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Cultura

Antes y después de Cuarón

Por Pedro de la Hoz

Todos estamos de fiesta. Una película mexicana ganó el prestigioso León de Oro de la Muestra de Venecia 2018. Roma y su director Alfonso Cuarón están en boca de todos. Pasada la justificada euforia, vendrán las preguntas. ¿Estamos ante la regla o la excepción? ¿Cuánto puede o no ese triunfo potenciar el cine mexicano de nuestros días?

Haría falta ver Roma para juzgar aciertos. Pero de antemano se sabía que Roma era una carta marcada. Por la probada trayectoria de su realizador y lo que había trascendido de su proyección temática. Para evitar sospechas de favoritismo, el presidente del jurado, su compatriota Guillermo del Toro, compañero de generación y ganador del lauro del año precedente con La forma del agua, declaró antes del veredicto que el juicio no tenía que ver con el pasaporte y que los jurados se apegaban a la más estricta observancia de la calidad de los filmes en competencia.

El talento de Cuarón había vencido con anterioridad arduas instancias. Después de su formación en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM, al que ha vuelto para agradecer a sus mentores y estimular la carrera de los jóvenes, algo que habla de un sentido de pertenencia que otros lamentablemente olvidan, se inició en el cine nacional y tuvo con su primer largometraje la aprobación de públicos y críticos que apreciaron el desenfado y la agudeza de sus códigos expresivos.

Esto no hubiera sido posible –él lo admite- sin el trabajo de campo como asistente de dirección de Jorge Luis García Agraz, o sin el apoyo de sus profesores y amigos.

En La Habana de diciembre de 2001 llegó al Festival del Nuevo Cine Latinoamericano con Y tu mamá también. El público de la capital cubana y sus visitantes recibieron como una bocanada de aire fresco aquella película por momentos divertida y provocadora, que les hizo descubrir la rica veta histriónica de otros dos entrañables mexicanos, Gael García Bernal y Diego Luna, pues a la tercera pata de la mesa, la española Maribel Verdú, ya la conocían.

Con esa cinta se reveló una de las claves del cine de Cuarón, que de acuerdo con la crítica, fundamenta el alcance narrativo del director: la manera de introducir nociones políticas y sociales en un relato que aparentemente apunta a un rumbo diverso.

Lo que vino después originó dudas. Cuarón, que desde antes de Y tu mamá también, había trabajado en California, ganó notoriedad en la industria de Hollywood. Los créditos obtenidos por La princesita, Hijos de hombre y sobre todo por Gravedad, inclinaron a balanza hacia los que piensan que solo Hollywood consagra y el mejor cineasta mexicano es aquel que llega a la llamada Meca del Cine. Alguien dijo que se trataba de trabajos alimentarios, necesarios para subsistir, valorarse y crecer. Alguien también disparó dardos hacia la desnaturalización identitaria del realizador, víctima de un presumible fatalismo neocolonial y geográfico igualmente padecido por sus colegas Del Toro y González Iñárritu.

Habría que no sucumbir a prejuicios. Hijos de hombre es una buena película, en forma y contenido, haya sido hecha o no por un director mexicano para la industria hegemónica. Es una película que escapa, hasta cierto punto, de ese dictado hegemónico. Gravedad no tanto: artificio y tour de forcé dramatúrgico; nada más, aunque del gusto de los públicos y críticos cautivos; de ahí su aura oscarizada. La princesita le dio al menos la oportunidad de que J.K. Rowling, la autora de la impresionante saga de Harry Potter, llamara la atención sobre el cineasta chilango para que asumiera el filme sobre el prisionero de Azkhaban, en el que Cuarón metió de contrabando unas calaveritas del Día de los Muertos.

Roma fue el regreso del hijo pródigo. Cuando la fama se cimienta en el talento, hasta Netflix, productora y distribuidora a cargo de la película, hace concesiones a favor del mérito. Cuarón quiso filmar en México un asunto netamente mexicano. Una deuda con las vivencias de su niñez, con la megalópolis de los años 70, en blanco y negro, con una protagonista impensada para la industria, la doméstica procedente de una comunidad de los pueblos originarios, oaxaqueña por más señas, que habla en mixteco. Ver el rostro y el talante de Yalitza Aparicio y su compañera Nancy García, en la alfombra roja de Venecia, aceptadas por sus desempeños en la pantalla, es un triunfo per se para la cultura mexicana y de América Latina.

¿Sin Hollywood hubiera sido Roma posible? No es seguro. Pero vale. Más en un país que produce mucho pero exhibe poco y mal lo que produce. Los taquillazos, cuando se dan, obedecen más a propuestas populistas que culturales. En otra ocasión abordaremos la relación entre estadísticas y recepción, entre políticas fílmicas y formación del gusto. Celebremos Roma pero no caigamos en la tentación de ser el ombligo del mundo.

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