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Cultura

Ecos de mi tierra

Luis Carlos Coto Mederos

Francisco Riverón Hernández

795

Todo amor este adiós

¡Adiós! La palabra suena

como si no fuera mía…

o como si todavía

no estuvieras tan ajena.

Quédate, para ser buena,

con el alma de los dos.

Yo soy el único dios

que jamás ha perdonado,

porque nunca he regresado

a repetir un adiós…

No quiero que me recuerdes

por lo que vas a perder,

porque me gusta saber

que tienes los ojos verdes.

Suponte que lo que pierdes

un verso eterno lo gana…

Ayer me salió una cana

por la esquina del espejo,

no porque mi pelo no es viejo,

sino porque mi pena es anciana.

Me gusta saber que el trigo

es esa voz de tu pelo,

que dio su pan de consuelo

a mi corazón mendigo.

Un hambre que no mitigo

crecerá donde no estés;

pero no temas, ni des

una gota de tu llanto,

mi beso no vale tanto

comparado con tus pies.

Tú vivirás en mi muerte

como en tu mejor asilo.

Yo me moriré tranquilo

de morirme sin dolerte.

Por el dolor de quererte

vivirás cantando en mí;

y en el rosal que te di

serán eternas las rosas,

aunque tenga muchas cosas

que no regresen a ti.

XIV

796

Camagüey

Camagüey: Por donde fuera

mi voz soltando palomas,

por donde bebiendo aromas

anduve una primavera.

Le diste a mi sangre obrera

ensueños de mundo rico,

cuando vi tu Hatiguanico,

cinta de agua enamorada,

encender una mirada

tras un pudor de abanico.

Sentiste en Joaquín Agüero

tu primera sed de sol…

Fue cuando el miedo español

alzó el cadalso primero.

Pero por aquel sendero

un día saliste al monte;

y diciendo al horizonte

contrastes de filo y miel,

fuiste en Gertrudis clavel

y soldado en Agramonte.

Hoy, centrales y sabanas,

–siempre sudor trabajado–

en azúcar y en ganado

dices el pan que te ganas.

Las noches y las mañanas

te ven moler y pastar;

y en un anhelo de hallar

el aire que necesitas,

por la puerta de Nuevitas

sacas tu ilusión al mar.

Ciudad de prócer divisa

sembrada en ancha llanura,

de ti le creció bravura

a la presencia mambisa.

Le salpicó la camisa

yodo de tus corazones;

y un aire de tradiciones

se te quedó en lo más hondo,

a cantar por el redondo

color de los tinajones.

797

Guáimaro

Guáimaro: Constitución

de Céspedes y Agramonte,

Cuba te llegó del monte

alzada en un corazón.

Supiste a revolución

a machete y a fusil,

cuando en asta de marfil

Cuba izaba su bandera

y uniste a su primavera

tu primavera de abril.

Hoy eres como soltar

los ojos en el paisaje,

como el soñar con un viaje

de los que saben soñar.

A mí me viste cruzar

en mi fuga de agonías,

por Palo Seco y Elías

queriéndote la presencia,

cuando almanaques de ausencia

hicieron tristes mis días.

Campesino que se ovilla

de querer la guardarraya,

fui de guateque por Viaya

y de agua por el Sevilla.

En Elia te vi una orilla

de oscuro azúcar molido;

y en un bohío metido

hasta el fondo de mi pena,

me supiste a yerba buena

y a tilo recién hervido.

Y cuando solté en el monte

aquel adiós que te di,

pareció flotar en ti

la sonrisa de Agramonte.

Me llamaba un horizonte

de hollín, petróleo y asfalto;

y un abrazo de cobalto

me recogió en tu infinito,

para sembrarme este grito

que por ser tuyo es más alto.

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