Roldán Peniche Barrera
Yucatán Insólito
Ya no existen Mecenas”, decía, no sin cierta amargura, un señor en la prensa. No. Ya no existen Mecenas. El millonario actual es un pobre hombre para el que no se hace nada expresamente: ni cuadros, ni libros, ni particulares, ni siquiera zapatos. Antes había dos clases de producción: una, al por mayor, para el gran público, y otra, individual, para los millonarios; pero ahora, en Norteamérica, parece que todo el mundo es ya millonario, y todo, por consiguiente, se confecciona ya allí al por mayor. Los trajes de míster son trajes fabricados en serie, así como son fabricadas en serie las salsas mexicanas que le estropean el estómago a los ingleses.
En lo que respecta a la base de todo el mecenaje a las otras artes, tiene siempre que haber eso: una coincidencia excepcional de gustos con el artista y un deseo de poseer cosas que nadie posea. A veces, cuando algún amigo rico ha tenido la amabilidad de quejarse ante mí por lo escaso de mi producción literaria, diciendo que él desearía leerme con mayor asiduidad, yo le he contestado:
–Pues nada más fácil. Si el precio me conviene, estoy dispuesto a enviarle a usted a su casa todos los artículos que me pida…
Pero ningún rico es capaz de pagar hoy tanto ni cuanto por una página literaria escrita expresamente para él, y, asociándose con cien o doscientos mil pobres, el rico actual lee por una perra gorda la literatura al por mayor de los periódicos diarios. Hoy no hay Mecenas, y si no los hay, no es porque el dinero esté más distribuido que en otras épocas, sino porque están más distribuidos los gustos y porque el millonario, que podría por gusto personal fomentar esta o aquella tendencia artística, se acomoda sin violencia ninguna al gusto corriente de todo el mundo.
El gran público, absorbiendo a los millonarios en su masa, ha acabado con el mecenaje, y actualmente sólo queda un arte cuyos cultivadores puedan permitirse el lujo de tener un Mecenas privado al mismo tiempo que una vasta clientela general: el arte coreográfico. ¡Dichosa Terpsícore!... Sus encantos se lo merecen todo; pero su bondad no es menos que sus encantos, y gracias a ella pueden las otras musas tener de cuando en cuando algún buen encarguito…
Jorge A. Mijangos H.