Pedro de la Hoz
Que el amor es un tema literario eterno y recurrente, lo sabemos. Que en el tratamiento de ese tema abundan cada vez más fórmulas ramplonas y bodrios comerciales, también lo sabemos. De los clásicos del pasado –las novelas de Jane Austen y las hermanas Brontë, la Anna Karenina, de Tolstoi, y Las amistades peligrosas y la Madame, Bovary, de Flaubert– a las historias de chica conoce a chico y a pesar de las dificultades terminan juntos para siempre, han llovido ríos de dinero en la industria editorial, operaciones de mercadotecnia y una sistemática campaña mediática que promueve una pésima educación sentimental.
¿Quiere esto decir que del amor se ha escrito todo lo posible y hasta lo imposible? Dos autores –uno italiano y otro español– prueban ahora mismo que el filón es inagotable cuando se aborda desde una perspectiva sincera y auténtica. O cuando se tiene conciencia acerca de por qué y para qué se escribe. André Gide separó el grano de la paja al sentenciar: “No se hace buena literatura con buenas intenciones ni con buenos sentimientos”.
El romano Roberto Emanuelli lleva un año sumando lectores en su país y recientemente en el ámbito hispanoamericano con su novela Entonces bésame. Nunca pensó que podía interesar a estas alturas establecer un contrapunto entre un padre abandonado por su pareja que se pegunta cómo es posible amar sin olvido, y una hija que transita de la pubertad a la juventud. Leonardo vuelca el amor perdido hacia Laura, mientras esta se enamora y desenamora por primera vez.
Entre los lectores italianos, muchos de ellos cercanos a Emanuelli desde que los primeros capítulos de la novela los dio a conocer en su blog personal ante el silencio inicial de la casa editora, algunas frases dichas por Leonardo han sido compartidas: “Para ser una familia no es suficiente con serlo. Hace falta sentirlo. Echarse de menos. Creerlo. Estar. Hace falta apoyo y empatía. Hace falta amor”. “Hay cosas que las sientes, las sabes; fingir no verlas es solo una manera cobarde de escapar, de no aceptar que nosotros también podemos herir. La felicidad de los demás está un poco ligada a nuestras decisiones”.
En torno al éxito de Entonces bésame, además de la intensidad del lenguaje y la contaminación del universo digital, el crítico catalán Rossend Domenech comentó: “Nadie se resiste a dejar de leer 300 páginas sobre una historia de amor en esta época de malas noticias y futuros supuestamente apocalípticos, más si esa historia, a veces dulzona, a veces épica, concluye con que el amor, nuestro amor, no terminará nunca, porque inventaremos siempre un final nuevo”.
Puesta a reflexionar sobre su propia experiencia, la escritora norteamericana de novelas sentimentales, Maya Rodale, atribuyó la mala fama del género a la rutina de los cierres argumentales: “Las novelas románticas siempre acaban bien y siempre tienen un final en el que los protagonistas acaban juntos y felices para siempre. Los malos siempre son castigados y los problemas que puedan haber tenido que afrontar los protagonistas son siempre solucionados”.
En las antípodas de esa receta se mueve el español Isaac Rosa en Final feliz. Este novelista me había conquistado en 2005 cuando obtuvo el Premio Internacional Rómulo Gallegos, en Caracas, con El vano ayer. En aquel momento, al entrevistarlo, confesó: “Mi intención inicial era escribir una novela más, digamos, convencional, al menos en cuanto a la forma de escritura. Pero desde el momento en que decidí dar fuerza a los elementos reflexivos, y convertir mi novela en una aproximación al franquismo, pero también, o sobre todo, en una reflexión sobre cómo nos han contado aquel tiempo desde la ficción, no podía utilizar otro tipo de estructura, necesitaba una escritura que se cuestionara a sí misma”.
Ante Final feliz observo que Rosa ha sido fiel a su oficio cuestionador. Más que una novela de amor de más de 300 páginas también, que no deja de serlo, es una novela sobre las distorsiones y las destrucciones del amor por causas ajenas a las voluntades de los protagonistas, mediado por las condicionantes que hoy lo dificultan: la precariedad y la incertidumbre, la insatisfacción vital, las interferencias del deseo, porque es posible, parece decirnos, que el amor, tal y como nos lo contaron, sea un lujo que no siempre podemos permitirnos.
Si García Márquez escribió del amor en los tiempos del cólera, Rosa lo hace en los tiempos del neoliberalismo: “Es que nos hemos convertido en emprendedores de nuestra vida, emprendedores emocionales cuya vida amorosa está atravesada por la lógica del mercado. Vamos al amor con esa lógica empresarial de minimizar esfuerzos y maximizar beneficios. Amamos con la calculadora y eso liquida lo que de extraordinario puede haber en el amor, lo convierte en una relación económica más”.
Él mismo se interroga y responde: “¿Podría ser el amor una forma de resistencia frente a la fábrica en la que vivimos? Puede ser una aspiración ingenua, pero lo cierto es que mientras no sepamos formular o reformular ese amor bueno, tendremos que asumir que el amor con el que contamos es un espacio más del capitalismo, un espacio en el que todos somos usuarios y que no nos pone a salvo de nada. Lo que ocurre es que siempre entra en juego la ironía y enseguida colocamos las comillas y pensamos que es una ingenuidad y nos acabamos conformando con un amor que sea más o menos soportable”.