Una chica entra a una tienda de libros usados y se encuentra uno escrito por un preso; se interesa tanto en el contenido que decide ir a la cárcel para conocer al autor, se enamora de él y promete sacarlo de allí. Para ello estudia leyes y logra su objetivo. Fin.
—Cuando salimos del cine después de ver esa película, cuyo título ya no me acuerdo, le dije a mi mujer: vamos a meternos en ese negocio y así inició esto hace 15 años, me cuenta Jorge E. Abraham Aguiar, de Casa Tino, ubicado en la calle 65, entre 62 y 64, centro.
Nuestro entrevistado, quien desde hace 41 años se dedica a la compra-venta de artículos y muebles usados en general, afirma que el negocio de libros de segunda mano está en decadencia, aunque no cree que desaparecerá del todo.
—¿Por qué?
—Porque la gente casi ya no lee y porque muchos textos, sobre todo los que usan los estudiantes, se pueden conseguir por plataformas digitales. El internet está acabando con todo tipo de negocios, no solo con el de los libros usados. Si me preguntas cómo ha afectado mis ventas te diría que en un 90 %.
—O sea, que tu verdadera competencia no son las otras librerías de viejo, sino la red.
—Así es, además de que quienes nos dedicamos a este ramo en la ciudad no somos más de tres, al menos los que yo conozco.
Para ilustrarme, apunta que en la calle 64 por 55 abrió otra librería que nunca fue un negocio rentable, pero que mantuvo durante diez años gracias a que el inmueble era de su propiedad. Con tristeza tuvo que cerrarla y rentó el lugar, donde ahora funciona una pizzería.
Asegura que del 2013 al 2016 la venta de libros estudiantiles —de primaria, secundaria, preparatoria y universidad— tuvo un auge notable.
—En el mes de septiembre, al inicio del curso escolar, se formaba una larga cola a las puertas de este negocio para comprar los textos, pero eso se acabó. Ahora son pocos los padres de familia y estudiantes que vienen por ellos.
Recuerda que en ese lapso enviaba a sus empleados a las escuelas a comprarles a los estudiantes todos los libros usados de mayor demanda —como los de biología, anatomía, álgebra, etimologías—, los cuales revendía con facilidad. Por otra parte, adquiría todos los libros que le llevaban a su tienda, sin discriminación alguna, pero dejó de hacerlo al darse cuenta que ya no tenían salida y que su local se estaba saturando, sobre todo de enciclopedias antiguas que ya nadie compra y menos consulta.
—Ahora está muy baja la venta, la mayor parte de la gente es inculta, opina.
Durante las casi dos horas que estuve en Casa Tino sólo tres personas entraron a comprar libros, en tanto que otras dos ingresaron pero para ver algunos muebles.
—¿Quiénes son tus clientes regulares?
—Principalmente estudiantes aplicados —nerds, precisa—, investigadores, escritores y periodistas. Por ejemplo, los buenos estudiantes no se conforman con los textos abreviados que les proporcionan o recomiendan, sino que prefieren comprar las versiones ampliadas aunque sean antiguas.
—¿Qué libros tienen más demanda ahora?
—Los vinculados con las sagas de cine y televisión: Cincuenta sombras de Gray, Insurgente, Crepúsculo, El señor de los anillos...
Mientras recorremos los estrechos pasillos entre atestados anaqueles Jorge me explica que los libros están clasificados por autor (70% del total) y temas (30%).
Llegamos ante un anaquel en el que se lee “Superación personal”.
—¿Supongo que este género también tiene salida?
—Sí.
—¿Quiénes los piden?
—Los que tienen problemas, como los que se están divorciando o bien los que se quieren hacer ricos de la noche a la mañana...
Apunta que también se venden más o menos bien los textos esotéricos, de suspenso y terror. Lo mismo que los libros nuevos.
—¿Tienes libros nuevos?
—Bueno, así les llamamos a los que salieron hace uno o dos años.
—¿Cómo cuántos libros tienes en esta tienda?
