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Cultura

El talento, aunque uno lo ignore, existe y es descubierto por el arte

Edgar Rodríguez Cimé

¿Cómo entender que dos humildes profesoras mixtecas de educación preescolar recientemente egresadas y sin ninguna experiencia pedagógica, y menos actoral, resultaran excelentes “actrices naturales”, interpretando papeles de “trabajadoras domésticas” de una familia de clase media de la ciudad de México en los años setenta del siglo XX, en la multipremiada película mexicana Roma que puso al director mexicano Alfonso Cuarón “en los cuernos de la luna”.

En este escenario, reconocidos sicólogos sugieren que “todos los niños nacen con capacidades para desarrollar algún tipo de creación o interpretación estética”, solamente que la gran mayoría ni siquiera logra descubrir cuál especialidad le agrada para convertirse en un fanático, debido a las condiciones adversas, por lo que únicamente una pequeñísima minoría accede al desarrollo de algún tipo de arte (al cruzarse las condiciones espirituales con las estéticas).

Como le sucedió a Yalitzia Aparicio y Nancy García, estos dos talentos que ignoraban su potencial histriónico descubierto en las sesiones de los castings (pruebas actorales) de la cinta mexicana Roma, del prestigiado y premiado director mexicano Alfonso Cuarón. Ni siquiera eran actrices “indígenas” emergentes, como otras que se presentaron y fueron rechazadas por no convencer los criterios experimentados del laureado director mexicano.

Y el criterio era fundamental en la cinta por resultar un homenaje del autor a su “nana” zapoteca, Liboria Rodríguez: respetar la fenotipia (rasgos físicos) “indígena” de la etnia representada por la trabajadora doméstica oriunda de Oaxaca, y no de otra de las 68 existentes en la geografía multicultural del México contemporáneo.

Hasta que en los castings apareció Yalitzia (nombre poético). Y no únicamente convenció con sus bellos rasgos físicos de las etnias oaxaqueñas, sino que se presentó para realizar un “trabajo actoral” de primera que dejó literalmente asombrados al director y personal técnico durante los días que duraron las pruebas de actuación.

Y lo consiguió porque durante su actuación, dispuso de toda su sensibilidad y creatividad interpretativa para poder emular dignamente el “papel” de la “nana” zapoteca de una familia clasemediera que le tocó “proteger” y no únicamente “servir”, como se cree desde lejos, sencillamente porque su madre fue también sirvienta y “le había pasado al costo” todos los detalles, buenos y malos, de este oficio.

La cinta resulta un homenaje personal a Liboria Rodríguez, quien crio a Cuarón como “nana”, pero también a las miles y miles de trabajadoras “entre lugar”, como dicen las sirvientas mayas que han criado generaciones de dzules (blancos) y mestizos poch burgueses (aunque algunas veces no tuvieran para pagarles, y estas permanecieran fieles a la familia por costumbre laboral, como nos ha contado Conrado Roche) en colonias del privilegiado y racista norte de, ahora sí, la Mérida de los blancos.

Gracias a Cuarón, la diversidad cultural, espiritual y estética de los pueblos originarios del México multicultural luce esplendorosamente personificadas por Yalitzia y Nancy en Roma, que justamente por eso: ser una joya de la cinematografía, con el tiempo se convertirá en un clásico del cine mundial.

edgarrodriguezcime@yahoo.com.mx

Colectivo cultural Felipa Poot Tzuc

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