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Jablonka, entre la historia y el horrorismo

Ivan Jablonka, un historiador francés, nacido en París, Francia, en 1973, no tuvo la fortuna de conocer sobre sus abuelos más que la escabrosa historia de su fin trágico en un campo de concentración en la Segunda Guerra Mundial, por lo que decidió realizar una investigación profunda sobre lo ocurrido en ese pasado pasmoso de su familia directa. Así es como Jablonka usó sus herramientas de historiador para armar el entramado desconocido de sus antepasados, y en el año 2012 publicó Histoire des grands-parents que je n’ai pas eus: une enquête (La historia de los abuelos que no tuve, editorial Anagrama).

En el 2011, durante la noche del 18 al 19 de enero, Laëtitia Parrais desaparece en un, aparentemente, trágico accidente, que con el tiempo y una búsqueda policiaca deviene en un crimen atroz que incluyen su violación sexual, asesinato y descuartizamiento. La prensa francesa e internacional, los medios de comunicación, hacen eco de la noticia, cuya terrible trama se va develando poco a poco, día a día, hasta convertirla en mero espectáculo, en donde Laëtitia pasa a ser aquella niña víctima de Pornic, un pueblo francés que el mismo Jablonka describe como muy rural, donde residía en una casa acogida, ya que sus padres perdieron su custodia tanto de ella como de su hermana melliza. Y su historia personal termina tan manoseada y confeccionada según los intereses de los medios convirtiéndola en una fragua de la vida real.

Jablonka decide tomar las riendas de esa historia, la historia de Laëtitia y no la del crimen que le dio fama a su nombre, esa sin escribir y por descubrir, y así emprende una investigación que se concreta en su libro Laëtitia ou le fin des hommes, 2016 (Laëtitia o el fin de los hombres, Editorial Anagrama/Libros Zorzal, 2017) con el que se adjudicó el premio Médicis, y otros premios literarios.

El historiador Whilhelm von Humbolt dice que “la tarea del historiador es la explicación de lo sucedido”, no obstante lo sucinto y tan estipulado que resulta la anterior aseveración, cual precepto de una disciplina académica, añade que “el historiador es espontáneo e incluso creador [ante] la mera receptividad [de lo] real” pues “la Historia es la realización de una idea […] entre fuerza y objetivo”. Por otro lado, Hyden White retoma al sujeto que hace historia para declarar que el resultado de la producción de esta, a pesar de la inherencia de los datos, estos están mediados por este ser pensante y juicioso que no deja de hacerse preguntas.

Adriana Cavarero, en su libro Horrorismo: nombrando la violencia contemporánea (2008) define el hecho del terror que va más allá del acto en sí, cuando el espectáculo del horror reduce a las víctimas a números o a estadísticas o a cuerpos sin nombre, como horrorismo, que incide directamente en borrar la identidad del individuo.

Ivan Jablonka, en Laëtitia o el fin de los hombres, perfila no solo a la víctima de horrores corporales y de asesinato, sino la historia vital de esta chica francesa. El historiador va más allá de desenmarañar la incógnita de esta figura póstuma de los medios franceses. No estamos ante un libro de periodismo que incide en los hechos fácticos del crimen perpetrado en contra de Laëtitia, ni se centra en el criminal para develar un modus operandi o vivendi, ni en el juicio y posterior o en los devaneos jurídicos y policiacos. De allí que las comparaciones que se la hacen con Truman Capote o Emmanuel Carrère salgan sobrando, no es un trabajo periodístico ni un entramado ficticio postulado como de no ficción, sino que es una investigación profunda que se centra en los datos de la historia, entendiéndose esta disciplina en su prístina acepción, sin demeritar ni negar su perspectiva crítica ante los hechos, pero hechos puros al final.

Jablonka cumple a priori los estamentos del historiador, pero también posee una perspectiva de narrador, lo que lo conforma en un humanista integral, consciente de su aquiescencia de investigador, pero que duda, que inquiere críticamente los datos de la realidad hasta trastocarlos en lo que todo registro histórico debería de ser: los datos exactos de una investigación moderados por la voz de quien ha recolectado cada uno de ellos y que lo ha analizado y elegido para conformar su reporte, esto con la honestidad necesaria para no manipular el resultado investigativo.

Sin lo anterior, Jablonka habría caído en el cliché del investigador de crímenes, de la historia de las víctimas o victimarios, sin ir más allá de la anécdota, no obstante profundiza en los siempre bajorrelieves del interés noticioso del horror, las identidades, las impresiones de las personas, etc., no para comprender su psicología y cada uno de sus actos, sino para remarcar que el inminente algoritmo del actuar humano no está supeditado a simples datos, a un guion o una anécdota vacua.

En este caso, el título de Jablonka es paradigmático en el sentido mismo de la denuncia de todo feminicidio, matar a una mujer es matar a la cuna de la vida, en un sentido netamente biológico, “el fin de los hombres”. Sin embargo, Jablonka no cae en aquiescencias reproductivas, sino que arremete en contra de la preminencia de la historia real ante el entramado noticioso. Devolviéndole su nombre a la víctima, su identidad, liberándola del horrorismo que la ha consumido.

jantoniotecc@gmail.com

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