Síguenos

Última hora

Morena denuncia a Alessandra Rojo de la Vega por retirar estatuas del Che Guevara y Fidel Castro

Cultura

Cartier-Bresson tomaba notas

Pedro de la Hoz

[gallery columns="2" link="file" size="medium" jnewsslider="true" jnewsslider_ads="true" ids="36135,36136"]

Cuando Henri Cartier-Bresson llegó a La Habana en 1963, traía más que una ilusión. Quería ver por sí mismo las cosas que se contaban de una isla que rompía los esquemas de las revoluciones que conocía. Era un veterano en el oficio de captar con el lente los momentos estelares de las grandes conmociones del siglo XX.

Cincuenta y cinco años después abro las páginas de una revista Life fechada el 15 de marzo de 1963. Fidel Castro ocupa la portada en una foto en blanco y negro. El engañoso gancho invita a penetrar en las páginas de la publicación bajo el pretexto de que se ofrecía una mirada de una isla cerrada a los ojos del mundo. Adentro, en cada una de las imágenes, aflora otra realidad: la de la apertura a un nuevo tipo de relaciones sociales, a la escolarización de la población más humilde, al diálogo entre los dirigentes de la Revolución y sus protagonistas de fila. No hubo pie de foto o apostilla acompañante que oscureciera el lenguaje diáfano de los hechos. Cartier-Bresson, fiel a sí mismo, a su magisterio, había reflejado en pocos instantes la dimensión de una época de cambios. Más allá de la voluntad de los editores de la revista norteamericana, el gran artista francés contribuía a abrir a Cuba, a la Cuba que había sobrevivido a la invasión de Playa Girón y a los días estremecedores de la Crisis de Octubre, a los ojos del mundo.

Desde entonces, y aún antes, Cuba también fijaba sus ojos en la obra de Henri Cartier-Bresson. Alberto Korda lo consideró, en más de una entrevista, como una fuente de inspiración. Este cronista guarda la respuesta que le ofreció Korda durante un largo viaje desde la Isla hacia Italia en el verano del 2000 ante la pregunta: ¿Cuántas veces no te habrán dicho que tu famosa foto del Che obedece a la filosofía del instante decisivo de Cartier-Bresson?: “Mucho —me respondió—, pero eso no me menoscaba. Por el contrario, si cada fotógrafo tuviera conciencia de la importancia de ese instante, contaríamos con muchas más imágenes de momentos definitorios de la historia de las que tenemos. Sí, el olfato del instante decisivo fue el que me hizo tomar la foto del Che en el sepelio de las víctimas de La Coubre. Entonces no sabía que Bresson hubiera dicho algo semejante, pero ya conocía sus obras maestras y me di cuenta de que en ellas había mucha inspiración y lucidez”.

Los maestros del fotoperiodismo cubano Osvaldo y Roberto Salas, Liborio Noval, Mario Ferrer y Raúl Corrales solían volver una y otra vez sobre las imágenes de Cartier-Bresson, al igual que hicieron con las de Robert Capa. Liborio comentó, particularmente, la imagen de Fidel que abarca la portada de Life. Ejerció la confrontación desde el privilegio de haber sido él uno de los fotógrafos que registró una de las más intensas y extensas iconografías de Fidel Castro: “Cartier-Bresson sabía reflejar acción y personalidad, no retrató a Fidel como un extraño, sino desde la complicidad de un testigo cercano”.

Lo increíble fue que tanto su acercamiento a los albores de la construcción de una nueva sociedad en Cuba, como a otros procesos revolucionarios de la pasada centuria, los haya tratado de transmitir desde la óptica de alguien que “nunca se ha sentido periodista” (aunque se entregó profesional y vitalmente al oficio, como lo demostró la fundación de la célebre agencia Magnum), sino ciudadano que “toma notas”, que utiliza las fotos como otro llenaría cuadernos.

Tremenda “nota” seguirá siendo aquella en que captó a Mahatma Gandhi casi una hora antes de que asesinaran al líder indio, o la que fijó en la tumultuosa China de los últimos días del Kuomintang y la conquista al poder de los obreros y campesinos comandados por Mao Zedong. O las que dedicó a México, durante sus visitas a este país, al que calificó como “uno de los más surrealistas de todo el mundo”.

Después de todo, como lo confesó más de una vez, se calificaba a sí mismo como un testigo de “la sucesión de utopías”. Un decenio atrás, al ser entrevistado en Brasil, dijo: “Yo no tengo nada que contar. Miro las cosas que me sorprenden. Eso es puramente visual”.

Demos las gracias a una visualidad portentosa, la que nos hace admirar la fotografía de Henri Cartier-Bresson más allá de sus límites.

Siguiente noticia

La dramaturgia y el teatro ¿Se lee y se edita?