Fernando Muñoz Castillo
Cuando siento que la
presencia tuya
empieza a repletar las
cajas vacías de las esferas,
yo bajo sigiloso
para darte la
bienvenida.
“Buen día querida”.
Y abro los brazos a ti.
Tú, helada y tiesa
como un cadáver
me permites que te abra
ce.
Tu mudez me espanta,
veo que cada vez
que regresas, regresas
más muerta que antes.
Que ayer.
Y yo releo las cartas que
recibí en tu ausencia, y te
llevo para que veas que el
reloj es cada día más viejo;
de que un día quedará
quieto, mudo, muerto...
Ese pensamiento, te explico,
me atormenta como su
péndulo oscilante,
péndulo rítmico,
que hace que me pase
las noches en vela.
¿Porque sabes?, la casa
sería un cementerio
particular, tres
muertos:
yo
tú
y
el
reloj ancianamente mítico...