Cultura

Lo mejor del rock en castellano: Joaquín Sabina

Conrado Roche Reyes

Quien no ha escuchado, aprobado y admirado al cantante y compositor español Joaquín Sabina, es que no es un buen aficionado al rock y un mal catador de vinos rasposos vocales.

Nacido en Úbeda, provincia de Jaén, tierra de toreros y buenos aficionados (como Joaquín lo es a la Fiesta Brava), en 1949. Desde muy niño sorprendió a sus parientes y amigos sus precocidades en el acto de producir poesía y música. Moviéndose siempre en sus inicios en Andalucía, realiza sus pininos artísticos haciéndole música de fondo a una compañía de teatro en Granada.

Con el tiempo pasa a vivir a Madrid después de una temporada empapándose de rock en Inglaterra. Madrid se encontraba por entonces en la famosa llamada “movida madrileña”, que encabezaba el director cinematográfico Almodóvar. Corría principios de la década de los ochenta, y se integró como un visitante habitual del mítico local La Mandrágora, en donde actuaba esporádicamente, sorprendiendo a todos por un estilo hasta entonces desconocido dentro del rock en español, es decir, su voz no era digamos de lo mejor, pero cantaba muy bien, algo así a lo Bob Dylan. Su primera grabación pasó casi desapercibida para el gran público. Todo lo contrario al exitazo que supuso el álbum Malas compañías, con los trancazos a nivel internacional de “Pongamos que hablo de Madrid”, “Círculos viciosos” y “Calle Melancolía”.

Con su voz tan especial, graba en vivo “La Mandrágora” desde el mítico lugar junto con Javier Krahe y Alberto Pérez.

La televisión se da cuenta del potencial del cantante y lo recluta para programas como Si yo fuera presidente. En 1984 graba “Ruleta rusa”, con el grupo de acompañamiento Viceversa, excelentes músicos de rock and roll. El disco con ellos llamado precisamente Joaquín Sabina y Viceversa en vivo. De este disco, la televisión censuró una de las piezas porque hacía alusión irónica al presidente Felipe González (“Cuervo ingenuo”).

Su estilo se fue haciendo cada vez más empírico, hasta llegar, después de varios álbumes, a Nos dieron las diez, con el grupo Los Secretos.

Viaja a América, en donde refrenda sus éxitos; en México llena varias ocasiones el Auditorio Nacional. Como su amigo, el gran Miguel Ríos y Paco de Lucía, era un fanático de la bohemia. De la bohemia extrema, esa que dura dos y tres días entre bromas, chascarrillos y mucho vino y canción.

Con Fito Páez, otro grande, produce Llueve sobre mojado, una de sus mejores piezas. En el año 1999 recibe el premio como el mejor artista español. Su vena poética es conocida cuando publica un libro de sonetos, Ciento volando de catorce, inspirados y dedicados a cineastas, actores, escritores, toreros y cantantes.

Una isquemia cerebral lo retira del ambiente por un tiempo, pero regresa para grabar Dímelo en la calle y publica un libro con todas sus canciones, Con buena letra. Al año siguiente, su libro de poemas Ciento volando de catorce vendió 150,000 ejemplares. Nuevamente su salud se deteriora, esta vez se retira durante dos años, pero regresó con más bríos cantando en el Palacio de Congresos de Madrid un imborrable concierto, y reanuda las giras.

Se presenta en Madrid en un espectáculo televisado, algo de lo mejor de toda su carrera, ya que lo hace mano a mano con quien siempre había llevado el cetro musical hasta entonces, nos estamos refiriendo a Joan Manuel Serrat. El show, algo espectacular y artísticamente de lo mejor, se tituló “Dos pájaros de un tiro” y se trata de un verdadero duelo fraterno entre los dos fenómenos de la canción en castellano, ambos, ya más que maduritos cronológicamente, tenían de su lado algo que pocos artistas consiguen: que las nuevas generaciones los arropen, los admiren y los quieran.