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Cultura

Corte y pega

Iván de la Nuez

Los más modernos lo dicen en inglés, Copy & Paste, y ya es un clásico de la cultura contemporánea. Así que cualquier estudiante hace uso de este truco para presentar sus trabajos de fin de curso. O su tesis doctoral. O lo que sea.

El antiguo plagio ha quedado desfasado ante un modelo de apropiación que incluso puede llevar menos esfuerzo.

El corte y pega ha construido prestigios, regalado títulos, famas diversas, fortunas. Se usa, por ejemplo, para armar discursos en parlamentos de todo el mundo. De modo que, detrás de los políticos actuales pueda esconderse la voz de un Napoleón o un Churchill. (Nunca su inteligencia).

Para la cultura del corte y pega, no hay nada nuevo bajo el sol; como decía Sinuhé, aquel médico egipcio que anticipó la neurocirugía.

¿El papelito escondido con las respuestas? ¿El sistema de señas? ¿Aprenderse el lenguaje de los sordomudos? Todo eso ha pasado a mejor vida, incluidos artilugios más modernos, como los micrófonos invisibles.

El corte y pega ha llegado al punto de retar a los profesores más serios, que se estrujan el cerebro inventando exámenes que no den pie a la utilización de este procedimiento.

Francia ha ido más lejos y prohibido, recientemente, el uso de móviles dentro de las escuelas… ¡hasta en el recreo!

Por su parte, los defensores del corte y pega hablan de antecedentes ilustres, como es el caso del collage, y llegan a reafirmar a Picasso como un precursor en eso de cortar y pegar.

Pero lo cierto es que “cortar y pegar” no es, necesariamente, una apropiación cultural creativa, sino una usurpación descarada. Y una simulación de conocimiento allí donde solo hay destreza en el engaño. Un fraude que sirve para un aprobado hoy y para un suspenso mañana. Puede traerte un éxito momentáneo, pero también un fracaso perenne.

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