Roger Aguilar Cachón
La noticia corrió como pólvora, ya sea por medio de llamadas telefónicas, correos, o bien por alguna de las redes sociales usadas hoy día y que permiten una comunicación inmediata. Don Horacio falleció. Conmoción entre familiares y amigos de la familia y de la sociedad yucateca. Hombre cabal, deportista del tenis que practicaba y era aficionado y su pasión en los últimos años (aparte de su familia, desde luego) la Numismática, ocupó mucho tiempo de su vida. Hombre clave para saber de variedades o bien de precios de alguna de las piezas, siempre fue buscado por aquellas personas que se iniciaban o bien ya estaban dentro del mundo de las monedas, medallas y de la filatelia.
Conocí a don Horacio en el año de 1981, cuando domingo a domingo se instalaba primero debajo de los arcos del parque de Santa Lucía y en los últimos años debajo de un frondoso árbol del mismo lugar a donde llegaba en punto de las nueve de la mañana y partía aproximadamente a las dos de la tarde. Uno de esos domingo del año mencionado, acudí al parque porque me habían contado que habían personas que vendían monedas y antigüedades, mi primera impresión fue muy agradable ya que de entrada me encontré con una persona de edad madura pero con una sonrisa en los labios y en sus claros ojos azules brillaba la alegría de vivir y sobretodo de compartir sus conocimientos en el ámbito de la Numismática y Filatelia.
Era una de las pocas personas que se dedicaban a esta afición, claro que también habían otros, pero su bonhomía y su atención lo distinguía de los demás. Es posible que le haya caído bien, ya que tuve la oportunidad de visitarlo en su casa allá por la calle 39 x 58 y 60. Tengo la dicha de decirles a mis caros y caras lectoras, que caí en su gracia y me permitió no sólo ser un cliente más sino que también amigo tanto suyo como de su familia. Tuve la oportunidad de conocer y tratar a su esposa, dicho sea de paso muy guapa y siempre elegante y atenta a lo que se necesitara, doña Ernestina Rodríguez, a quien se le conocía como la Rubia.
En las visitas a su casa a comprar alguna pieza, recuerdo muy bien la primera moneda que le compré fue una de 5 pesos de Carranza, ya con el paso de los años fui un asiduo cliente comprándole y vendiéndole todo tipo de piezas, ya sean monedas como medallas. En esos años de compra y venta, conocí a sus hijos Iván, Rosa Elena, Jenaro y Gabriel, a este último nos liga una amistad que surge en las aulas de la Facultad de Antropología donde le di clases y posteriormente en el negocio de la venta de monedas y en los últimos años, la amistad siguió, ya que su hijo, de nombre Jenaro, estudia y le di clases en la secundaria donde laboro.
No a cualquier hora se podía ir a visitar a don Horacio, aunque no tenía un horario establecido, todos los que acudíamos a su casa sabíamos que no debía de ser antes de las 10 de la mañana y por la tarde a partir de las 5. Cuando lo visitaba en ocasiones esperaba a que se levantara, o bien ya estaba viendo algún partido de tenis en su televisor. Y siempre la Rubia atenta. Cabe mencionar que también mi mamá y mis tías tuvieron el gusto de conocer a don Horacio y familia, ya que la Rubia vendía zapatos y ellas se convirtieron también en clientas.
Hablar de don Horacio es hacer referencia a una persona cabal, siempre muy respetuosa, católico, ya que acudía a misa por las tardes o noche de manera regular a Santa Ana, iba a pie, ya que no usaba coche alguno y para trasladarse a Santa Lucía lo hacía acompañado de su hija Rosa Elena y en los últimos años de Gabriel.
Cada domingo, antes de las nueve de la mañana, ya había en el parque de Santa Lucía varias personas esperando la llegada de don Lacho (los allegados así le decían) para recoger algún encargo o bien ver las piezas que llevaba para vender. Desde monedas de bronce hasta las de plata y oro que siempre daba a precios razonables. Fichas de hacienda, cheques, estampillas, cartones, álbumes y clasificadores, se podía encontrar y adquirir en el puesto que ponía para vender en Santa Lucía don Horacio.
Tenía el don de tratar a la gente y siempre con mucha amabilidad brindaba a sus clientes sus amplios conocimientos en la Numismática y también de la Filatelia. El de la tinta tuvo el privilegio de contar con su confianza ya que en ocasiones me daba algún producto y posteriormente se lo pagaba. Siempre era una emoción esperar sus regresos de la Ciudad de México cuando iba a los Congresos Numismáticos, ya que de seguro nos traería nuestros encargos o alguna pieza que fuera de nuestro interés. Recuerdo muy bien cuando preguntaba el porqué alguna pieza tenía un costo elevado, él respondía de manera inmediata “Roger, es un filete, o bien decía que la moneda era very rare”.
Los que lo conocíamos teníamos la posibilidad de hablar a su casa o bien acudir a ella sin previo aviso, aunque siempre lo esperábamos puntualmente cada domingo en Santa Lucía, donde llegaba de manera habitual con su esposa y en algunas ocasiones con su hija Rosa. Con el paso de los años así fue, sin embargo las enfermedades y dolencias comenzaron a atacarlo y poco a poco comenzó a dejar de ir a su cita dominguera y en su lugar iba su hijo Gabriel, acompañado de su esposa a seguir la tradición familiar.
Todos los que lo conocíamos hablábamos de la falta que hacía los domingos pero también estábamos conscientes que ya la edad le impedía seguir su rutina. Todos lo visitábamos hasta que llegó el momento que su enfermedad hizo cada vez más difícil verlo. Pero siempre era recordado, en años pasados la Sociedad Numismática le hizo un homenaje en vida, aunque ya se le veía un poco disminuido de sus facultades motrices siempre se le veía alegre y en esa ocasión emocionado. Esa fue la última vez que lo vi en público.
En los últimos años, uno de sus nietos e hijo de Gabriel, de nombre Jenaro, se inscribió en la escuela donde imparte clases el de la tinta y tuve la oportunidad de enterarme de manera directa de la salud de don Horacio, ya sea preguntándole a Gabriel sobre él y su evolución. Se volvió algo natural en los últimos tres años preguntarle de manera diaria a Jenaro (el nieto) sobre la salud de su abuelo y él me mantenía al tanto de su salud y me comentaba cómo cada vez se iba deteriorando su salud. El pasado jueves 30 de mayo platiqué con él y le pregunté sobre la salud del abuelo y me comentaba que ya se le veía un poco mal. Nunca pude imaginar que sería la última vez que preguntaría por él.
Desde esta tribuna le envío mi más sentido pésame a su esposa, hijos y nietos por esta invaluable pérdida, pero puedo asegurarles a cada uno de ellos, que don Horacio, don Lacho, sembró en muchas personas la afición por la Numismática y Filatelia y que en cada uno de esos corazones, como en el de la tinta y su familia vivirá por siempre, el hombre cabal, deportista, filatelista y numismático. Descanse en paz don Horacio Villamil Ginnetty.