Pedro de la Hoz
Vuelve a la memoria de nuestros días la imagen de Porfirio Rubirosa. El primer filme de una trilogía sobre este personaje, titulada El tiguere Rubirosa –tíguere y no tigre le dicen en Santo Domingo a los individuos más cercanos en familiaridad y cercanía espiritual–, acaba de ser estrenada con bombo y platillos en la capital de República Dominicana. Lo que más ha trascendido es la polémica acerca del protagonista de la película –por qué tuvo que ser un colombiano, Manolo Cardona, el escogido para el papel–; sin embargo todo parece indicar que mientras la taquilla suene, ese es un detalle menor.
En las notas promocionales de la producción se insiste en una de las características que le dio fama a este sujeto: su poder de seducción. No es para menos. Rubirosa (1909 -1965) ganó celebridad por sus hazañas eróticas y el cúmulo de corazones rendidos a sus pies, o mejor dicho, ante su poder fálico, puesto que bien mirado no pasó de ser una criatura de rasgos físicos exteriores insignificantes y talentos intelectuales limitados, eso sí, verboso, histriónico y con un sentido exacerbado de la oportunidad.
Cinco veces formalizó matrimonios y no se sabe cuántas llevó mujeres al lecho amatorio. No eran esposas ni amantes comunes y corrientes las que registra la historia; en el anonimato quedan las que usó, escarneció y forzó en su trepidante carrera de desbocado garañón tropical.
Rubi, como le llamaban los íntimos, casó por primera vez con Flor de Oro Trujillo, la hija del dictador, y descubrió que su principal vocación era forrarse de billetes de banco y vivir la vida lo más suave posible. Después desposó a la actriz francesa Danielle Darrieux. De ahí saltó para Doris Duke y la fortuna acumulada por los propietarios de la corporación American Tobacco, que le dejó de recuerdo medio millón de dólares, un bombardero B-52 y una mansión de lujo del siglo XVII.
Con Bárbara Hutton, única heredera de la cadena de tiendas Woolworth, tuvo una boda de ensueño, con una luna de miel que se prolongó por 53 días hasta que la unión se disipó arruinada por maltratos y rencores. Rubi le tumbó uno de los cafetales más espléndidos de Santo Domingo, ocho caballos purasangre, 60 trajes, 42 pares de zapatos y 2.5 millones de dólares.
Próximo al medio siglo de vida, conoció a una actriz belga, Odile Rodin, mucho más bella que las anteriores esposas, sin otro pedigrí que la juventud. Pero Rubi ya tenía las arcas llenas, o al menos, como veremos más adelante, eso pensaba por esa época.
Entre rumores y certezas se dice que la lista de sus amantes cubrió una parte de las estrellas más codiciadas de Hollywood, entre ellas, Zsa Zsa Gabor, su preferida; Rita Hayworth y Kim Novak. Burlaba maridos, jugaba polo, corría autos deportivos y tentaba la suerte en los casinos.
¿Pura frivolidad? ¿Casanovismo in extremis? Nada de eso. Detrás de su disfraz seductor, Porfirio Rubirosa encarnaba la más viva estampa de la abyección. Decía que no le sobraba tiempo para trabajar, de ahí su propensión al ocio perpetuo En realidad le faltó tiempo para ser persona. En esa cualidad inmoral basó sus relaciones con el sátrapa Leónidas Trujillo, el hombre que enluteció por décadas a su país.
Rubirosa se divorció de la hija pero no del padre. Este lo envió como representante diplomático a la Alemania de Hitler, al régimen de Vichy, y luego de una estancia en la Roma de la postguerra, a La Habana de Fulgencio Batista.
Fue compañero de correrías y trapacerías del hijo del dictador Ramfis, y mantuvo estrecha colaboración con el siniestro Johnny Abbes García, ejecutor de las órdenes más perversas del trujillato. No es casual que en la noche de Año Viejo de 1958 estuviera implicado en los preparativos de la fuga del tirano Batista, quien fue a dar a Santo Domingo donde Trujillo reclamó pagara los envíos de fusiles inútilmente empleados para contener la ofensiva rebelde. Y que después, cuando el entorchado dictador dominicano intentó armar una expedición para derrocar a Fidel Castro en agosto de 1959, Rubirosa fuera visto en Miami como fiador de las armas de los mercenarios de la frustrada intentona.
La suerte cambió para Rubirosa con la muerte de Trujillo y la defenestración de su dinastía. Quedó colgado en Europa, cada vez con menos dinero, aunque sin dejar de entregarse frenéticamente a lo único que sabía hacer: dilapidar tiempo y fortuna. El día que encontró la muerte en una autopista francesa había salido de una juerga.
¿Se dirán todas las verdades sobre el tiguere Rubi en su biografía fílmica?