Conrado Roche Reyes
Hace unos días nos referimos a los cines ubicados exclusivamente en el centro de la ciudad hace muchos años. Pero, hasta los años setenta, existía en cada barrio o periferia de nuestra ciudad un pequeño microcosmos de lugares para artesanos, carpinteros, sastres, hojalateros, fontaneros, albañiles, componedores de hamacas, mecánicos automotrices, veleteros, zapateros remendones, modistas, establecimientos para dulces y regalos, las indispensables –y que merecen un artículo especial– tiendas de la esquina, y, por sobre todo, los cines. Los famosos cines de barrio, tanto o más importantes para los habitantes de los mismos que los del centro. Todo este conglomerado hacía que los vecinos de los diferentes barrios no se tuvieran que desplazar al “comercio” a menos que esto fuera estrictamente necesario.
Hoy hablaremos de los cines de aquellos lares, comenzando de norte a sur, noventa por ciento de ellos ya desaparecidos. En la unidad habitacional Cordemex, construida en lo más al norte de Mérida (entonces formaba parte de la carretera a Progreso), para que los trabajadores del inmenso emporio de lo que quedaba del henequén adquirieran sus viviendas con facilidades otorgadas por la empresa –pero como todo en este país, algunos cordeleros adquirieron su casa y la mayoría se vendió al mejor postor–, se construyó un cine de bastante buena categoría, Expansión. Incluso, en una ocasión acudí a la representación de la zarzuela La verbena de la paloma, con la compañía de Pepita Embil. Este cine, de arquitectura bastante simple pero cómodo, desapareció a causa de un voraz incendio.
En la colonia Alemán se erguía majestuoso el cine Maya, que exhibía películas variadas y que pienso que fue el de más dimensiones que ha existido en Mérida. Tenía dos niveles, no dos pisos realmente. La gente de la Alemán, que siempre se ha considerado como algo aparte de el resto de la ciudad, incluso tenían su propio carnaval, lo acogió como su centro de reunión, ya que integrado al cine se encontraba una tlapalería y una barbería, los dos sitios mas idóneos, en especial este último, para el chisme y la destrucción de reputaciones. Ahí, en cierta ocasión, toqué en un concierto de rock con Mike Manssur y puedo decir con satisfacción que logramos llenar de tope en tope –pienso– las más de dos mil butacas. Este cine, con reminiscencias entre neomayas y art decó, corrió la misma suerte que el de Cordemex: se incendió. Y, además, estaba del lado izquierdo del cine un restaurante con fama de tener la mejor cocina de Mérida. Muy visitado por los más exigentes gourmet –mi abuelo materno nos llevaba mucho ahí y al del aeropuerto– que gozaba de misma fama.
Recuerdo también que en la avenida Itzaes funcionaba un pequeño cine, a semejanza de los de los pueblitos, es decir, sin techo y los asistentes llevaban sus respectivas sillas, el cine llevaba el nombre de Itza. Lo mismo ocurría en la colonia Industrial con el famoso por el rumbo cine Sapito, en la esquina de la tienda del mismo nombre.
Avanzando hacia el sur, en el barrio de Santa Ana, enfrente del parque, funcionó durante muchos años el cine Encanto que me trae gratísimos recuerdos y una nostalgia sabrosa, ya que hasta la juventud podría decir que asistí todos los días al cine, ya que vivía a una cuadra del mismo, en la esquina de la famosa tienda El Tivoli (hoy desgraciadamente en venta), amén de que el boletero, don Gras, a mí, a mi hermanito y a mis amigos los hermanos Baqueiro Cárdenas, así como a mis primos los gemelos Reyes Ponce, nos dejaba entrar gratis porque según él “éramos sus consentidos”. Ahí fue donde nació mi desmedida afición al séptimo arte. Las butacas eran de madera y tenía sus cuatro o cinco filas de balcony. Las película que se exhibían allí eran de lo más variado. Recuerdo a mi tía Chata (25 años de noviazgo, ese sería el tema de la gran novela que tengo bullendo en la cabeza y que desecho porque decidí no volver a escribir un libro jamás dadas las condiciones tan fregadas y las dificultades para divulgarlo) expresar en la función de la noche, ya que todos los domingos era infalible “su película” acompañada de su novio, otro señor mayor, con quien finalmente se casó ya vieja y su vida fue aún más trágica y patética, y yo de chaperón –hágame usted el favor– “ Uay, está más inmoral su calzonera de Tarzán”.
En el parque de La Mejorada, al lado de una improvisada gasolinera, estaba el “Alcázar” de los Flores, en el cual aún funcionaban unos ventanales enormes a los lados, que eran cerrados por un empleado por el sistema científico de jalar unas sogas para que la sala quedase a oscuras. Cerca, se hallaba el consultorio hospital del doctor Contreras, ángel de la guarda de los toreros de pueblo, a muchos de los cuales salvó la vida. Ahí me gustaba ir solamente porque antes y durante los intermedios tocaban pura música de rock and roll.
Santiago podía presumir de tener tres cines en su ámbito a saber: El Rex, el mayor y más elegante, con película y programación principalmente extranjera, de preferencia norteamericanas. Este cine aún funciona como tal. Del lado sur, en donde hoy se encuentra Súper Aki estaba el cine Rialto (según el poeta del Crucero, “No vayas porque esta ri alto”), más artesanal podríamos decir y más sencillo. Y dando la vuelta, entre la Plaza Grande y el barrio, el cine Yucatán, más bien para pasar el rato o echar una pestaña. Este cine sufrió y pereció también en un incendio.
Es necesario esclarecer que todos, absolutamente todos tenían su dulcería en el interior del cine, y estaba permitido a unos chamacos andar entre las filas y por la pantalla pregonando (ambulantes en la oscuridad) sus productos a voz en cuello: “¡Sidras, papas, chicles, chocolates larines!”.
El cine San Juan, como su nombre lo indica, estaba ubicado en el parque del mismo nombre, donde hoy se encuentra una tienda de conveniencia Exa. Este se caracterizaba por proyectar películas mexicanas. No muy bien cuidado, pero así era todo en aquellos ayeres.
En el barrio de San Cristóbal funcionó hasta su agonizante vida el cine Esmeralda, que comenzó con la misma estructura que los demás y el mismo concepto, finalmente, en sus últimos días, se convirtió en un cine de XXX, es decir, películas coloradas.
Como en todos los cines, se proyectaban dos películas, la de la tarde, y la de la noche, y en ocasiones tres filmes anunciado por ejemplo “Hoy, triple caliente”. Y los domingos, también en todos los cines las funciones eran: la matinée, a las diez de la mañana, para los niños; la del mediodía, famosa por la abundancia de muchachas del servicio doméstico, y las acostumbradas.
Existían categoría que la censura de facto dictaba que eran: A, para todo público; B, adolescentes y adultos; C, solo adultos. C-i, solo adultos cultos con amplio criterio moral, y C-2, Prohibidas por la moral cristiana. Y esto se cumplía a rajatabla.
Finalmente, se construyó haya en el sur el cine Pedro Infante, en Villa Palmira, cómodo y amplio. Recuerdo que ahí se estrenó ante un tumulto de gente la película de Los Beatles A hard days Night.
Toda una época inolvidable. Con películas de todas nacionalidades, colores y sabores.