Pedro de la Hoz
El arte coreográfico del siglo XX tuvo en Jerome Robbins a uno de sus figuras más completas e integrales. De Broadway a la danza clásica, del teatro al cine, del argumento a la abstracción. Poco en ese ámbito de la creación pueden exhibir un palmarés tan abarcador como este norteamericano nacido el 11 de octubre de 1918 en Nueva York.
En la cúspide de la celebración centenaria, el New York City Ballet (NYCB) tomó la punta con la programación durante el verano de una temporada de tres semanas que incluyó 21 obras y 3 estrenos mundiales dedicados a quien hizo de esa compañía su casa.
El fundador de la agrupación, el mítico George Balanchine lo invitó a formar parte del colectivo en 1948 en calidad de maestro y con la posibilidad de probarse como coreógrafo, vocación de la que había dado pruebas ya en el Ballet Theater (BT) –germen del American Ballet Theater– y sobre todo en los espectáculos de Broadway.
Dicho sea, no de paso, con el BT se anotó Fancy Free, pieza en la que bailó una joven procedente de La Habana que en poco tiempo ascendería al Olimpo de la danza clásica a nivel mundial, Alicia Alonso.
Robbins aprovechó la oportunidad de Balanchine y creó obras que contribuyeron a ampliar la gama estética de la compañía, entre ellas La edad de la ansiedad, con música de Leonard Bernstein, compositor asociado para siempre a sus éxitos danzarios, y The Cage, sobre una partitura de Igor Stravinsky.
Este trabajo lo asumió sin dejar el teatro musical. A él se deben las coreografías de puestas en escena memorables como El rey y yo y Juego de pijamas, llevadas luego al cine.
Pero, sin duda, el punto culminante de esa fase de su creación fue West Side Story, estrenada en 1957. La música de Bernstein, el libreto de Arthur Laurents y las letras de Stephen Sondheim, más los bailes y movimientos de Robbins, se conjugaron para concebir uno de los más conmovedores e innovadores dramas musicales de nuestro tiempo que reivindica la jerarquía del linaje latino en el imaginario multicultural de la Gran Manzana.
El éxito de West Side Story apartó momentáneamente a Robbins del NYCB. Fundó su propia compañía y giró largos meses por Europa. Regresó a Boradway y se anotó, por lo menos, otros dos impactos, con Funny girl y El violinista en el tejado. Balanchine supo esperar y lo volvió a acoger en 1969. Dances at a Gathering fue un parteaguas en su concepción de la danza: cinco parejas transmiten sutiles atmósferas con la música de Chopin de fondo. Esa zona de ballets desprovistos de argumentos y basados en la mera especulación del lenguaje corporal ganó densidad con Variaciones Goldberg (Bach), Cuatro estaciones (Vivaldi) y Glass Pieces (Philip Glass). Heredó la dirección del NYCB en 1983 tras la muerte de Balanchine, tarea que compartió siete años con Peter Martins.
El crítico Joseph Carman valoró en Robbins “un gusto sofisticado para la música, y un ojo penetrante para clasificar el comportamiento humano”, cualidades que aplicó a sus invenciones coreográficas.
Alicia Alonso nunca lo ha olvidado. Para ella “Robbins entendió el espíritu moderno de la danza”. Al Ballet Nacional de Cuba, interpretada en su estreno insular por ella misma, incorporó In the night, otra muestra del gusto del maestro por Chopin.
En su país y más allá se bailan sus piezas. Este mismo mes suben a escena obras suyas a cargo del American Ballet Theater. El Ballet de la Ópera de París prepara una velada conmemorativa.