Iván de la Nuez
El ruido ambiente de esta época es la letanía. Estamos atrapados en burbujas monotemáticas en las que escuchamos lo mismo una y otra vez. Cápsulas en las que esa reiteración nos aburre, pero también nos protege.
¿El ruido de los otros? No. ¿El pensamiento de los otros? Todavía menos.
Si Octavio Paz definió a los humanos como el mono gramático, ahora somos el mono temático. (Por monotemáticos, por falta de curiosidad, por pereza para cambiar el estribillo).
El caso es que hablamos de lo mismo una y otra vez.
Si estás en política, ya sabes que, según qué corriente, debes seguir para seguir en el lugar común. Esa retórica teatral; “falsedad bien ensayada, estudiado simulacro”, como decía la Lupe en el bolero.
Ante la desigualdad palpable e histórica de las mujeres, emergen hoy con fuerza las políticas de género, lo cual es de aplaudir. Pero al mismo tiempo, se encapsula a las propias mujeres para que hablen, única y exclusivamente, sobre ese tema. Como si la verdadera equidad no estuviera, precisamente, en que hablen de cualquier tema en igualdad de condiciones con los hombres.
Convertir una causa justa en eslóganes vacíos es la prueba más evidente de cómo funciona este sistema. Y, a partir de ahí, lanzar el tema único, el pensamiento único, el partido único (que es el tuyo), el futbolista único.
Es difícil encontrar voces disonantes en el mismo espacio que compartimos, porque ya sólo nos reunimos entre los que pensamos igual, nos aplaudimos igual y tomamos la misma cerveza.
Esa letanía es la lengua franca de nuestras realidades paralelas.
¿Español? ¿Inglés? ¿Coreano? No señor. Es la jerga de los ricos, los marginales, los rosas, los artistas.
Véase una rueda de prensa de alguien importante y ya se han visto todas. Da igual si es un banquero, un ministro, un cocinero.
Hoy, nuestra mayor experiencia lingüística es el monólogo. Que, eso sí, tiene que ser exhibido; como nuestro individualismo tiene que ser compartido.
Estamos criando a una especie sobreprotegida, para que crezca sin conocer la crítica, la contrariedad, el fracaso. Porque la crítica, cuando se ejerce, toma la forma del escarnio y mitin de repudio al extraño, al distinto, al que no está en nuestro whatsap familiar, nuestro grupo de seguidores, en cualquier de esos nichos en los que sólo compartimos aplausos. La cantinela de siempre que, a fin de cuentas, no es más que una degradación del lenguaje y de la convivencia misma.
Si Cicerón resucitara, y se plantara en el Parlamento de cualquier país, su famosa oratoria no le serviría para convencer a nadie para que cambiara la disciplina partidista del voto.
Ese es el proceso irreversible para pasar del Homo Sapiens al Mono Temático. A la especie esquizofrénica en la que nos vamos convirtiendo rodeados de una letanía sin contrapesos.