
Hace más de siglo y medio, la Península de Yucatán no estaba dividida como hoy la conocemos. Campeche y Yucatán eran parte de un mismo estado, pero diferencias políticas, económicas y sociales llevaron a que, en 1857, Campeche decidiera convertirse en estado libre y soberano.
Un divorcio político con causas profundas
La historia cuenta que, durante gran parte del siglo XIX, la región vivió tensiones entre las élites de Mérida y Campeche. Mientras la capital yucateca se concentraba en su floreciente industria henequenera, los campechanos sentían que sus intereses —ligados más al comercio marítimo y la pesca— quedaban relegados.
A esto se sumaban las disputas sobre el manejo de impuestos portuarios, el reparto de recursos y la representación política. Campeche, como puerto clave del Golfo, aportaba una buena parte de los ingresos de Yucatán, pero no veía un beneficio proporcional.
El contexto nacional
En aquella época, México atravesaba una etapa de inestabilidad política marcada por guerras, cambios de gobierno y conflictos internos. Los campechanos aprovecharon ese contexto para impulsar su autonomía y en agosto de 1857 se oficializó la separación: Campeche fue reconocido como estado número 24 de la República Mexicana.
Las consecuencias
La división no solo fue política: también marcó diferencias culturales y de identidad que hasta hoy se sienten. Campeche comenzó a forjar una imagen propia, con un carácter más ligado al mar y a su historia como ciudad amurallada, mientras Yucatán continuó su camino con la economía henequenera como motor.
Hoy, más de 160 años después, la separación se recuerda como un acto de afirmación y orgullo campechano, aunque también como un ejemplo de cómo las diferencias económicas y políticas pueden reconfigurar un territorio.