árboles del chicozapote en lo más apartado de la selva, y traerlo para embodegarlo y posteriormente mandarlo causa mucho gasto.

“Siempre lo compraron los ingleses, americanos, europeos y otros países, pero no ha sido del consumo nacional el chicle. Si hubiera mercado local, nosotros mismos lo hubiéramos vendido de manera directa para que las ganancias nosotros las tuviéramos; pero desgraciadamente no es así, siempre se ha venido en el extranjero”.

Por eso, ahora para Chicza, los productores mayas son, además, de los que se rifan el físico en la cosecha de la resina del chicozapote, un gancho de imagen publicitaria para el mercado extranjero, ya que una de los mensajes que más repite la marca para su comercialización es que la goma de mascar biodegrable la produce un consorcio de cooperativas bajo un esquema de “comercio justo”.

Pero don Julián Uc Varela revierte este mensaje diciendo que “el trabajo del chicle es una actividad inhumana. Come uno a las 5 de la mañana en su campamento para luego ir a trabajar y después probar alimentos en la tarde noche. Es un trabajo peligroso, por las culebras, de cortar la soga y caerte de varios metros de altura y es una muerte segura. Corre el riesgo, un chiclero de enfermarse por un intenso calor y de repente una lluvia; esto provoca serios problemas de salud a los chicleros y en muchas de las ocasiones terminaban muriendo, con el pasmo tabardillo. Se llega a morir uno por la falta de médico, puesto que el trabajo es a decenas de kilómetros dentro de la selva.

Se acaba la actividad chiclera

Finalmente, dijo que la actividad chiclera se está acabando: “En primera, ahora no cualquier joven se presta para el trabajo de la extracción del chicle, no se atreven a sufrir lo que nosotros padecimos hace varias décadas. En mi extinta Cooperativa “Vicente Guerrero”, ya no existe ningún chiclero, la gran mayoría ya falleció o ya somos personas de la tercera edad. Es por eso que el chicle se va a acabar y peor que hemos lastimado por años el árbol de chicozapote, ha dejado de producir fruto, para que la selva se mantenga, con sus animales; y consideramos que por cada árbol del chicozapote muerto no sabemos cuántos animales también han fallecido; y lo peor aún es que actualmente, ya no se extrae el chicle, sino se troza el árbol para que sean enviados a la zona hotelera para la construcción de grandes palapas para el turismo. Estamos acabando con el zapote como recurso natural que debemos de conservar para preservar las diferentes especies de animales”, afirmó don Julián.

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