—Aproximadamente unos 15 mil.
—¿Cómo los cuidas?
—Pues veo que no haya humedad o que no les entre comején, que es terrible. Ya en dos ocasiones tuve ese problema y fue necesario fumigar.
En dos o tres ocasiones también ha tenido que vender libros de texto a las cartoneras pero como papel, a fin de recuperar algo de lo invertido.
—¿Cuánto cuesta el libro más barato y cuánto el más caro?
—Tengo libros desde cinco pesos. Entre los más caros figuran el Diccionario Cordemex Maya-Español ($ 1,500.00) y la Enciclopedia Yucatanense (entre $ 6,000.00 y $ 8,000.00 la versión empastada, dependiendo de su estado de conservación, y entre $ 5,000.00 y $ 6,000.00 la versión rústica).
Jorge me indica que también le piden el libro A través de las centurias, de José María Valdés Acosta, pero es tan escaso que hay gente dispuesta a pagar por los cuatro tomos varios miles de pesos. Asimismo me informa que las señoras de fuera que han venido a vivir aquí buscan el libro de Cocina Yucateca de Lucrecia Ruz Vda. de Baqueiro (publicado en 1944 y reeditado en los años 1970 y 1980).
—¿También vendes revistas?
—Sí, algunas, pero las piden generalmente para recortes, para las tareas de los estudiantes.
—¿Y cómics?
—También. Tengo cajas de ejemplares de Cordorcito, Tortugas Ninjas, Superman, X Men, Los 4 Fantástico, Los Agachados de Rius...
Lo interrumpo para comentarle que las obras de Rius han sido reeditadas... Y me interrumpe para decirme:
—Sí, las obras de Rius se vendían bien pero al reeditarse nos mató el precio.
—¿Alguna anécdota que recuerdes relacionada con los libros?
—En una ocasión, un señor de aquí sacó a la calle los libros de su biblioteca porque se tenía que ir urgentemente a los EE.UU. Treinta años después, una vez jubilado, regresó a Mérida y vino al negocio. Husmeando entre los libros encontró varios con su nombre y no lo podía creer.
—¡Los tiré en su momento y ahora tengo que comprarlos!, exclamaba.
Al retomar el tema de internet, le comento que podría aprovechar ese medio para promocionar su acervo.
—De hecho, lo hago; tengo como siete cuentas diferentes de Facebook.
—¿Y qué tal ha sido la reacción de los internautas?
—Al principio fue buena, pero después ya no tanto. Además no puedes subir muchos anuncios porque luego de etiquetan como spam y te castigan.
Le insisto en que podría vender sus libros a través de Amazon y Mercado libre, por ejemplo, a cambio de pagar un porcentaje.
—Sí, pero para ello es necesario hacer un catálogo y eso es mucho trabajo.
Jorge manifiesta que si alguien está dispuesto a pagarle una buena renta por su local lo cedería de inmediato porque, insiste, los libros usados ya no dejan casi nada.
—Ya tengo 64 años y quiero disfrutar de la vida, pero sin dejar de trabajar del todo, porque si lo haces de deterioras más a prisa. Tengo otro local en el que trasladaría la librería.
—¿Algo más que quieras agregar?
—Sí, sería conveniente que el gobierno promoviera el hábito de la lectura porque los libros son un tesoro que hay que conservar.
Antes de despedirme de Jorge recorro de nueva cuenta algunos de los anaqueles donde me encuentro a viejos conocidos, como los volúmenes de las colecciones de Porrúa, Aguilar, Bruguera, Grolier, Libros condensados del Readers Digest y algunos clásicos de la Historia de México y de Yucatán.
El polvo imperceptible que levantan los miles de vehículos que transitan todos los días por la calle 65 se deposita plácidamente sobre las cubiertas, lomos y páginas de los miles de libros que están a la espera de que algún mortal llegue hasta ellos, los abra y se apropie de su contenido.
(Faulo M. Sánchez Novelo)